Por Pedro
L. Angosto | Hace
unos días, Carmen, nieta de Don Juan Negrín López, anunció que el archivo de su
abuelo regresaba a casa, concretamente al Cabildo Insular de Las Palmas.
nuevatribuna.es
| Pedro Luis Angosto | 18 Diciembre 2013 - 11:31 h.
A Carmen Negrín
Hace unos
días, Carmen, nieta de Don Juan Negrín López, anunció que el archivo de su
abuelo regresaba a casa, concretamente al Cabildo Insular de Las Palmas. Don
Juan Negrín no pudo regresar nunca porque aquí mandaba un asesino contumaz,
como tantos otros hombres egregios –y Negrín lo fue en todos los sentidos- yace
fuera de nuestras fronteras, pero ahora tenemos aquí su verdad, los papeles que
desmienten lo del oro de Moscú, que muestran a un hombre con una profundísima
formación humana y científica que sacrificó su vida para intentar evitar que
España –mientras algunos de sus aliados interiores se dedicaban a eso de las
banderas- no cayese bajo la bota del nazifascismo. No lo consiguió porque el
Reino Unido impuso la No-Intervención y dejó a España en soledad, porque
gracias a esa política las armas que mandaba la URSS a precio de oro se
quedaban en la frontera francesa, pero advirtió a Europa, en siete idiomas, en
la Sociedad de Naciones: “La guerra de España es el comienzo de la guerra
europea, si no ayudáis a España arderá todo el continente…”. Así fue.
Éramos
chavales, bastante revoltosos por cierto, de entre ocho y doce años. Corríamos
por las calles embarrancadas, subíamos a los árboles, robábamos fruta para
comerla en el acto mientras nos disparaban balas de sal, parábamos las
acequias, registrábamos escritorios llenos de papeles sin sentido, baúles con
olor a membrillo donde yacían sábanas, colchas de punto y algunos recuerdos,
jugábamos horas y horas dentro y fuera de casa, patadas al balón de goma, nos
apedreábamos con mucho cariño, cristales rotos. Judíos, gitanos, sois más malos
que Negrín, nos decían los vecinos, los padres, los abuelos. Luego venía la
alpargata, de vez en cuando alguna hostia, y otra vez la frase: “¡sois más
malos que Negrín, peor que Negrín, salvajes!”.
El lavado de
cerebro que acompañó al genocidio franquista –sin el cual no habría sido
posible- surtió efecto en muy poco tiempo. Negrín, de héroe de la resistencia
democrática pasó a villano en el régimen del Nacional-Catolicismo, del fascismo
español. Sin embargo, nunca se sufrió tanta hambre –en todos los sentidos- como
cuando los curas, los militares y los terratenientes recuperaron a sangre y
fuego el poder que “por naturaleza” les correspondía. Las píldoras del Dr.
Negrín, esas lentejas tan denostadas que fueron elegidas por el maestro de
fisiólogos dado su valor proteico y energético para alimentar a un pueblo
sitiado por todos lados, impidieron que la hambruna acabara con la vida de
miles de personas en la zona leal. Ni alimentos nos vendían las grandes
potencias democráticas temerosas de que el Führer enfureciera, pero sabedoras de
que lo haría, de que lo había hecho ya en España, en Austria, en
Checoslovaquia. Enrique Moradiellos, uno de los grandes historiadores de este
país, escribió hace no mucho una tan monumental como esperada biografía, la de
Don Juan Negrín López, cubriendo un vacío ya lacerante. Para ello no sólo contó
con el archivo personal del gran científico y político, sino con los de la CIA,
el FBI, el Foring Office, el KGB, los bancos de España, Francia, México,
Inglaterra, Rusia y todos los archivos estatales de los países que tuvieron
algo que ver, por activa o por pasiva, con la guerra y la posguerra española. Y
no dejó cabos sueltos, es un libro de historia para la Historia.
Don Juan
Negrín fue ante todo un hombre bueno, un hombre que sacrificó su vida para
evitar que en su país ocurriera lo que tras la victoria de los felones ocurrió.
Políglota –dominaba a la perfección cinco idiomas y con bastante tino otros
tantos-, se formó en Alemania, siendo el maestro de casi todos los grandes
fisiólogos españoles del siglo XX, desde Severo Ochoa a Grande Covián, pasando
por García Valdecasas, José Puche, Blas Cabrera o Rafael Méndez. Comisario para
la construcción de la Ciudad Universitaria madrileña, su meticulosidad y celo
le llevaron en ocasiones a subirse a los andamios donde los albañiles
trabajaban a marchas forzadas para acabar las nuevas facultades. Lo suyo fue
siempre estar al pie del cañón, en el tajo.
La misma
entrega, idéntico metodismo, ilusión, voluntad e ingenio que había aplicado a
la formación de médicos y fisiólogos o a la supervisión de la construcción de
la Ciudad Universitaria, dedicó Negrín a la política cuando de la mano de su
íntimo amigo Indalecio Prieto accedió al Ministerio de Hacienda. Tras poner
orden en las arcas públicas, Negrín, con el asentimiento del resto de
ministros, decidió trasladar las reservas de oro a Rusia, el único país
dispuesto a vender, y a qué precio, armas al gobierno democrático español. Años
después de la guerra, Negrín entregó al Banco de España franquista
justificantes pormenorizados que aclaraban en qué se había gastado ese dinero:
Armas, comida y ayuda a los desterrados. Franco ocultó esos justificantes y
siguió alimentado el mito de Satanás-Negrín. Hace años, Enrique Moradiellos y
Ángel Viñas nos lo pusieron delante de los ojos junto con los de su archivo
personal: No sólo se gastaron esas reservas, sino que el Gobierno republicano
español dejó sin pagar un crédito a la URSS. Aún se debe.
Negrín sabía
que sin la ayuda de las democracias la guerra estaba perdida. Soldados sin armas
ni municiones, mal nutridos, difícilmente podrían ganar a un ejército bien
pertrechado y apoyado por las potencias nazi-fascistas. Una y otra vez, hasta
el final mismo de la contienda, apeló a las democracias para que obligasen a
Franco a firmar una paz sin represalias; una y otra vez tanto Francia como
Inglaterra se negaron, una y otra vez el fascista general Franco ignoró sus
ruegos de paz sin venganza. Todos sabían lo que los fascistas españoles habían
hecho en los territorios que habían ido tomando: Un exterminio político;
también sabían lo que harían si ganaban la guerra. No se equivocó Negrín ni
quienes le defendieron hasta la derrota. Negrín utilizó al Partido Comunista,
nunca el Partido Comunista a él, para organizar la política de resistencia, seguro
como estaba de que la guerra mundial estallaría de un momento a otro uniendo la
causa de la democracia española a la de los aliados. El bienintencionado pero
desgraciado golpe de Estado del coronel Casado dio al traste con su política de
resistencia, pero Don Juan Negrín no se dio por vencido y desde la posición
Yuste, en las proximidades de Elda, apenas custodiado por unos cuantos
soldados, quiso proseguir la lucha junto a su pueblo. Salió de Alicante cuando
los mercenarios le pisaban los talones, pero nunca se rindió. La España
republicana, gracias a él, nunca se rindió.
Uno de los
más grandes científicos y estadistas de este país logró salir de la mano de
Moradiellos y de Viñas del vertedero de la ignominia y la mentira donde todavía
yacen miles de españoles esperando que se haga la luz. Don Juan Negrín López,
su verdad, nuestra verdad está al alcance de todos gracias a ellos y a Carmen
Negrín que nos ha regalado la luz, lo que no quita para que quien quiera siga
“instruyéndose” leyendo a ignorantes aviesos como César Vidal o Pío Moa: Éste
es un grave problema de difícil y lenta solución, más cuando los historiadores
e intelectuales “correctos” nutren las filas de la equidistancia cómplice, y
sus propagadores están el el Gobierno. Sin embargo, en estos días de oprobio,
miseria humana y represión, la figura de don Juan Negrín López es, tanto como
entonces, un ejemplo a seguir: “Resistir, es vencer”.

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