Alfonso J.
Vázquez Vaamonde
Sábado, 24 de
enero de 2015
Eso es una circunstancia que hoy día no tiene las connotaciones que tenía
hace incluso menos de un siglo. En aquellas fechas tener un hijo no estando
casada era algo infamante para cualquier mujer. Por eso todas procuraban por
todos los medios que no se supiera que estaban embarazadas y mucho menos que
habían tenido un hijo no siendo infrecuente con ingenuidad propia de la época
abandonar al recién nacido en el quicio de una puerta de casa rica o dejarlo
esperando la caridad de monjas o de frailes.
Estas instituciones y otras de naturaleza oficial, los orfanatos de niños
abandonados, se dedicaban a cuidar de estos hijos de padres desconocidos a los
que se les solía adjudicar el apellido de expósito, del latín expositus,
porque estaban expuestos a morirse al abandonarlos en esas condiciones, aunque
la madre siempre procuraba dejarlo lo más abrigado que podían con los trapos
que tenían. ¡Pobres todos!
Muchas de esas mujeres eran, aunque no siempre, lo que se llamaba “mujeres
de la vida”; veían esa descendencia como un inconveniente para su terrible
actividad con la que apenas lograban más que su supervivencia. Con la
hipocresía característica de los “bien pensantes”, en vez de criticar al
que “paga por pecar” la sociedad menospreciaba al que “pecaba por la paga” por
decirlo en los términos clásicos e insultaba a la víctima más indefensa, al
hijo, llamándole “hijo de puta”: era una acusación infamante. Los insultadores
solían ser hijos de mujeres sacramentalmente casadas que con la hipocresía
propia de una secta de creyentes en el extraterrestre abrahámico despreciaban a
los hijos de adúlteros culpando del adulterio - cometido quizá por su
sacramental esposo – sólo a la mujer y no al varón.
Hoy día esa realidad de ser expósito, felizmente ya a nadie que lo sea se
le coloca ese apellido, no es infamante. Hay menos hipocresía en la
sociedad, aunque todavía queda demasiada. De todos modos dudo que ningún
presidente de Gobierno tolerara que nadie dijera de él que es un “hijo de
puta”. Y si no lo cree Vd. puede hacer la prueba, pero no se lo recomiendo. Le
recuerdo que el art. 208, CP dice: “Es injuria la acción o expresión que
lesionan la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra
su propia estimación. Solamente serán constitutivas de delito las injurias que,
por su naturaleza, efectos y circunstancias, sean tenidas en el concepto
público por graves” y que el art. 504,CP dice: “1. Incurrirán en la pena de multa de doce a
dieciocho meses los que calumnien, injurien o amenacen gravemente al Gobierno
de la Nación, al Consejo General del Poder Judicial, al Tribunal
Constitucional, al Tribunal Supremo, o al Consejo de Gobierno o al Tribunal
Superior de Justicia de una Comunidad Autónoma.”
El autor de la injuria sólo tiene una defensa:
demostrar que es verdad lo dicho y eso es muy difícil. Una cosa es tener la
certeza o incluso saberlo; otra ser capaz de demostrarlo en sede judicial. Por
eso casi siempre el injuriado gana el pleito y el injuriador tiene que
indemnizarle. Por eso hay pocas falsas injurias.
¿Qué pasaría en vez de llamar hijo de puta al
Presidente de un país alguien dijera del Presidente del Gobierno de ese país
que se ha financiado con dinero procedente de orígenes corruptos y que además
no declaró esos ingresos en su declaración de la renta añadiendo al primer
delito el segundo de estafa a la Hacienda Pública y que ese comportamiento
delictivo lo ha mantenido años y años?
Hay países que se distinguen por tener una ética muy
laxa y otros por tener una ética muy estricta. En estos una simple mentira
acaba con la carrera política de quién miente. Da igual que la mentira
sea grande o pequeña; da igual que sea una cuestión de dinero o de atribución
de títulos honoríficos que no tiene; da igual que sea sólo declarar que no
cometió una infracción de tráfico cuando si la cometió, etc. Lo que esas
sociedades sanas éticamente no permiten es el engaño. Pero robar, eso hay pocos
países que se permitan tolerarle ese comportamiento tan ausente de ética al
Presidente de su Gobierno.
Es increíble pensar que pudiera haber un país donde alguien
dijera en público que el Presidente del Gobierno de ese país cobró dinero
procedente de actividades corruptas, que estuvo defraudando durante años a la
Hacienda Pública en sus declaraciones de impuestos y que el difamado no se
querellase contra el que le difamó que si no puede demostrar que es verdad lo
que dijo, en cuyo caso no habría difamación, tendría que indemnizarle por
haberle privado de su fama de persona honrada.
Si tal ocurriera el resultado sería más que espantoso:
todo el país pensaría que ese Presidente del Gobierno no fue difamado sino que
era verdad todo lo que se dijo de él. Pero lo que sería mucho más que terrible
sería el sólo hecho de plantearse la siguiente pregunta: ¿cuántos más en su
Gobierno, cuántos más fuera de su Gobierno y a cuánto asciende el total? Esa
situación obligaría a plantearse que si la ética ciudadana rechaza esa ética es
urgente una ALTERNATIVA ética y ésa es REPUBLICANA. ¡No hay otra!
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