José Manuel Rambla | Periodista
nuevatribuna.es
| 13 Diciembre 2013 - 18:42 h.
Hubo un
tiempo, añorado hoy por los conservadores más melancólicos, en que los manuales
de urbanidad nos enseñaban la obligación de ceder el asiento a los mayores en
los autobuses. Y en los botes salvavidas a las mujeres y los niños en los casos
de naufragio. Pero los tiempos cambian y las normas se hacen mucho menos
rígidas. Sobre todo ahora que los expertos en buenos modales a sueldo de
cualquier think tank neocons parecen haber llegado a un consenso para
reducir las normas de buenas maneras a una sola regla: los ricos primero.
La norma,
por otra parte, no es más que la aplicación estricta de aquella otra ley no
escrita que dictaminaba que quien paga manda. Nos lo recordaba estos días el
profesor de Filosofía Política de Harvard, Michel J. Sandel, al advertirnos de
los perversos efectos que la creciente desigualdad tiene en la democracia. Y es
que las salas VIP de los aeropuertos comienzan a ser un inocente recuerdo ahora
que los clientes que pueden permitirse asumir el sobrecoste pueden experimentar
el placer de acceder sin colas a la sala de embarque, ni listas de espera,
viajando siempre en primera. Pero la priorización de los adinerados no se
reduce a las agencias de viaje. De hecho, fue Marx quien hace ya bastantes
décadas alertó de que con el capitalismo todo tiende a convertirse en
mercancía. La diferencia está en que hoy se perdió el pudor por la compraventa
de algunos productos cuya adquisición antaño sonrojaba.
Así, hoy es
posible contaminar más de lo permitido por el módico precio de pagar 13 euros
la tonelada de dióxido de carbono. Y en el presidio de Santa Ana, en
California, el reo tiene la oportunidad de pernoctar en celdas de lujo por el
módico precio de 82 dólares la noche, una oferta sin duda atractiva para ser
implantada en España con la que se podría hacer más llevadera la breve estancia
en prisión de tanto prevaricador, corrupto y malversador mientras espera el
indulto gubernamental. Por faltar no faltan ni las ofertas de amigos de
alquiler gestionados, sin duda, por las más serias y competitivas empresas.
Todo ello le
lleva a preguntarse a Sandel sobre dónde está el límite a la total
mercantilización de nuestra cotidianidad y nuestras necesidades. La
disquisición tampoco es nada nueva si pensamos que mientras la ética
protestante trabajaba de firme para sentar las bases del capitalismo, el
catolicismo realmente existente en la época hacía sus pinitos, mucho antes
de poner en marcha el Banco Vaticano, con la venta al por mayor de
aquellas acciones preferentes para el Paraíso a base de bulas y misas de
difunto.
Así pues no
resulta extraño que España se sume a las nuevas modas. O Catalunya. Por lo
pronto, los trabajadores del Hospital Sant Pau de Barcelona denunciaban la
pasada semana que la dirección del centro priorizó la intervención quirúrgica
de un paciente privado de pago a una urgencia de un enfermo perteneciente al
sistema público de salud. Pues eso, lo dicho, los ricos primero convertido en
norma única de urbanidad. Aunque con excepciones, claro. Ahí está, por ejemplo,
la nueva legislación de seguridad ciudadana que quiere aprobar el PP y sus
planes para privatizar el orden público. Seguro que, en este caso, las dos
primeras hostias de un segurata no se las va a llevar Amancio Ortega.

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