Mientras se insiste en el discurso del miedo, antes era
la fuga de Cataluña, ahora el “radicalismo” de Podemos, el Gobierno de este
país continúa con su implacable desmantelamiento del sector público.
nuevatribuna.es |
Fernando Ontañón | 30 Enero 2015 - 18:33 h.
Primero fue el
saqueo, la corrupción, el despilfarro mafioso y hortera de las grandes
inversiones inmobiliarias, la venta de terreno público, el enladrillado gañán
de costas y montes, las construcciones faraónicas, el alfombrado de campos de
golf para turistas
Mientras se insiste en el discurso
del miedo, antes era la
fuga de Cataluña, ahora el “radicalismo” de Podemos, el Gobierno de este país
continúa con su implacable desmantelamiento del sector público. Primero fue el
saqueo, la corrupción, el despilfarro mafioso y hortera de las grandes
inversiones inmobiliarias, la venta de terreno público, el enladrillado gañán
de costas y montes, las construcciones faraónicas, el alfombrado de campos de
golf para turistas (700.000 euros públicos y anuales cuesta el mantenimiento
del famoso campo de golf junto a la valla de Melilla. Al mismo tiempo,
universidades, colegios y centros sanitarios ni siquiera pueden cubrir sus
vacantes de profesorado y personal especializado)… Después llegó la crisis
y, con el fin de desviar la atención de su insana gestión, del fraude
generalizado, de sus cuentas en Suiza, no tuvieron el menor pudor en emprender
una campaña de feroz desprestigio contra todo lo público: el funcionariado
acomodaticio e inoperante; los médicos empeñados en dignificar la gestión
deficitaria de la sanidad, en defender su carácter universal; los profesores
demasiado quejosos de su situación laboral, de la disminución de sus salarios…
Y por fin, tras meses de acoso y derribo llegaron los sucesivos recortes en
Educación y Sanidad, el discurso mendaz de que el sector privado es más
eficiente, más competitivo, más justo y genera mayor riqueza que el público.
Se ha intentado
la privatización por asalto (fracasada gracias a la resistencia heroica de las
llamadas mareas ciudadanas y al compromiso humanista y cívico de un nutrido
grupo de profesionales sanitarios) de la Sanidad madrileña, pero, de forma
subrepticia, esa privatización continúa con la llamada “externalización de
servicios”, gestionados por empresa privadas, con mayores costes y un evidente
deterioro en la calidad de los mismos (por favor, lean La salud como negocio,
Ed. Laiovento, 2014, “Un libro de combate y divulgación”, escrito por
profesionales comprometidos con la defensa de la sanidad pública, que pretende
denunciar lo que están haciendo nuestros gobernantes con la sanidad: “ejecutan
un implacable desmantelamiento del sistema público para generar espacios de
negocio”).
Ahora, siguiendo
ejemplos ya fracasados en otros países, véase Inglaterra, han empezado
las privatizaciones de las últimas empresas estatales que quedan en pie, como
Aena o Transmediterránea, y la liberación del transporte ferroviario. “Pero los
trenes no se pueden gestionar de forma competitiva. Son al mismo tiempo una
actividad económica y un bien público esencial… Si abandonamos los
ferrocarriles –atributo natural de la aparición de la sociedad civil-, o los
entregamos al sector privado, habremos perdido un valioso activo cuya
recuperación será intolerablemente cara” (Tony Judt, Algo va mal, ed. Taurus,
2011).
Y ahora díganme
ustedes, ¿cuál es el verdadero país en fuga, quiénes son los radicales?
Fuente: www.nuevatribuna.es
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