nuevatribuna.es |Pedro
Luis Angosto | 05 Febrero 2015 -
20:56 h.
He leído por ahí que Mariano Rajoy pretende pasarse en
diferido por la casa de todos y cada uno de los habitantes de este país para
agradecerles el inmenso sacrificio individual
Decía el gran Giovanni Papini que después de haber pensado
durante largo tiempo en los grandes héroes de la literatura universal –Ulises,
Aquiles, Dante, Beatriz, Don Juan, Hamlet, Otelo, Segismundo, Fausto… - sólo a
Don Quijote abriría la puerta de su casa, sólo con él compartiría una
botella de vino al lado del fuego con sumo gozo y tranquilidad. Papini
aseguraba que Don Quijote era el más idealista de los grandes personajes de los
libros grandes, pero al mismo tiempo, y quizá por eso, también era el más
normal, el más humano, el más atrayente porque, entre otras muchas cosas, al
ser esencialmente bueno su comportamiento no infundía el menor miedo, al
contrario que la mayoría de los protagonistas literarios de otras obras
maestras anteriores y posteriores. Ahora, cuando la literatura ocupa un lugar
bastante secundario en nuestras vidas televisivas, nos planteamos un problema
parecido pero con actores mucho más dañinos y maliciosos, mucho más mediocres y
perversos.
He leído por ahí que Mariano Rajoy pretende pasarse en
diferido por la casa de todos y cada uno de los habitantes de este país para
agradecerles el inmenso sacrificio individual y colectivo que ha servido para
que España haya dejado atrás la crisis. Y, claro, acostumbrado al buen cine
yanqui anterior a la “Caza de Brujas” del Senador Joseph Raymond McCarthy, otro
pergeñador de mundos distópicos, de inmediato pensé en algo tan peregrino como
la inviolabilidad de mi domicilio y del de todos mis compatriotas: En mi casa
entra quien a mí me da la gana, no un cualquiera por muy presidente que sea de
lo que quiera ser. Y se me ha ocurrido, emulando a Papini, si abriría la puerta
de mi modesto piso a alguno de los personajes que en la actualidad rigen la
política de nuestro país. Es posible que con algunos de ellos me sintiera bien
tomando unas cañas, cabe la posibilidad de que a otros les invitase sin cuidado
a traspasar el umbral de mi hogar, incluso que a unos pocos les guisase un
espléndido empredrado con bacalao –me sale como dios-, no sé, tengo dudas al
respecto, pero es posible porque hay mucha gente que todavía entiende el
desempeño de la actividad política como un servicio a los demás en el que es
obligatorio anteponer el interés general al particular o el de los amiguetes.
Empero hay algo que tengo claro: Rajoy no entraría en mi casa por las buenas,
desde luego podría hacerlo en cualquier momento por las malas, acompañado de
una legión de policías, jueces y personal de su guardia pretoriana, pero nunca,
jamás, en ningún caso, respetando mi voluntad, respetando la ley. En primer
lugar, porque Rajoy no tiene nada que agradecerme, ni a mí ni a ninguno de los
míos, radicalmente opuestos a todo lo que su persona y su política representan;
en segundo, porque no compro el Marca y no tendríamos absolutamente nada
de qué hablar; y en tercero, porque aunque parezca mentira todavía amo a mi
país, y muy especialmente a los millones de personas que sufren por las
brutales políticas austericidas y socialmente destructivas impuestas por ese
señor desde que llegó a la Moncloa un triste día de Noviembre de 2011.
Por tanto, dado que no tengo su dirección personal y con la
intención de evitarle un viaje en balde o un encontronazo que diese con mis
huesos en una de sus prisiones, me he decidido a escribirle una carta por este
medio. Dice así:
Sr. Don Mariano Rajoy:
Como a tantos de mis paisanos, nada me habría gustado
pertenecer a una de las estirpes que usted tanto adora y para las que gobierna
sin complejos y con eficacia demostrada, pero mire usted, no tuve esa suerte y
si la hubiese tenido, habría renunciado a ella. Por de pronto, no vivimos en el
mismo país ni en el mismo tiempo, hechos estos de naturaleza tal que habrían
hecho físicamente imposible nuestro encuentro. Para usted la política, como en
el siglo XIX, como con el general Franco, es un instrumento de clase que se
activa una vez conquistado el poder para dejar claro quiénes están arriba y
tienen derecho a todo y quienes abajo y no tienen derecho a nada; las promesas
son papel mojado que desaparecen una vez conseguido el objetivo electoral
marcado, las protestas ante la injusticia, desorden público, y la vida el
espacio de tiempo que transcurre entre la primera vez que vio al Real Madrid y
la contrarreforma laboral pendiente. Su país está lleno de niñas y de primos
que niegan el cambio climático aunque en el Ártico ya sólo quede un tercio del
hielo que había hace cincuenta años; de santos, monjas, frailes, vírgenes,
procesiones, obispos y colegios confesionales sufragados con dinero público
aunque el Erario diga no disponer de fondos para pagar escuelas y universidades
públicas, dar trabajo a quien no lo tiene o comida al que padece y sufre hambre
y necesidad. Por el contrario, mi país, situado entre Francia y Marruecos,
Portugal y el Mediterráneo, está lleno de científicos a los que ustedes fuerzan
al exilio y que certifican con sus muchos años de estudio que el cambio
climático es una inminente realidad mortífera; de médicos, enfermeros y
personal sanitario que se desviven para luchar contra sus malditos recortes y
no dan abasto, ni aun multiplicándose por diez, para asistir a los miles de
enfermos que siguen confiando en la Sanidad Pública que construimos entre todos
y es nuestro mayor tesoro; de miles de maestros y profesores que contemplan
impotentes la pauperización progresiva del Sistema Público de Educación
mientras ven como se desvían millones y millones a los colegios y universidades
concertados, de familias que no saben de dónde van a sacar el dinero para pagar
las matrículas y los máster absurdos y carísimos con que castigan a sus hijos
por el hecho de querer prepararse para el día de mañana; de trabajadores que ni
aún trabajando doce horas al día sacan un salario digno para mantener su casa,
de trabajadores que no saben si mañana serán despedidos o podrán seguir
comiendo; de parados que ya han dejado de inscribirse en las listas del paro
porque creen que el paro es ya su condición natural, de excluidos a los que
persigue su ley si buscan en las basuras, si duermen en un cajero o si piden
por las calles de cualquier ciudad. En mi país, el pequeño Nicolás es un chaval
que acude a clase sin desayunar todos los días a las 8,30 de la mañana, que se
hiela de frío en invierno y se asfixia en cuanto llega mayo, que no encuentra
motivación alguna para estudiar porque para los que son como él no hay futuro,
que tiene a todos los miembros de su familia en paro, que oye gritar y discutir
constantemente en su casa porque no hay para nada, porque la insatisfacción, la
frustración y la desesperación se han adueñado de todo: En el suyo, el “pequeño
Nicolás” es un chaval bien que pese a su juventud ha vivido en la cresta de la
ola codeándose con los más ilustres líderes de su partido y acudiendo a las
recepciones más reservadas. En mi país todos sabemos quiénes son Bárcenas,
Rato, Blesa, Cospedal, Mato, Botella, Aznar, Villalonga, Camps, Granados,
Castedo, Aguirre incluso usted mismo, a qué dedican el tiempo libre y a qué el
ocupado: En el suyo, bellísima gente.
Desengáñese Señor Rajoy, no venga a casa, no será bien
recibido. Somos un pueblo jodidamente jodido al que han dormido con todos los
cuentos y que se sabe todos los cuentos. Haga lo que tenga que hacer, suya es
–como decía León Felipe- la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Nuestra
es la voz antigua de la tierra. Ustedes nos dejan desnudos y errantes por el
mundo, más nosotros les dejamos mudos, ¡mudos! Y cómo vais a recoger el trigo y
alimentar el fuego si nosotros nos llevamos la canción… Nos dicen que todo va
bien, que ya se acabó el vendaval, pero el viento se llevó nuestros, hogares,
nuestros derechos, nuestra paz; nos cuentan que ya todo pasó, pero los
fantasmas de millones de excluidos y despreciados siguen vagando
desesperadamente por nuestras calles; afirman que ahora estamos más seguros
ante el terrorismo yihadista, pero sólo sabemos que han matado nuestras
libertades con sus leyes de ultratumba. No, no hace falta que se empeñe en
convencernos, ustedes construyen el apocalipsis, día a día, nosotros lo
sufrimos y aguardamos “otro milagro de la primavera”.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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