Por Gustavo
Vidal Manzanares | La
rebelión es un derecho reconocido a los pueblos. Se reconoce desde la
antigüedad y se ejerce contra gobiernos de origen ilegítimo, pero también
frente a los que habiendo obtenido el respaldo de las urnas derivan hacia
posturas autoritarias en perjuicio de los ciudadanos.
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| Gustavo Vidal Manzanares | 18 Diciembre 2013 - 16:42 h.
La rebelión
es un derecho reconocido a los pueblos. Se reconoce desde la antigüedad y se
ejerce contra gobiernos de origen ilegítimo, pero también frente a los que
habiendo obtenido el respaldo de las urnas derivan hacia posturas autoritarias
en perjuicio de los ciudadanos.
Este derecho
fue incluido en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la
Revolución francesa. También en la Declaración de Independencia de los Estados
Unidos de 1776, que en su párrafo más famoso señala:
“Sostenemos
como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que
son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos
están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar
estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus
poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una
forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el
derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en
dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio
ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.
En este
sentido, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, declara en su
Preámbulo:
“Considerando
esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a
fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión
contra la tiranía y la opresión”.
Pocas dudas,
por tanto, pueden albergarse acerca de la legitimidad del “supremo recurso de
la rebelión”. Quedan por determinar los supuestos, obviamente.
Reflexiones
en torno al caso español
Descartada
la teoría de que los gobiernos lo son “por la gracia de Dios”, en los estados
democráticos modernos la legitimidad de cualquier gobierno se asienta en la
consecución de la libertad, vida y felicidad de los ciudadanos. Cualquier
gobierno que se salga de estos parámetros carece de legitimidad, por más que
haya accedido al poder mediante cauces formalmente democráticos.
En esta
línea, cabría preguntarse si el actual ejecutivo español gobierna para los
ciudadanos o para una minoría financiera y empresarial que parasita a la
mayoría.
Desgraciadamente,
un vistazo a la realidad evidencia que las medidas que se adoptan desde el
ejecutivo tan solo buscan la aprobación de un gobierno extranjero, el alemán,
quien a su vez gobierna para asegurar el pago de la deuda que, de manera
irresponsable, contrajeron los banqueros teutones.
Como bien
sabemos, en su día, la banca alemana comenzó a prestar dinero a raudales, de
manera irresponsable, a banqueros españoles que, a su vez, prestaron de modo
igualmente alocado, imprudente. Como ambos, banqueros alemanes y españoles,
hicieron mal su trabajo, se generó un colosal pufo económico.
En lugar de
asumir las consecuencias de su mal hacer, estos banqueros han transferido
sus deudas al resto de la ciudadanía que en modo alguno es responsable de esos
desaguisados. Para pagar ese dislate se recurre a las políticas llamadas de
austeridad, es decir, recortes en pensiones, sueldos, derechos laborales,
sanidad, educación, subida de tasas, multas desproporcionadas con único afán de
recaudar, etc.
En suma, los
ciudadanos se ven obligados a pagar con su salud, futuro, angustia y
dinero, una deuda que no contrajeron. Los suicidios se han disparado, el
consumo de antidepresivos y ansiolíticos ha aumentado un 50% desde el comienzo
de la llamada “crisis” y los jóvenes más valiosos emigran. Por si lo anterior
no bastara, ante las protestas, el gobierno español contesta con una escalada
de represión de sobra conocida.
Como ejercer
el derecho a la rebelión
Habida
cuenta que el gobierno de España, lejos de fomentar el bienestar social, busca
socializar las pérdidas de delincuentes financieros y empresariales, muchos
ciudadanos han decidido protestar.
Las
protestas no solo se ignoran, sino que se adaptan las leyes para desmotivarlas
y reprimirlas, hasta el punto que el comisario europeo de Derechos Humanos ha
llamado la atención sobre su posible carácter antidemocrático. Para situaciones
como la descrita se instituyó el derecho de rebelión, también conocido como revolución
o resistencia.
La tentación
más primaria podría centrarse en abatir policías y atentar contra bienes
públicos. Pero esto constituye un error en la actual sociedad. No solo resulta
muy poco operativo, sino que, paradójicamente, aleja a la masa, asusta.
Curiosamente, la mayoría de los ciudadanos muestran repulsa ante un contenedor
ardiendo mientras que se regodean de indiferencia ante despidos masivos o
copagos médicos. Es absurdo, pero así funciona la mentalidad española. De
manera que estas vías deben ser desechadas.
Por otra
parte, eso justificaría una represión aún mayor. Quienes hoy imponen multas
salvajes sin control judicial y mandan a la policía a apalear manifestantes,
mañana serían capaces de todo. Y cuando digo todo, me refiero a… todo. De
hecho, siempre ha sido así.
En este
sentido, entiendo que el prius básico de la izquierda en general y de los
movimientos sociales en particular, debe centrarse en despertar a la sociedad,
la llamada “mayoría silenciosa”, pues nada puede construirse al margen de las
mayorías, por muy lerdas que nos parezcan. Las normas neofranquistas del PP
pretendiendo que todo el país sea, por decreto, una “mayoría silenciosa”
prueban la importancia de este asunto.
Evidentemente
no voy a plasmar aquí y ahora las docenas de ideas que me bullen en la cabeza a
modo de rebelión, pero sí incidir en que todas las que se adopten no pueden
abandonar este norte: el desenmascaramiento del actual sistema y el relato
veraz de lo que está ocurriendo y por qué está sucediendo.
La rebelión
habrá alcanzado su punto cuando una mayoría importante de ciudadanos haya
desbrozado el tupido bosque de los engaños y sea totalmente consciente de que
lo vivido no conforma más que una colosal estafa, que todas las políticas de
“austeridad” solo buscan pagar la deuda contraída por golfos y delincuentes
financieros, que el dinero no son más que apuntes contables, simple juego de
monopoly de multimillonarios… si esto llega a suceder, una considerable
mayoría tomando la calle de manera decidida e indefinida puede cambiar
las cosas.
Entonces
habrá empezado la rebelión, nuestro derecho.

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