El
último reencuentro de dos supervivientes del terror franquista
Lunes, 16 de febrero de 2015
Por FRANCISCO GONZÁLEZ TEJERA
/ CANARIAS-SEMANAL.ORG.- El concierto comenzaba, el Festival de San Juan,
que cada año, desde principios de los 80, se celebraba en la Plaza de Santa
Ana, esta vez con Carlos Cano como actuación estelar, allí se
encontraron por casualidad junto a la vendedora de turrones. En un
principio Juan Herrera no
se lo creía, parecía una visión, pero era ella, aquella mujer que tanto amó,
mucho más vieja, con un vestido negro, pero manteniendo esa belleza que se
lleva en algo que va más allá de la piel.
Se miraron cuando
sonaba “María la portuguesa”. La voz de la Andalucía más obrera
amenizaba un encuentro mágico, algo que no pensaban jamás que podría suceder.
Pero allí se vieron, cerquita de la casa del obispo, donde el remanso dejaba
colar las oraciones de un pueblo destruido por el terror.
La mujer no entendía
como había sobrevivido, el resto de compañeros del sindicato habían muerto
ahogados, con las manos y los pies atados dentro del saco. Los
falangistas y la guardia civil no perdonaban, tiraron a la Mar Fea a cientos de
comunistas y anarquistas entre julio del 36 y marzo del 39
Lucía Rivero lo miró leve, casi esbozó
apenas una sonrisa, los ojos de una vejez prematura lo invitaron al sueño
pasado, a descubrir que seguían en la tierra, que a pesar de tanto dolor y
muerte no habían partido hacia el otro lado. Juan la abrazó, las palomas
revoloteaban asustadas entre los muros de la catedral de Las Palmas.
La mujer no
entendía como había sobrevivido, el resto de compañeros del sindicato habían
muerto ahogados, con las manos y los pies atados dentro del saco. Los
falangistas y la guardia civil no perdonaban, tiraron a la Mar Fea a cientos de
comunistas y anarquistas entre julio del 36 y marzo del 39.
Aquellas
madrugadas de “Brigadas del
amanecer", de persecución, detenciones, movimiento de camiones
cargados de miles de hombres torturados, siempre camino de la muerte, hacia la Sima
de Jinámar, los pozos de Tenoya y Arucas, el agujero volcánico de Los Giles, lugares del dolor, del
masivo genocidio franquista en las Islas Canarias.
Una ola de muerte que Lucía había vivido desde
su puesto de maestra en la Aldea de San Nicolás, el pueblito donde
conoció en las fiestas patronales al joven jornalero anarquista Juan Herrera,
donde pasaron hermosos momentos de amor y ternura, perdiéndose por el sendero
de Tamadaba, las excursiones por el barranco
de Guguy, pasando la noche en aquella playa solitaria, el silencio,
los labios salados, unos cuerpos entregados a la inconmensurable tarea de la
pasión.
Los dos se apartaron
tomados de la mano. Por unos instantes el mundo alrededor no existía, solo el
sonido lejano de aquella música, la gente inundando las calles de Vegueta, pero
ellos se fueron deprisa, caminaron hacia el Paseo de San José, se
sentaron junto a la ermita, en aquel banco de piedra. Lucía lo miraba
alucinada, Juan lloraba emocionado. Entre sollozos le dijo que se había
soltado, que antes de tirarlo por el acantilado ya se había desamarrado los
pies, que rompió las ataduras bajo el oscuro mar, el agua fría del Atlántico,
saliendo a la superficie y viendo los tricornios sobre el risco, los
falangistas dando palos, los gritos de aquellos asesinos fascistas tirando al
mar a sus compañeros.
Los dos se apartaron tomados de la mano. Por unos
instantes el mundo alrededor no existía, solo el sonido lejano de aquella
música, la gente inundando las calles de Vegueta, pero ellos se fueron deprisa,
caminaron hacia el Paseo de San José, se sentaron junto a la ermita, en aquel
banco de piedra
Lucía escuchaba atenta: “¿Qué hiciste luego Juanillo?”. El viejo
le habló de cómo nadó entre la fuerte corriente hasta la playa de San Cristóbal, y de como que se
fue directo a la casa de Carmelo Sosa, el pescador del Partido
Republicano arrojado a la Sima
de Jinámar. Le contó que su mujer lo acogió asombrada, cómo lo
escondió varias semanas en la habitación de la azotea, lejos de las miradas de
vecinos curiosos, de los cientos de confidentes de los golpistas, del espanto
de los crímenes, de las razias indiscriminadas en las casas de todo hombre o
mujer que defendiera la libertad.
El
hombre relataba en baja voz la salida hacia el muelle, cómo logró meterse
en aquel barco hacia Venezuela, de los años en aquel país, del exilio, de su
meditada decisión de volver a finales de los 70, del tiempo que pasó
encarcelado en Barranco Seco, detenido por la policía armada nada más llegar al
Puerto de la Luz.
Había tanto
que contarse, tantos nombres casi olvidados, que casi no había tiempo antes de
la despedida, ya era entrada la noche, creyeron que no era seguro seguir
juntos, alguien los podía conocer, pasaron varios coches de la policía, había
“democracia” decían los voceros del régimen monárquico, ellos no se lo creían,
ambos pensaban que todo había sido un montaje para que los mismos criminales
siguieran gobernando, que hasta el Partido Comunista había entrado en ese juego
siniestro, que todo se había construido sobre los restos de cientos de miles de
personas asesinadas en todo el estado español.
Juan agarró las manos de Lucía: “¡Salud y libertad!”, le dijo,
mirándola, sonriendo cómplice, antes de partir camino de la calle Reyes
Católicos. Quedaron en volver a verse, pero el cáncer de pulmón no dio tiempo
de nada. El viejo murió solo dos semanas después en el hospital de La Garita.
Ella se enteró por un compañero de la CNT. Esa noche salió a la azotea
de su casa de Pedro Hidalgo, se quedó mucho rato sentada, sola, mirando el
inmenso mar, lejos del bullicio de sus nietos. Recordando, sintiendo el olor,
el sabor de los besos furtivos, los entrañables ojos verdes del amor de su
vida.
(*) Francisco González Tejera es colaborador
habitual en distintos medios de comunicación, como Canarias Semanal, Tercera
Información, Diario Octubre, Periodismo Alternativo, Unidad y Resistencia o
Blogueros y Corresponsales de la Revolución. Analista político y
económico en Russia Today TV. Implicado en la lucha por la ecología, la
memoria histórica, la cultura popular y la consecución de un mundo mejor.
Fuente: www.canarias-semanal.org
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