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Antonio
Antón | Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de
Madrid |02 Febrero 2015 - 21:01 h.
La palabra
populismo no tiene un significado unívoco. Además, bajo su denominación
aparecen movimientos populares y tendencias políticas de signo diverso y
contradictorio. Analizamos sus fundamentos teóricos, como lógica de acción
política. En una segunda parte, explicaremos sus insuficiencias, especialmente
su ambigüedad político-ideológica o programática.
Definición
de populismo
Populismo, con
una definición sencilla (Diccionario María Moliner), es la doctrina
política que pretende defender los intereses de la gente corriente, a veces
demagógicamente. La apelación a las demandas del pueblo, en el sentido de
capas populares (la plebe), frente al poder establecido o las élites dominantes
es lo más específico de este pensamiento. Para profundizar en esta idea básica,
particularmente en la ambigüedad ideológica de la teoría populista, vamos a
analizarla teniendo en cuenta la aportación de Ernesto Laclau, reconocido
teórico del populismo de izquierdas, algunas de cuyas ideas influyen en
dirigentes de Podemos.
Esta definición
no dice nada de su contenido sustantivo, de su orientación y papel
político-ideológico. La llamada al pueblo aclara algo de su composición
interclasista de distintas capas populares (clases trabajadoras y medias,
campesinado, pequeña burguesía propietaria, desempleados o precariado…) frente
a las élites dominantes. En ese sentido se pone de parte de las clases
subalternas, pero no especifica la relevancia, los contornos y el papel de cada
grupo social y su representación dentro del conjunto popular. Pretende
modificar el poder, pero tampoco precisa las características sustantivas del
tipo de sociedad, economía y estado a construir: reaccionarias y autoritarias o
democráticas y progresistas. Al hacer hincapié en el sujeto pueblo frente al
poder (oligárquico) se deduce que puede tener un componente emancipador de la
dominación. Pero eso la teoría populista no lo explicita al considerarse como
un enfoque que no entra en el carácter del proyecto transformador.
Sabemos algo del
qué (el cambio) y quién sustituye quién (el pueblo, su nueva representación, a
la oligarquía anterior), y muy poco sobre el para qué más allá de una
redistribución del poder, es decir, el contenido sustantivo del cambio. Esta
teoría se centra en el ‘cómo’ ganar (polarización, hegemonía) los de abajo a
los de arriba, y deja en un segundo plano los demás interrogantes. Los
fundamentos de su aportación son de orden procedimental: es a partir de las
demandas insatisfechas del pueblo como se opera una unificación de las demandas
populares, se construye un discurso y una retórica y se articula una hegemonía
político-cultural para vencer al poder establecido. Esa apelación al pueblo, a
considerar la opinión de la ciudadanía, le da un sesgo democrático y anti-elitista.
Luego viene la necesidad y el carácter de su articulación, no siempre bien
resuelta.
No hay populismo de izquierdas o de
derechas, su definición se plantea en el campo de la lógica de la acción
política, de los mecanismos de confrontación y acceso al poder
Por otro lado,
hay que distinguir entre teoría populista, con ese componente de indefinición
sustantiva, político-ideológica, sociocultural o programática, y movimientos
populares reales e incluso personalidades y teóricos que se consideran populistas.
Todos ellos apuestan por la defensa del pueblo frente al poder constituido;
pero además, y es lo principal para definirlos, son portadores de un contenido
sustantivo: orientación, objetivos, valores éticos, dinámica, tipo de
relaciones y alianzas. Y esos componentes pueden ser democráticos o
autoritarios, igualitarios o injustos, liberadores o dominadores, emancipadores
o de subordinación popular, así como con elementos neutros, intermedios y
mixtos.
En el primer
plano, teórico, podemos decir que no hay populismo de izquierdas o de derechas,
su definición se plantea en el campo de la lógica de la acción política, de los
mecanismos de confrontación y acceso al poder. Muchos movimientos populares
reales pueden compartir esa lógica. No obstante, su situación
socioeconómica o de subordinación política, el sentido de sus demandas y
reivindicaciones, sus valores sociales, éticos y democráticos o, en fin, el
significado de su práctica sociopolítica, su experiencia, sus aspiraciones y el
modelo social y político a conseguir, son los aspectos más fundamentales y
definitorios de su carácter. De esa forma existen dinámicas populistas reales
de izquierda o de derecha, nacionalistas o estatistas. La cuestión es que
existen movimientos, tendencias o personas progresistas, igualitarios y
liberadores o, bien, reaccionarios, conservadores y autoritarios. Además, se
enfrentan al establishment, sin que por ello se les deba clasificar bajo
la etiqueta de populismo.
Por tanto, sus
categorías centrales, antagonismo de dos bloques, poder (institucionalizado) y
pueblo (emergente), y construcción hegemónica del segundo frente al primero
mediante la unificación de demandas populares, son importantes pero
insuficientes para identificar su posible doble (o variado) carácter: por un
lado, el sentido emancipador, igualitario y solidario de un movimiento
popular o, por otro lado, su significado autoritario, regresivo y divisionista.
Para ello habría que considerar los componentes sustantivos de los sujetos de
determinado proceso político (igualdad, libertad, democracia, solidaridad,
laicidad) que son constitutivos de la realidad de los dos campos principales,
poder establecido y pueblo, y su interacción. En la definición de la teoría
populista quedan marginados al centrarse en los mecanismos o procedimientos de
acceso al poder. No es una técnica neutra para conquistarlo y gestionarlo.
Pretende servir a la mayoría popular subordinada frente a la minoría dominante.
Pero al no valorar el sentido de cada movimiento popular real, su cultura, sus
valores y su orientación programática, así como el tipo de poder al que se
enfrenta, no permite juzgar cómo se articula ese pensamiento con el movimiento
y se avalúa su trayectoria y significado.
La razón
populista como lógica política
La razón populista
de Laclau no es propiamente una ideología o una teoría política con una
estrategia y un programa definidos. No es una doctrina completa o cerrada como
las clásicas provenientes del siglo XIX (liberalismo, socialismo, marxismo,
nacionalismo), ni tampoco un proyecto o modelo social y económico, valores
éticos e ideales, más allá de impulsar la participación popular y la
radicalización de la democracia. Solo propone unos criterios básicos para la
acción política:
- polarización de los de abajo frente a los de arriba;
- empoderamiento y hegemonía del pueblo frente al poder establecido, y
- radicalización democrática y participativa (proceso constituyente) contra a la oligarquía.
Esos tres ejes,
no exclusivos de esta corriente, le dan a esta teoría un perfil ‘popular’,
diferenciado de las minorías oligárquicas actuales y sus políticas
antisociales. Pero son insuficientes para determinar su significado político,
su orientación programática y su evolución.
Bajo el rótulo de populismo se
suelen incorporar una gran variedad de movimientos populares y tendencias
políticas con contradictorias posiciones políticas e ideológicas
De hecho bajo ese
rótulo de populismo se suelen incorporan una gran variedad de movimientos
populares y tendencias políticas con contradictorias posiciones políticas e
ideológicas, desde el nazismo, el actual neofascismo europeo y el etnopopulismo
hasta el populismo latinoamericano y el partido comunista italiano de
Togliatti, pasando por sectores críticos de la actual socialdemocracia europea
o el ala izquierda del Partido Demócrata estadounidense.
Esa lógica
política hay que referirla siempre a cada contexto y sus actores principales.
Su sentido y su capacidad interpretativa y articulatoria están vinculados con
el carácter del movimiento popular concreto, con su experiencia sociopolítica,
su cultura, su por qué y su para qué. En particular, en situaciones como la
actual en España, esos mecanismos adquieren un significado preciso, progresista
y democratizador. El fenómeno Podemos es diferente al chavismo venezolano, más
parecido a la Syriza griega y contrario al francés Frente Nacional de Le Pen.
Quedarse en el antagonismo o la apelación al pueblo todavía deja una gran
vaguedad que cada actor rellena con su orientación político-ideológica particular,
dándole a esos conceptos un significado contradictorio.
Esas tres
dicotomías y sus dobles elementos están interrelacionados con la realidad
social y la conciencia popular específicas del actual conflicto social y
político en esta crisis sistémica. En España ese enfoque, ligado a una
experiencia democrática y una cultura de justicia social y derechos humanos del
movimiento popular, así como un talante progresista de las elites asociativas,
permite elaborar una determinada orientación política básica. Ésta no es de
carácter reaccionario y totalitario como puede ocurrir en otros países, sino de
carácter igualitario y democrático, al estar asentada en una dinámica
sociopolítica progresiva y alternativa frente a un poder regresivo. La
inserción de ese esquema interpretativo y de acción política, con una
ciudadanía indignada frente a los recortes sociales, el autoritarismo político
y la corrupción institucional, y una ciudadanía activa crítica y progresista,
le permite consolidar un talante ideológico emancipador: defensa de las capas
populares, sus derechos sociales y sus libertades democráticas frente a la
desigualdad y la subordinación promovidas por ‘este’ poder institucional y
financiero y su estrategia antisocial y autoritaria. Así ha sido visto por una
gran parte de la ciudadanía descontenta.
Esa lógica
política al asociarse con la dinámica específica de un movimiento popular
progresista y sus demandas sociales y democráticas, bloqueadas por las élites
dominantes, da como resultado un impulso hacia un cambio social y político
igualitario y liberador; y nítidamente democrático y progresista, aunque tenga
diversas lagunas. Junto con el proceso de conformación, exigencia y conquista
de estas demandas populares, puede aportar una identificación colectiva, cultural
o ideológica, mucho más definida en su significado emancipador que las
ideologías convencionales, incluidas algunas supuestamente progresistas o de
izquierda. Pero entonces ya se está combinando con el material cultural y
relacional existente, conformado por diversos fragmentos y corrientes
culturales más o menos eclécticos o coherentes.
Sin embargo, son
la situación y la conciencia social de desigualdad e injusticia frente a la
gestión regresiva de las élites dominantes, así como la existencia en la sociedad
de una amplia cultura de los derechos humanos y la justicia social, una fuerte
capacidad expresiva y un amplio tejido asociativo progresista, los factores que
condicionan la constitución de este tipo de movimiento cívico y democrático,
incluida su articulación política y electoral.
En comparación,
este discurso polarizado ha servido para explicar mejor la prepotencia de los
adversarios del poder, encauzar una aspiración de defensa ciudadana de los
derechos y libertades y estimular el cambio progresista, que los discursos de
las izquierdas tradicionales.
Las grandes ideologías de estos dos
siglos, incluidas las de las izquierdas, no son suficientes para interpretar la
nueva problemática social y política
Las grandes
ideologías de estos dos siglos, incluidas las de las izquierdas, no son
suficientes para interpretar la nueva problemática social y política. Menos
para definir y orientar un proyecto transformador de carácter democrático,
igualitario y emancipador. No por ello hay que desechar todo su contenido o no
aprender de sus errores. Existen muchos elementos imprescindibles para
incorporar en un nuevo discurso, incluido las mejores ideas y proyectos
ilustrados, progresistas y de las izquierdas, bajo los grandes valores e
ideales de libertad, igualdad y democracia. No son palabras vacías, sino
ideas-fuerza que han estado encarnadas en los mejores movimientos sociales y
populares de estos siglos y constituyen componentes fundamentales para las
fuerzas alternativas.
La teoría
populista de Laclau, que recoge aspectos del marxismo menos ortodoxo (Gramsci y
Mariategui), junto con elementos postmarxistas, así como las aportaciones de
otros pensadores, como E. P. Thompson y Ch. Tilly, aportan algunos esquemas
interpretativos de la dinámica de la contienda política y el significado de los
movimientos sociales y populares. No llegan a conformar una teoría acabada, hoy
imposible. Estamos ante una crisis también ideológica o una situación
post-ideológica, pero sin llegar a afirmar la idea conservadora del fin de la historia
o la idea postmoderna de la invalidez de los relatos y proyectos colectivos. Se
trata de elaborar paradigmas de alcance medio. Teorías sociales que favorezcan
la interpretación de los nuevos hechos sociales y faciliten su transformación
progresiva.
No obstante, la
teoría populista, además de ese límite de reducir su contenido a la lógica de
la acción política, tiene otras deficiencias. En particular, relacionado con su
contenido ideológico o programático, la creencia de que una lógica o técnica de
acción política sea suficiente para orientar la dinámica popular hacia la
igualdad y la emancipación. O que con un discurso apropiado, al margen de la
situación de la gente, se puede construir el movimiento popular. Infravalora la
conveniencia de dar un paso más: la elaboración propiamente teórica, normativa
y estratégica, vinculada con las mejores experiencias populares y cívicas, para
darle significado e impulsar una acción sociopolítica emancipadora e
igualitaria. El paso de las demandas democráticas y populares insatisfechas
hasta la conformación de un proyecto transformador y una dinámica emancipadora
debe contar con los mejores ideales y valores de la modernidad (igualdad,
libertad, laicidad…). Estos, en gran medida, se mantienen en las clases populares
europeas a través de la cultura de justicia social, derechos humanos,
democracia…, cuyo refuerzo es imprescindible.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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