Artículos de Opinión | Concha Mañé* | 17-03-2013 |
Me he
sentido siempre muy afortunada por haber crecido entre mujeres. Todas ellas
mujeres de rompe y rasga, que han hecho que me sintiera protegida, fuerte,
autosuficiente... incluso invencible. Durante toda mi vida he elegido unos
compañeros, una profesión y unas amigas y amigos que no han hecho más que
reforzar mi idea de que yo vivo en igualdad, de que todas estas fechas
conmemorativas no hacen más que marcar una diferencia que no debería existir,
una estrategia política, una actitud hembrista, una celebración que no hace más
que confirmarnos que existe un problema de género, un abismo entre ambos sexos,
un problema sobre hombres y mujeres y no social, un caramelito que estamos
aceptando para estarnos calladas y callados cuando el problema no es de la
mujer (por lo cual no es nuestra lucha ni nuestra responsabilidad como mujeres)
sino de la sociedad al completo. He vivido muchísimos años sin sentirme parte
activa de este problema, creyendo que aunque el escalón existiera yo había
conseguido construir mi mundo para no sentirme en inferioridad de condiciones.
Empatizaba con otras mujeres que si se sentían así, pero me solidarizaba como
puede hacerlo una trabajadora con una parada: sabiendo que la responsabilidad
no recaía únicamente sobre mis hombros de mujer.
No me
parecía justo, por ejemplo, que el día internacional de la mujer trabajadora
(1911) hubiera sido cambiado tres años después al día internacional de la
mujer, porque mujer es una palabra demasiado genérica para sentirme
identificada, y cuestiones como el terrorismo de género, los roles que las
mujeres seguimos heredando, la desventaja laboral, los salarios más bajos, y
otras tantas cuestiones tan diferentes entre sí, además de requerir más de 24
horas, no pueden englobarse dentro del día internacional de la mujer, y no
merecen (al no ser algo intrínseco a nosotras) llevar nuestro nombre, ya que
nos afectan a todas y todos. Siempre reivindiqué el día internacional de la
trabajadora, donde consideraba que no se había avanzado tanto como en otros
ámbitos, y nombre con el que sí me sentía identificada.
Pero hace 10
minutos esa sensación de falsa seguridad se ha roto, aquí, en la sala de espera
de la unidad de corta estancia del pabellón Makua del hospital de Basurto. Y me
ha empezado a entrar una mala ostia que no me tengo al darme cuenta de que las
que hemos venido a acompañar, a cuidar y a consolar a mi amama somos mi madre y
yo, y que quienes vamos a asear y dar de comer a mi aitite de ahora en
adelante, somos nosotras. Y que mi amama, la persona que me ha enseñado a ser
fuerte e independiente, la persona que siempre ha presumido de feminista y tan
moderna, la persona que siempre ha fardado de ser la primera mujer en su
autoescuela y que esta orgullosísima de haber sido quien bailaba el aurresku en
Karrantza en contra de todos los puristas, la persona que me repite una y otra
vez que no me ate a nadie y que sea libre, la persona que yo he tomado como
ejemplo... ayer, viendo que ya se le hacía físicamente imposible seguir
asistiendo a su marido (cosa que el pobre no haría por ella), fue a mí y a su
hija a quienes nos enseñó a limpiar un culo, porque "a nosotras se nos da
mejor". Parece ser que sus hijos varones han nacido con una deficiencia
genética que les impide limpiar el culo de su padre.
Y he
empezado a mirar a mi alrededor y en esta minúscula sala hay dos hombres
esperando una cama libre y siete mujeres acompañándolos.
Y he
empezado a pensar que me gustaría que Ana Mato fuera declarada culpable de
fraude. No por mi posicionamiento libertario, ni por sed de venganza, sino por
todo lo contrario. A las mujeres (tampoco a las ministras de igualdad) ni
siquiera nos dejan la opción de ser corruptas, somos tan tontas que tienen que
serlo nuestros mariditos por nosotras.
Y he
empezado a pensar que la madre de mi amiga Leire ha cuidado de su suegra en un
pueblo que no es el suyo aun habiéndose divorciado hace veinte años.
Y he
empezado a pensar en el capullo que me pasó el virus del papiloma humano y en a
cuántas más se lo habrá contagiado después de haberle avisado.
Y he
empezado a pensar en la nueva ola de anuncios de detergente donde las mujeres
son de nuevo, como hace veinte años, amas de casa ignorantes sin ningún interés
más en la vida que tener la casa limpia.
Y he
empezado a pensar en Telecinco y su representación femenina.
Y he
empezado a pensar en la televisión y su representación femenina.
Y he
empezado a pensar que en realidad el ocho de marzo ya ni siquiera es llamado
día internacional de la mujer ya que en el año 1977 la ONU lo declaró como día
internacional por los derechos de la mujer y la paz internacional. Ya no
entraban más consignas en un solo día.
Y he
empezado a pensar que ojala no hubiera hecho falta pedir a una mujer que
escribiera un texto relacionado con el 8 de marzo. No solamente porque las
ofendidas por toda esta brutalidad machista no seamos únicamente las mujeres,
ni porque en un mundo con esta batalla ganada el texto de un hombre tendría el
mismo valor y connotación, sino porque me gustaría que estos días no fueran
necesarios.
Pero lo que
más miedo me ha dado ha sido darme cuenta de que al terminar este texto me he
quedado mirando a los médicos (sólo a los de bata blanca, por supuesto),
fantaseando con pegar un braguetazo... Vivir en gananciales, dejar de pensar y
asumir mi condición de mujer, tener la casa bien limpia, firmar papeles sin
leerlos, sin entenderlos incluso y poder, algún día, limpiarle el culo sin
esperar que a él le hubieran educado para saber limpiármelo a mí.
* Militante
de CNT

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