Carlos Echeverría
Vázquez
Abogado y Fundador
y Expresidente de Ateneo Republicano de Galicia
A Coruña 02 de
Febrero de 2014
Las deudas hay que pagarlas, dicen la troika y los acreedores. Y añaden:
no a ninguna reestructuración de la deuda sino tan solo a una breve
prolongación del plazo de devolución.
Eso indica que están dispuestos a volver a negociar, pero de rebajas
nada. Y añaden: El orden mundial se basa en el cumplimiento de los compromisos
adquiridos.
Hasta el gobierno español ha salido a defender su crédito de 20.000 millones
y avisa que no es posible.
La contundencia de la respuesta casa mal con lo acontecido
históricamente fuera y dentro de la Unión
Europea, dándose muchos casos de liberación sustancial de
parte de la deuda, es decir, no es un hecho nuevo, ni imposible, ni contrario a
los usos internacionales.
Los infantiles argumentos esgrimidos para cerrarse a la petición griega
(efecto llamada: vendrán otros con igual pretensión), no se sostienen. Admiten
la razón de unos pocos pero no de muchos que gritarían demasiado. La demagogia
del recurso a la ciudadanía (lo prestado pertenece a todos los españoles, dice
Mariano el de las cositas) es patético. Cuando nuestro presidente asumió la
deuda de nuestros bancos, infinitamente mayor, no le tembló el pulso y accedió
al rescate financiero.
Los acreedores financieros no son ciudadanos, sino buitres carroñeros
que negocian con la angustia de los que sí son ciudadanos, viéndose estos
obligados a endeudarse por necesidad y en las condiciones leoninas de los que fijan las reglas.
Ese orden mundial que reclaman, ha sido respetuosamente aceptado por los
gobiernos que otrora han cedido al chantaje, pues comparten los mismos
intereses. Tendrán que admitir democráticamente que los gobiernos populares que
les sustituyan hagan de forma diferente.
Renegociar lo mal negociado, por decirlo de forma benevolente, no
significa necesariamente romper las reglas. Pero los poderes financieros se ven
cogidos por una pinza que ellos mismos han creado. Dieron créditos suculentos
por plazos, intereses y bonificaciones no rentables, a clientes privilegiados
(grandes empresarios afines, partidos políticos, amigos) a los que incluso
perdonaron toda o parte de la deuda. Esta amabilidad hacia los suyos se
compensaba con la usura inmisericorde a los que estaban fuera del sistema.
Mientras permanece equilibrado su quehacer lucrativo por los dos elementos que
sujetan el tinglado, todo va bien. Pero en el momento en que se desgaja el
extremo donde está la renta remuneradora, sólo queda asumir la pérdida o renegociar con el otro extremo, tarea esta
última notoriamente difícil.
Un diagnóstico compartido es que Grecia, ni a cincuenta años vista,
podrá pagar la deuda que representa un 175 % de su PIB. Negarle la
renegociación es como condenarle a una deuda permanente no revisable.
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