"Es de justicia que se empiece a
reparar a la miles de víctimas de esta práctica"
Martes, 17 de febrero de 2015
Por XAVIER MAKAZAGA (*) / CANARIAS-SEMANAL.ORG.- En Euskal
Herria, cárcel y exilio ha estado siempre íntimamente ligados a la tortura.
Miles de vascos han sufrido exilio y/o cárcel debido a la tortura, y no pocos
los siguen sufriendo, porque han sido condenados, o pueden serlo, debido a
causas judiciales contaminadas por dicha lacra. Una lacra que, según se
reconoce a nivel internacional, ha sido habitual en las detenciones
incomunicadas relacionadas con el conflicto vasco.
Por eso, ahora que es tiempo de soluciones, es
de pura justicia que se empiece a reparar esa injusticia y a las miles de
víctimas que ha causado. Tanto a las directamente torturadas, como a quienes
han sufrido o sufren cárcel y/o exilio a causa de ello. Y un buen modo de
comenzar dicha reparación sería sin duda la absoluta invalidación de todas las
causas contaminadas, de una u otra forma, por la tortura. Una medida que sería
sin duda de gran ayuda en la resolución del conflicto.
También en mi caso, fue la tortura la que
me empujó al exilio, en 1981. No vi otro remedio, porque sabía de sobra que
resistir a unos torturadores especializados es una verdadera proeza, y si me
torturaban no sólo terminaría en prisión, sino que difícilmente podría evitar “cantar”
a gente que a su vez sería detenida, torturada y encarcelada, a no ser que
consiguieran ponerse fuera del alcance de los torturadores, en el exilio.
Tomar esa decisión de exiliarse es
bien difícil, pero vivir con el temor permanente a la tortura y las
consecuencias que podría tener una más que eventual “cantada”
normalmente aún lo es más. Sobre todo, si al riesgo personal se le añade el que
podrían sufrir otras personas, en muchos casos muy queridas. Miles de vascos se
han tenido que enfrentar a ese dilema. Por un lado, el pánico a la tortura. Por
el otro, la dura opción del exilio que no hizo sino endurecerse según pasaban
los años.
Encima, el exilio no ha sido siempre
eficaz a la hora de evitar ser torturado. Cientos de exiliados vascos entregados
a los torturadores españoles así lo atestiguan. Y también los deportados por
las autoridades francesas a diversos países, que han vivido durante largos años
con el miedo instalado en su cuerpo, temiendo que esos torturadores llegaran
cualquier día a “interrogarles”. Tenían motivos de sobra para ello,
porque, en enero de 1986, una docena de torturadores españoles llevó hasta el
mismísimo infierno a dos de ellos que se encontraban deportados en
Ecuador.
Ahora bien, la peor de las angustias que
hemos sufrido los exiliados vascos durante décadas es la de que nos
secuestraran, torturaran por tiempo indefinido y nos hicieran desaparecer, como
les sucedió a Joxean Lasa y Joxi Zabala. Ambos fueron
secuestrados en Baiona el 16 de octubre de 1983, trasladados a un edificio
oficial de Donostia, La Cumbre, y torturados hasta arrancarles todo
cuanto sabían e incluso imaginaban. Después, agentes de la Guardia Civil del
cuartel de Intxaurrondo, al mando de Galindo, los asesinaron y enterraron en
cal viva, a fin de hacerlos desaparecer para siempre.
En 1976 y 1980 les ocurrió sin duda algo
bien similar a otro par de exiliados. El primer desaparecido fue Eduardo
Moreno Bergaretxe “Pertur” y cuatro años después corrió su misma
terrible suerte José Miguel Etxeberria “Naparra”. En el caso de Lasa
y Zabala, sus familias pudieron al menos recuperar los cadáveres de ambos
más de once años después de que desaparecieran. Las familias de Pertur y
Naparra no han podido tener hasta ahora ni siquiera ese consuelo.
Aparte de esos cuatro secuestros de
exiliados, en aquella época hubo bastantes intentos más y la psicosis de
terminar como ellos afectó profundamente al colectivo de exiliados. Una cosa
era morir a causa de una de las múltiples acciones de guerra sucia que se
producían entonces, y otra bien distinta caer vivo en manos de quienes iban a
tener todo el tiempo del mundo para torturarnos. Un calvario en el que íbamos a
desear una y otra vez la muerte sin que esta terminara de llegar.
El riesgo de tener el mismo horrible
final que Pertur, Naparra, Lasa y Zabala ha marcado
la vida de los exiliados. Un riesgo en el que la tortura tenía un terrible
protagonismo, y fue nuestra principal fuente de pesadillas: el pánico a caer
vivo en manos de quienes sin duda nos llevarían al peor de los infiernos, y
podrían mantenernos allí por tiempo indefinido.
Es lo que seguramente le sucedió también
a Jon Anza, quien había asimismo huído a Iparralde para evitar
estar al alcance de los torturadores españoles. Su compañera lo vio por última
vez el 18 de abril de 2009 en la estación de Baiona. Tomó allí el tren para
dirigirse a Toulouse, donde desapareció, y su cadáver no apareció hasta diez
meses después, en una morgue.
Esa angustiosa posibilidad de ser
secuestrado, ha estado acompañada además por otra que los exiliados hemos visto
materializarse innumerables veces: la entrega a los torturadores españoles. Una
posibilidad que ha permanecido siempre abierta desde que, el 30 de enero de
1979, las autoridades francesas entregaron a siete exiliados que fueron
sometidos a un verdadero calvario.
La responsabilidad de dichas autoridades en las
torturas sufridas por tantos y tantos entregados a los torturadores españoles
es innegable. Y también en la angustia a la que ha tenido que hacer
continuamente frente el colectivo de exiliados, debido al temor a dichas
entregas. Por no hablar de la obvia responsabilidad de las autoridades
francesas en la guerra sucia que ha costado la vida a decenas de exiliados. En
algunos casos, como el de los secuestros y desapariciones, de manera
especialmente cruel.
Hay que decirlo alto y fuerte: el Estado
español ha torturado y asesinado a un montón de exiliados vascos, con la
colaboración del Estado francés, y por eso se niegan ambos estados a que una
Comisión de la Verdad indague al respecto. Porque le tienen tanto pánico a la
verdad como nosotros a la tortura.
Esa Comisión de la Verdad sería de gran ayuda
para que las víctimas del terrorismo de Estado franco-español puedan contar su
verdad, toda su verdad, y para que reciban la justicia y reparación, con
garantías de no repetición, que ambos estados les deben. Una reparación que
debería priorizar la absoluta invalidación de todas las causas judiciales
contaminadas por la tortura.
En el caso de los exiliados, se deberían
invalidar todas las órdenes de detención, euroórdenes y extradiciones en las
que la tortura haya contaminado, de una u otra forma, los procedimientos. Sea
porque dichos exiliados fueron torturados en su día, o porque lo fueron otras
personas que los involucraron en sus declaraciones. O por cualquier otra forma
de contaminación.
Ésa fue la primera de las medidas que
solicitó en Biarritz, el 15 de junio del 2013, el Colectivo de Exiliad@s
Polític@s Vasc@s que ese día mostró su firme compromiso para avanzar en el
camino de la resolución de las consecuencias del conflicto y enfrentamiento que
ha sufrido y sufre Euskal Herria.
Esa medida ayudará muchísimo en la
resolución de las consecuencias del conflicto, y por eso es tan necesario
adoptarla, para disponer de una buena base sobre la que construir de forma
compartida esa nueva sociedad democrática que tanto anhelamos. Una sociedad en
la que no se deje resquicio alguno a la tortura y nunca nadie pueda ser
encarcelado por motivos políticos, ni verse obligado a exiliarse.
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