nuevatribuna.es |Ernesto
Ruiz Ureta | 10 Febrero 2015 - 19:37 h.
Hay quien monta
en cólera cuando se afirma que la desigualdad y la pobreza impulsadas por el
sistema capitalista vigente consiguen más muertes que las propias guerras.
Aunque, es cierto también que las guerras igualmente forman parte de este
capitalismo, de ellas las empresas que venden armamento y algunos políticos
sacan pingües beneficios. Así Orwell pensaba que “La guerra contra un país
extranjero sólo ocurre cuando las clases adineradas piensan que van a
beneficiarse de ella.” Ejemplos en la Historia los hay a patadas. En la segunda
guerra de Irak, muy contestada por la población de nuestro país, la empresa
Halliburton aumentó sus acciones en un 300%, así de claras tenían las ventajas
de la guerra los especuladores. Sadam, como ha quedado demostrado
posteriormente, no representaba ninguna amenaza para la seguridad de Estados
Unidos y, sin embargo, si suponía una amenaza para las empresas energéticas, ya
que una de las reservas más importantes de petróleo se les escapaba de las
manos a los angloamericanos. Pero, para mayor vergüenza, somos tan obtusos que
no se nos ocurre salir de una crisis sino con una guerra. Así sucedió con
la 2ª Guerra Mundial, lo que se conoció como Keynesianismo militar[1]
¡Una pena! Nos demuestra la poca libertad que permite el poder del dinero al
oprimirnos de tal manera que nos hace incapaces de dedicar nuestras fuerzas a
objetivos que contribuyan a un mundo mejor.
Rodolfo Walsh
predijo que muchas más vidas serían arrebatadas por la miseria planificada que
por las balas[2]. Y una profunda planificación parece la respuesta del
capitalismo neoliberal a la crisis que estamos viviendo. Prescribir una
inyección en vena de austeridad, es una solución que nos recuerda los remedios
que practicaban los médicos de la edad media, sangrando al enfermo. El enfermo
aunque no muriera salía mal parado y con dificultad extrema para volver a
recuperar la salud. En estos tiempos se sabe que es una locura tal práctica y
que añadir austeridad a la recesión tiene consecuencias drásticas para la
población: caída del crecimiento, menores salarios, menores servicios
sanitarios, educativos y sociales, menos inversión en investigación,
desarrollo e innovación (I+D+i), más deuda, en definitiva menos derechos y más
fragilidad.
Pero como la última
ratio de este capitalismo no son las personas. A la gente se le desahucia
de sus casas, se les manda a dormir a la calle y, en ocasiones, por falta de
abrigo y alimentación mueren. Hay que tener en cuenta, además, que “las
personas desahuciadas de su vivienda tienen una probabilidad hasta tres veces
mayor que quienes permanecen en su hogar de acudir a la consulta del médico con
síntomas clínicos de depresión aguda[3]”, entre otros.
Otras personas
antes de ver pasar penurias a su prole e impotentes ante la situación en la que
permanecen se suicidan. Pero los niños son también víctimas: “La mortalidad
infantil en Grecia ha aumentado en más de un 40%[4].” Los más ante la pérdida
de calidad de los servicios sanitarios ven disminuida su esperanza de vida y
contemplan como crece su inseguridad ante una necesidad sanitaria que suponga
grandes desembolsos. Algunos se van muriendo por la falta de respuesta de los
gobiernos al priorizar el saneamiento económico sobre las vidas de sus
ciudadanos. El ejemplo de la hepatitis C en nuestro país es un botón de muestra
reciente y muy visible pero hay muchos otros ejemplos. Además, las patentes
encorsetan una manera de organizar la sociedad que determina como valor
principal el máximo beneficio de las empresas, reduciendo la muerte de las
personas a un plano que será mayor o menor relevante dependiendo de los
ingresos de la nación y de la persona. Incluso, las empresas pueden considerar
que con el ánimo de un mejor cumplimiento de sus objetivos económicos es mejor
que el medicamento cure pero un poquito para que el negocio se mantenga
y de más beneficio a corto y largo plazo.
La
deslocalización de empresas y la búsqueda del mínimo coste en materiales y salarios,
pone, también, en peligro a los trabajadores que además de cumplir con jornadas
abusivas se les instala en barracones, no ya en fábricas mejor o peor dotadas,
dónde trabajan y duermen. Noventa segundos es lo que tardó la fábrica de
Bangladesh Rana Plaza en derrumbarse, las medidas de seguridad e higiene eran
inexistentes. Las consecuencias fueron fatales: 1.134 personas murieron y solo
algunas lograron sobrevivir, perdiendo sus brazos o piernas entre los
escombros. Podría considerarse que es un percance ocasional o excepcional pero
no lo es, estos sucesos se repiten más de lo que debieran, sin embargo la
resonancia en los medios de comunicación queda ensombrecida por otras noticias
de menor importancia.
Nos cuenta
Chomsky en una de sus últimas entrevistas que el capitalismo es
intrínsecamente sádico, incluso nos dice sobre Adam Smith que reconoció que
cuando se le da rienda suelta y queda liberado de ataduras externas, su
naturaleza sádica se manifiesta porque es intrínsecamente salvaje. ¿Qué es el
capitalismo?, pregunta… y su respuesta: Maximizar tus beneficios a expensas
del resto del mundo. Es la lógica del sistema económico que tenemos. En
estos últimos días después del triunfo de Syriza en las elecciones de Grecia,
se han encendido los debates sobre las políticas tomadas y su salida de la
crisis. En su mayor parte sólo se considera la cara económica del asunto y la
sacrosanta propiedad privada, pero es obligado poner en valor la necesidad de
una sociedad justa que no sólo pretenda el beneficio económico sino
principalmente el beneficio de sus ciudadanos, no permitiendo que ninguno de
ellos sufra. Pero este capitalismo, claramente, no prioriza a las personas y
dejará morir a sus hijos antes de incumplir cualquier requerimiento económico.
Ésta situación trastoca los valores: cuando lo normal es dar de comer a los
hijos antes de dejarlos morir, incluso aunque dejes de pagar las deudas, a
nivel de Estado se nos está pidiendo lo contrario.
Como también ha
manifestado Chomsky Europa es hoy una de las mayores víctimas de esas políticas
económicas de locos, que suman austeridad a la recesión. España, también fiel
seguidor de esta solución, está consiguiendo que más de 11 millones de
trabajadores lo sean en precario, más de 12,8 millones de españoles estén en riesgo
de pobreza o exclusión social. La situación laboral incierta, la pobreza y la
exclusión han hecho constatar a los especialistas médicos el aumento de la tasa
de suicidios y del número de personas con síntomas de depresión y trastornos
psicológicos. Los recortes en los derechos sociales y especialmente en sanidad
no han ayudado, todo lo contrario, han acentuado los problemas de los
ciudadanos. No me atrevo a considerar que objetivos se pretenden con estas
políticas, pero al ver los reiterados fracasos de las mismas y el sufrimiento
de la gente, me parece sorprendente que ¡no seamos capaces de encontrar mejores
soluciones!
El cambio se
hace necesario. Pero nos
hemos acostumbrado ya a que sólo sea el slogan más utilizado por los partidos
políticos. Y la realidad es que se está volviendo a las prácticas bancarias que
nos llevaron a la situación crítica actual. Y seguro que volveremos a cimentar
nuestro progreso en otras burbujas y se repetirá el crecimiento desmesurado del
sector inmobiliario, aunque se tengan muchas viviendas sin ocupar. Volveremos a
encadenarnos a la deuda y el dinero público volará a las manos de los
corruptos. Así todo seguirá igual y se cumplirá nuevamente lo que dijo
Lampedusa “Cambiar para que todo siga igual”.
[1]
El keynesianismo militar es una política económica basada
en el aumento descomunal del gasto público por el gobierno en el área
de defensa militar, en esfuerzo para incentivar el crecimiento
económico, siendo una variación específica y particular del keynesianismo.
[2] Klein, Naomi (2007). La Doctrina del Shock; el auge del capitalismo del desastre.
[3] Stuckler, David y Basu Sanjay (2013). Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. Taurus.
[4] Ibídem.
[2] Klein, Naomi (2007). La Doctrina del Shock; el auge del capitalismo del desastre.
[3] Stuckler, David y Basu Sanjay (2013). Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. Taurus.
[4] Ibídem.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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