Emilio Jurado | Director de CDIEM
nuevatribuna.es
| 18 Diciembre 2013 - 18:22 h.
Afrontar la
transformación de los sindicatos es una cuestión central para el despliegue de
las políticas de progreso. Respecto de la cuestión sindical, el hecho
determinante, lo que hoy está en tela de juicio es la estructura y el modelo de
funcionamiento de los sindicatos, lo que se escruta es el aparato. Unas más
otras menos, todas las organizaciones sindicales se encuentran bajo el fuego
cruzado proveniente de los errores propios y de los arcabuces de la presión
política conservadora.
No tiene
sentido disimular los defectos y errores que han ido pervirtiendo el sentido
original del movimiento sindical. La defensa de lo derechos de los más débiles
y la lucha por la igualdad encontró un mecanismo de acción en el sindicato que
ha ido sufriendo un proceso de “cosificación” similar al que ha ocurrido en
otras organizaciones sociales, partidos, fundaciones y organizaciones no
gubernamentales incluidas. Y es que la normalización del conflicto social y su
encauzamiento legal hacia propuestas de negociación y consenso, además de
propiciar el clima social más relajado de la historia moderna, ha ido
favoreciendo la creación y consolidación de una organización sindical muy
encorsetada, lineal y aferrada a la estructura orgánica de la negociación, el
pacto y la distribución de los éxitos obtenidos en la mencionada negociación.
Ello ha podido provocar que la senda del sindicalismo se haya orientado a los
medios y no a los fines. Y el sindicato no es un fin en si mismo, sino un medio
de lucha contra la injusticia y la desigualdad en el terreno de la economía y
del progreso social.
Esto por el
lado de los errores de cosecha propia. Pero además el sindicalismo es la pieza
favorita, el trofeo más cotizado del proyecto neoliberal, sabedor que a la
fuerza del mercado ya sólo se le puede oponer la voluntad colegiada en torno a
la reivindicación del sentido ético de lo común frente a la barbarie del
egoísmo mercantilista. El sindicalismo está en el punto de mira del
neoliberalismo y apunta contra él toda suerte de armas teóricas, intelectuales
y mediáticas. El sindicato, esclerotizado por una trayectoria concertista, es
un blanco muy fácil.
El mercado
no busca la extinción del sindicato per se. Ha sabido embridar el conflicto
laboral con la presencia de sindicatos y hasta ha aprendido a promover
organizaciones sindicales a la medida (amarillos). Lo que busca es la
eliminación de toda forma de resistencia. Y si ésta tiene historia, y por tanto
memoria, todavía más peligrosa y mayor la recompensa por acabar con ella.
El
argumento, la munición usada con mayor profusión por parte de teoretas y
opinadores, es que la progresiva profesionalización de los trabajadores y la
consolidación de la sociedad de clases medias, habría dejado sin espacio vital
al sindicalismo, que sin injusticia objetiva que reivindicar, ya solo sobrevive
por herencia revisable. Pues bien, hay que decir que la mejora de las
condiciones de trabajo que subyacen al paso del proletario al profesional y la
acomodación social al disfrute de un conjunto de servicios que fortalecen la
posición de la clase media, ha sido resultado en parte de la acción y presencia
del sindicato como organización promotora de ambas conquistas. Pero sobre todo
hay que enfatizar que lo que está en juego no es el futuro del sindicato
orgánico, si no de el más efectivo de los instrumentos de lucha y resistencia
de los desfavorecidos.
El acoso y
derribo a la sociedad de clases medias y la depauperación de las condiciones
laborales, signos inequívocos de que la regresión ya descuenta la desactivación
del movimiento sindical como mecanismo eficaz de freno, nos muestra el camino
que debería seguir el sindicalismo en un momento de extraordinario desgaste
para las organizaciones: Volver al centro de la lucha sindical: La defensa de
los interés comunes de los desfavorecidos.
La acción
del mercado y su brazo armado la reforma laboral, ha devuelto a una gran
mayoría de personas a la condición de sujetos indefensos fuera del abrigo
colectivo que supone el sindicato. Pero un sindicato nuevo, en el que la
estructura sea una marginalidad y el peso y la orientación de la acción
provenga de las secciones sindicales, de los comités de empresa y de las
relaciones que con terceros puedan tejer éstos.
La lucha por
el salario mínimo en Alemania y el salario digno e EEUU son signos inequívocos
de que la injusticia campa y hemos de oponernos acudiendo a los elementos
básicos. La defensa de la dignidad en el trabajo que se proyecta a toda la
sociedad. La tarea del sindicalismo histórico.

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