El referéndum constitucional croata muestra
el corazón podrido de Europa
Srećko Horvat 12 DIC 2013 - 00:00 CET
Imagínense
el siguiente escenario distópico: después de un partido de fútbol, en uno de
los estadios más grandes de Alemania, uno de los jugadores se hace con un
micrófono y grita: “¡Heil Hitler!” Más de 30.000 personas contestan con una
sola voz: “¡Heil!”. Solamente unos días más tarde, el 65% de los alemanes
decide votar contra los homosexuales en un referéndum nacional. Al mismo
tiempo, se están ya recogiendo firmas para organizar otro referéndum, esta vez
para prohibir la lengua yiddish. ¿Cómo llamarían ustedes a estos
acontecimientos? ¿Democracia, o tal vez… nazismo?
Hasta ahora,
Croacia había celebrado tres referéndums, el primero tuvo lugar en 1991, para
declarar su independencia de Yugoslavia, el segundo se celebró en 2012, sobre
el acceso a la Unión Europea, y el tercero se ha celebrado el 1 de diciembre de
2013, para cambiar la definición de matrimonio en la Constitución. Justo unos
días antes del referéndum, en la celebración de la clasificación de Croacia
para la Copa del Mundo, el futbolista Joe Šimunic', agarró un micrófono y gritó
a los aficionados desde el terreno de juego: “¡Por la patria!”. Los 30.000 fans
contestaron: “¡Listos!”, lo cual podría no sonar como nada en especial si no
fuera porque había empleado la frase “Za dom spredni!”, un antiguo grito
de guerra utilizado por los ustashas, los colaboradores croatas del
régimen nazi que enviaron a decenas de miles de serbios, judíos y otros a los
campos de concentración.
En 1941, el
régimen croata pro-nazi promulgó una ley que prohibía el alfabeto cirílico en
el territorio del Estado Independiente de Croacia (NDH); a diferencia de ello,
el actual gobierno croata se propone establecer una ley según la cual el
bilingüismo sea indispensable en los lugares donde una minoría supere el 30% de
la población. En septiembre de este año se pusieron placas en cirílico en
edificios oficiales de Vukovar, una ciudad que fue asediada y destruida por los
serbios en 1991. Pero los carteles fueron derribados por manifestantes
enfurecidos. Los mismos que ahora han empezado a reunir firmas para que se celebre
un referéndum sobre los derechos de las minorías étnicas bilingües con el
objetivo principal de que, para la introducción del bilingüismo en favor de una
minoría étnica, se eleve el umbral al 50% de la población. En otras palabras, a
algún genio se le ha ocurrido la idea de que una minoría puede tener derechos
solamente si es una mayoría.
Lo que
demostró el 65% que votó a favor de prohibir los derechos de los gais es que la
verdadera amenaza para la familia —que supuestamente es lo que se defendía
durante el referéndum constitucional croata— no son los gais ni otras minorías.
La verdadera amenaza para la familia es exactamente toda esa gente que no se da
cuenta de que es el capitalismo el que la está destruyendo. Tan sólo una semana
antes del referéndum, el gobierno croata dejó preparado el plan para privatizar
el agua. Y por lo que respecta a la falta de empleo entre los jóvenes, Croacia
solamente se ve superada por Grecia y España, con un 52% de índice de
desempleo. En lugar de organizar un referéndum sobre ese tipo de problemas,
Croacia gastó 6,2 millones de euros en un referéndum para definir algo que ya
está definido en la ley sobre la familia: el matrimonio es una comunidad
legalmente regulada entre una mujer y un hombre.
La verdadera amenaza
para la familia no son las minorías, sino quienes no se dan cuenta de que es el
capitalismo el que la está destruyendo
Pero sería
erróneo sacar con ello la conclusión de que Croacia vuelve a estar ahora más
cerca de los Balcanes y de países conservadores como Polonia, Hungría, Bulgaria
o Rumania. ¿Qué decir entonces de las decenas de miles de manifestantes que
desfilaron en París en marzo de 2013 en contra de la nueva ley francesa de
matrimonios del mismo sexo? ¿Y qué hay del ambiente existente hacia las
minorías, incluso en países como Dinamarca o Suecia, por no hablar de Italia o
Grecia?
Parece más
oportuno que nunca sacar a colación un viejo chiste. En el control de
pasaportes del aeropuerto de Zagreb, un oficial le pregunta a un turista:
“¿Cuál es su nacionalidad?” El turista contesta: “Alemán”. Entonces le pregunta
el oficial: “¿Ocupación?”. Y el alemán le contesta: “No, sólo de vacaciones”.
Por un lado, el gobierno croata —sin excesiva presión de la Troika— está
haciendo el trabajo de Angela Merkel. Por el otro, ya no necesitamos ninguna
ocupación más de los nazis, puesto que los nazis están viviendo entre nosotros.
Ante esta situación, los alemanes pueden sentirse realmente relajados y
disfrutar de sus vacaciones.
Lo que nos
ha mostrado el referéndum constitucional croata no ha sido sólo un mal uso de
la democracia y una reacción conservadora; es en realidad todo un síntoma del
corazón podrido de Europa, de un continente que no sólo se está pareciendo cada
vez más al distópico escenario descrito más arriba, sino que hace realidad las
peores pesadillas del siglo XX. O, como diría el poeta croata Marko Pogacar:
“Lo único que es más horrible que el fascismo es el fascismo moderado”.
Srecko Horvat es filósofo croata y coautor, con
Slavoj Zizek, del libro El Sur pide la palabra, de próxima aparición.
Traducción del inglés de Juan Ramón Azaola
Traducción del inglés de Juan Ramón Azaola
Fuente: www.elpais.com

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