nuevatribuna.es | 11 Febrero 2015 - 19:54 h.
La democracia está conducida por personas que no la odian
atávicamente y usan de ella para destruirla. No se trata de una intuición ni de
un presagio, es una realidad palpable para cualquier persona que tenga uno sólo
de los cinco sentidos en funcionamiento
El muy difícil que una persona a la que no le guste el
fútbol ni tenga cualidades físicas adecuadas pueda llegar a ser un buen
futbolista, aunque tampoco es suficiente con que te guste ni con que seas un
atleta. A mí por ejemplo me gustaba mucho ese deporte cuando era chaval, cuando
jugábamos partidos de cuatro o cinco horas en campos embarrados, pelotas de
goma pinchadas y dos piedras como postes de la portería. No es que fuese Tarzán
pero estaba acostumbrado a subirme a los árboles con habilidad y podía tirarme
una tarde corriendo sin que mi corazón se resintiese lo más mínimo. ¡Qué
tiempos aquellos! Sin embargo, era muy malo, pero malo hasta decir basta,
alguna vez me salió un partido bueno por tesón o porque los otros eran mucho
peores, pero generalmente terminaba desmoralizado al ver como se me escapaban
los de enfrente y era incapaz de meter la pelota dentro incluso en las
ocasiones más claras. Cuando cumplí los quince o dieciséis años, evidentemente,
dejé ese deporte y me dediqué a otras cosas más acordes con mis posibilidades.
Del mismo modo que ocurre con el fútbol, sucede con muchas actividades humanas
generalmente desempeñadas por personas incapaces, refractarias, oportunistas u
obligadas: La política es una de ellas.
Durante los primeros tiempos de la democracia liberal, sólo
podían votar aquellos machos que tenían propiedades y pagaban impuestos,
impuestos que luego se gastaban en ahondar las diferencias entre ricos y
pobres. La democracia liberal fue la superación del régimen feudal para los
burgueses adinerados pero no para el resto de la población. A aquellos hombres
gustaba la política y estaban capacitados para ella porque la política, tanto
entonces como hoy, consistía en legislar para defender los intereses de una
clase social y eso lo sabían hacer muy bien: “El Código Penal –decían- lo
hacemos para los pobres, el civil para los ricos”. La irrupción del movimiento
obrero organizado en los países más desarrollados y la revolución rusa de 1917,
por miedo al contagio, obligaron a los Estados burgueses a convertir en
universal en voto que antes era censitario. Muy a regañadientes, las democracias
europeas fueron aprobando leyes que ampliaban derechos políticos, económicos,
sociales y culturales, pero sin ninguna convicción por parte de quienes siempre
habían tenido el poder, obligados por las circunstancias históricas. Tras las
dos catastróficas guerras mundiales organizadas por el capitalismo, la URSS
salió enormemente reforzada ya que ella sobre todo había sido la vencedora del
nazi-fascismo. Nació en Europa Occidental el Estado del Bienestar como mal
menor ante la amenaza soviética. Desaparecida la URSS, el Estado del bienestar
no tenía ningún sentido y no había por qué tolerarlo. Fue entonces –años
noventa- cuando la democracia comenzó el proceso de descomposición que
actualmente vive y que no cesará mientras la izquierda no sea capaz de
dilucidar sin género de dudas quiénes son los enemigos del interés general.
Son muchísimas las señales que avisan de la gangrena, y
consecuente putrefacción, que afecta hoy a la democracia en todos los rincones
del mundo, aunque se note más en países como España con un pasado dictatorial
todavía sin resolver ni castigar, pero nos fijaremos en los más llamativos por
esenciales para intentar argumentar razonablemente lo antes expuesto.
Comencemos por uno de los pilares democráticos, la libertad de prensa. Hoy en
día en España, pero también en la mayoría de los países de Europa, no existe
más prensa convencional que la de derecha y ultraderecha, como tampoco existen
televisiones de distinta ideología. Se me podrá objetar que eso no es cierto
porque hasta una persona como yo puede escribir en un diario, y sí, es cierto,
pero no lo es menos que hasta la fecha quienes forman la opinión de la mayoría
de la población siguen siendo los diarios convencionales y la televisión. Sin
libertad de prensa, sin la posibilidad de que todas las opiniones puedan llegar
a todos los ciudadanos, la democracia es imposible porque el porcentaje de
manipulados supera con creces al de quienes gozan de una información
contrastada.
La supremacía del poder político sobre todos los demás, eje
básico de la democracia, también se ha quebrado en los últimos años. Si bien en
países como España nunca ha existido por venir de dónde venimos y no haber
soltado lastre, en países de nuestro entorno si comenzó a ser. Hoy, son las
grandes corporaciones financiero-industriales estatales y globales quienes
imponen su ley a la Ley, hoy son organismos completamente antidemocráticos como
la Comisión Europea, el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario
Internacional quienes obligan a los ciudadanos de cualquier país a tragar con
ruedas de molino sin que su voto tenga el más mínimo valor, hoy es posible que
apelando espuriamente a la democracia se obligue a pasar hambre, necesidad,
penuria y desasosiego vital a un porcentaje altísimo de la población mientras un
porcentaje mucho menor acumula fortunas impensables hace sólo dos o tres
décadas porque el Estado ha dejado de cumplir su esencial función
redistributiva y ha vuelto a ser un cruel y violento instrumento de
clase. A tal fin gobiernos, parlamentos y tribunales de garantías
restringen cada vez más los derechos de huelga, manifestación, reunión y
expresión, convirtiéndolos en muchos casos como el español en delitos; con ese
objeto, se arma a la policía hasta los dientes y se la anima “legalmente” a
conducirse con violencia extrema con los ciudadanos cuya libertad, en una
democracia, debería ser el fundamento de su existencia y actuación; con esa
intención se desahucia y se lanza de sus casas a quienes no tienen otro hogar
dónde vivir, se cercena la asistencia social, se diezma la Sanidad y la
Educación Públicas, avanzando cada año un poco más en el camino que conduce
directamente al Estado predemocrático.
No se escatima un céntimo en ministerios de Defensa, tampoco
en subvenciones multimillonarias a la iglesia católica ultramontana que
adoctrina a millones de niños; no existe la austeridad para seguir dando
“indemnizaciones” millonarias a empresas que hacen almacenes de gas que
provocan terremotos, se modifican planes urbanísticos para permitir atrocidades
como el “Plan Canalajas” de Madrid, y la justicia actúa con suma celeridad para
castigar al que roba para comer y es sumamente escrupulosa y lenta cuando de
atajar la corrupción sangrante o el abuso se trata. Entretanto, la izquierda,
aturdida, noqueada, bloqueada, es incapaz de llegar a un acuerdo mínimo para
salvar lo que queda, para restaurar la democracia por encima de cualquier
personalismo, de cualquier queja, de cualquier resabio sin importancia ante la
catástrofe que vivimos y la que están dispuestos a traernos en los próximos
años, sin duda mucho peor que lo que hasta ahora hemos conocido.
La democracia está conducida por personas que la odian
atávicamente y usan de ella para destruirla. No se trata de una intuición ni de
un presagio, es una realidad palpable para cualquier persona que tenga uno sólo
de los cinco sentidos en funcionamiento. Confluir no sólo es fácil, es una
necesidad para todos los que de verdad creen en la democracia como el menos
malo de los sistemas políticos. No hacerlo, un crimen de imposible
calificación.
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