20 diciembre
2013
Vicenç
Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas Universidad Pompeu Fabra
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas Universidad Pompeu Fabra
España
está viendo el final de un periodo que se inició en la Transición de la
dictadura a la democracia, que ocurrió después de la muerte del dictador
General Franco. Este lideró una de las dictaduras más crueles que han existido
en Europa durante el siglo XX. Nunca debería olvidarse que por cada asesinato
político que cometió el régimen fascista liderado por Mussolini, el régimen
fascista liderado por el General Franco cometió 10.000, tal como ha documentado
el Profesor Malefakis, experto en fascismo europeo, de la Columbia University
de Nueva York en EEUU. Esta dictadura se inició en 1939, cuando las fuerzas
golpistas que se levantaron en el año 1936 contra un gobierno democráticamente
elegido triunfaron con la ayuda del nazismo alemán y del fascismo italiano, que
proveyeron el material militar utilizado por el Ejército golpista del que la
República carecía.
La
brutalidad de aquella dictadura era necesaria para mantener un régimen
impopular, que representaba los intereses de una minoría frente a una mayoría
-las clases populares de los distintos pueblos y naciones que constituían
España-. Era una dictadura totalitaria –y no solo autoritaria- que intentó
imponer una ideología totalizante (es decir, que invadía todas las áreas más
íntimas del ser humano, incluyendo el sexo y el lenguaje) conocida como
nacionalcatolicismo, que era una mezcla de un nacionalismo imperialista
asfixiante, que no reconocía la plurinacionalidad de España, y un catolicismo
sumamente reaccionario, promovido por una jerarquía eclesiástica que formaba
parte de aquel Estado dictatorial (los sacerdotes eran pagados por el Estado y
el dictador nombraba a los obispos). No es cierto, pues, que la Iglesia se
limitara a apoyar al Estado fascista. No, la Iglesia estaba mucho más
involucrada en aquel régimen de lo que ahora admite. En realidad, la Iglesia
era parte de aquel Estado y contribuyó a la represión, tanto ideológica como
física, de aquel régimen. Muchos tribunales de la dictadura, encargados de la
represión, tenían sacerdotes en su seno.
Durante
aquel régimen, enormemente represivo y responsable del enorme retraso económico
y social de España (cuando el dictador murió, España tenía el gasto público
social más bajo de Europa, con el mayor porcentaje de analfabetos en este
continente). La resistencia a aquel régimen la lideró el movimiento obrero,
convirtiendo a España -en los últimos años de la existencia de la dictadura- en
el país europeo donde hubo más días laborales inactivos como consecuencia de
huelgas, y más agitación social. Esta agitación político-social, ampliamente
apoyada por las clases populares en España, fue determinante para que terminara
aquel régimen dictatorial. Recordemos que, aun cuando Franco murió en la cama,
la dictadura murió en la calle.
El objetivo de los movimientos progresistas
El
objetivo de aquella resistencia contra la dictadura era crear una España justa
(la dictadura creó uno de los países con mayores desigualdades sociales
existentes en Europa), democrática y plurinacional, en la que los distintos
pueblos y naciones que constituyen España pudieran convivir voluntariamente en
solidaridad, en un sistema federal. Todos los partidos de izquierda en España,
desde el PSOE al Partido Comunista (que lideró la resistencia antifascista),
incluyendo otros partidos, tales como los partidos anarco-sindicalistas,
compartían también esta visión. Todos ellos siempre habían reconocido (y
continuaron haciéndolo durante la clandestinidad) la necesidad de establecer un
sistema democrático federal, en el que se incluía el derecho a decidir (que se
llamaba, en sus documentos, “autodeterminación”) que tenía que tener cada
nación en España (véase mi artículo “Por qué lo nacional está ocultando lo
social”, en Pensamiento Crítico). Durante la dictadura, la lucha por la
libertad, la democracia y la justicia social, y la lucha por la identidad y la
autodeterminación nacional, fueron juntas, siendo las izquierdas las que
lideraron estos movimientos.
El
que estas movilizaciones determinaran el fin de aquel régimen no significó que
hubiera una ruptura con aquel Estado que sostuvo e impuso la dictadura. Los
partidos de izquierda eran muy débiles y justo salían de la clandestinidad. La
ultraderecha (heredera del régimen fascista), en cambio, continuaba controlando
el aparato del Estado bajo el liderazgo del Monarca (nombrado por el Dictador),
gestionando para este Estado el proceso de Transición supervisado por el
Ejército. De ahí que la democracia resultante de la Transición fuese
extraordinariamente limitada y, como consecuencia, el Estado del Bienestar
también permaneció muy subdesarrollado (ver mi libro El subdesarrollo social
de España. Causas y consecuencias). Los grupos de poder económico y
financiero (hegemonizados estos últimos por la banca) continuaron teniendo un
enorme peso e influencia sobre el Estado, lo que explica tanto la pobreza de
los recursos del Estado (tanto a nivel central como autonómico y local) como la
enorme regresividad del sistema fiscal, que ha favorecido sistemáticamente a
las rentas del capital (sobre las rentas del trabajo), a las clases sociales de
renta superior, y a las grandes familias y grandes empresas que han configurado
el espacio económico y financiero en España. Estos grupos y clases sociales,
junto con la Iglesia y el Ejército y con la ayuda de los medios de información
públicos o privados de mayor difusión (que controlan o sobre los que tienen
mayor influencia), continuaron dominando la proyección ideológica del
nacionalcatolicismo, negando, entre otras realidades, la plurinacionalidad de
España y el derecho a decidir. En realidad, la democracia en España se limitaba
a una democracia representativa, muy poco proporcional, orientada al
bipartidismo, y que se reducía a votar cada cuatro años, dando gran
protagonismo a las élites de los partidos mayoritarios y/o gobernantes, confundiendo
la política con el politiqueo de las cúpulas de los partidos. La democracia
directa –el poder de decidir-, como referéndums o consultas populares, no
existía ni existe prácticamente en España (ni a nivel central, ni a nivel
autonómico y local).
La Constitución supervisada por el Ejército
Es
interesante resaltar que, en contra de lo que se ha publicado en este país, la
Monarquía y el Ejército jugaron un papel clave en el diseño de la Constitución.
Ahora, más de treinta y cinco años después, se ha podido saber y documentar lo
que muchos habíamos denunciado. Es decir, ni la Transición fue modélica, ni la
Constitución era un instrumento que pudiera facilitar el desarrollo del sistema
democrático. El Ejército y la Monarquía (que lo lideraba) impusieron una visión
nacionalista españolista, negando la plurinacionalidad del Estado español y la
autodeterminación de los pueblos y naciones de España, asignando al Ejército la
misión de garantizar que la visión derechista del Estado prevaleciera. Y las
izquierdas, y muy en particular el PSOE (que había enfatizado en sus documentos
la necesidad de conjugar la lucha por la justicia social con la reivindicación
nacional y el derecho de autodeterminación), abandonaron por oportunismo el
segundo objetivo, convirtiéndose en unos de los máximos promotores de la
Constitución.
La
irresolución de este problema, creado por la imposición del Ejército y la
enorme intolerancia y rigidez de las derechas españolas (ayudadas por las
izquierdas gobernantes en el Estado central español) hacia otra visión distinta
de España que la actual, llevó, inevitablemente, a la situación actual de
enorme enfrentamiento entre Catalunya y el Estado español.
Ni
que decir tiene que las derechas catalanas también se beneficiaron de este
enfrentamiento, pues permitió establecer una alianza multiclasista,
erigiéndose, paradójicamente, en los defensores de la nación catalana. Y digo
“paradójicamente” porque han sido responsables de las políticas públicas que
han estado dañando a las clases populares de Catalunya, que constituyen la
mayoría del pueblo catalán. Los dos nacionalismos, el españolista y el
catalanista, instrumentalizados por las derechas, se alimentan el uno al otro,
escondiendo detrás del conflicto nacional una alianza de clases (que aparece en
su apoyo a las posturas neoliberales que están dañando enormemente al pueblo
español y al catalán).
El gran rechazo al Estado español en Catalunya (y en
España)
Son
estas políticas neoliberales realizadas por las élites gobernantes a ambos
lados del Ebro las que han generado un movimiento de rechazo, cuestionando
incluso la legitimidad del Estado, pues las élites gobernantes, tanto en España
como en Catalunya, están llevando a cabo políticas públicas sin que tengan un
mandato popular para realizarlas. Y todo ello lo hacen, consiguiendo lo que
siempre han deseado (es decir, el desmantelamiento del Estado del Bienestar en
Catalunya y en España, la reducción de los salarios y el debilitamiento del
mundo del trabajo). Para alcanzar este objetivo, han tenido el inestimable
apoyo de la Troika, que representa los intereses de la patronal financiera
(banca y compañías de seguros) europea (y muy en especial la alemana).
Este
rechazo ha generado el mayor número de movimientos sociales de protesta que
haya existido en Catalunya y en España desde la reinstauración de la
democracia. Es un síntoma del enorme hartazgo que, además de social, en
Catalunya se traduce en un hartazgo nacional, es decir, un deseo de salirse de
este Estado, independientemente de que el ciudadano censado en Catalunya sea
independentista o no. En realidad, el dato de mayor relevancia hoy en Catalunya
es el gran número de personas que se sienten españolas y que votarían, en
cambio, a favor de la independencia. Este movimiento pro “derecho a decidir” está
agitando Catalunya y España.
El movimiento Procés Constituent
Entre
estos movimientos en Catalunya, ha surgido uno –que yo apoyo-, que se ha puesto
al servicio de las clases populares, que desean un cambio profundo en
Catalunya, en sus estructuras económicas, financieras, culturales, mediáticas y
políticas, democratizándolas a todas ellas, lo cual quiere decir haciendo que
estén al servicio de las necesidades de la mayoría de la población. Su
programa, expuesto en su Manifiesto de diez puntos, refleja este compromiso,
que es radical tanto en su contenido como en su forma. Y entiendo por radical
el deseo de ir a la raíz de los problemas. Y un indicador de ello es el
compromiso de democratizar Catalunya, hoy muy controlada por una élite (el
famoso Félix Millet decía que eran 200 familias) que domina la vida económica,
financiera, cultural, mediática y política del país. Es el 1% de la sociedad
que el movimiento estadounidense Occupy Wall Street ha hecho famoso como
eslogan, y que se ha promocionado para indicar gráficamente el nivel de control
de la sociedad por una minoría, lo cual también ocurre en Catalunya (y en
España) (ver mi artículo “El problema es mucho mayor que el 1%” en www.vnavarro.org).
Es
un movimiento político-social, que no desea ser un partido político. Y se ha
extendido en un periodo de tiempo muy reducido a lo largo del territorio
catalán. Su estrategia es la de empoderar a las clases populares, hastiadas del
Estado español y del establishment económico, financiero, político y mediático
catalán que, en alianza con el establishment español, están dañando el
bienestar y calidad de vida de las clases populares. Personas de todas las
sensibilidades progresistas tienen en común su dedicación al desarrollo del
Manifiesto, incluyendo el compromiso del derecho a decidir del pueblo catalán,
al cual se le considera como nación, como depositario de la soberanía de
Catalunya. Es el pueblo catalán el que tiene que decidir si quiere ser una
comunidad autónoma o formar parte de un sistema federal, o ser un Estado
independiente.
Y
lo que caracteriza este movimiento no es un sentimiento anti España, pues se
siente hermanado con las clases populares que hoy a lo largo del territorio
español están luchando por otro Estado, extendiendo el derecho a decidir sobre
los temas que la ciudadanía desee a lo largo de todo el territorio español. El
objetivo del Procés Constituent es ayudar a establecer una gran alianza de
movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos, y otras fuerzas sociales
y políticas que vaya incrementando su nivel de exigencia (es decir, su
radicalismo) para alcanzar una transformación, en la práctica, revolucionaria,
de Catalunya (con el rechazo más radical posible a cualquier forma de
violencia, considerada como reaccionaria).
Todo ello queda reflejado en el libro Sin miedo.
Conversación entre Teresa Forcades y Esther Vivas, que de una manera clara
y sencilla explica lo que es el Procés Constituent desde dos sensibilidades
distintas. Teresa Forcades, monja benedictina de Montserrat, es independentista
debido a su deseo de reivindicar la comunidad más próxima a la población, y
cree en la autogestión a todos los niveles, con autonomía y soberanía plena
(ver mi artículo “No al sectarismo de izquierdas: en defensa de Teresa”. Público,
08.08.13 y “El sectarismo obstaculiza el debate, no lo facilita”, en
www.vnavarro.org). Y Esther Vivas, periodista y socióloga, es y se siente
catalana pero no independentista, aunque votaría hoy por la independencia, como
harían miles de personas en Catalunya, pues no cree que Catalunya pueda
transformarse profundamente siendo parte del Estado español. Hay otras
sensibilidades en el Procés Constituent que puede que todavía crean que pueda
hacerse el cambio profundo en Catalunya junto con otras naciones y pueblos de
España. Ahora bien, todas las sensibilidades apoyan la soberanía del pueblo
catalán, punto en común de todos los miembros del Procés Constituent. Pero,
independientemente de la sensibilidad de la que se proceda, hay un compromiso
de cambiar y revolucionar Catalunya profundamente, democratizándola, lo cual
implica una incompatibilidad con el orden económico establecido y con la
limitadísima libertad política y mediática existente en Catalunya. Aconsejo la
lectura del libro. Creo que sería muy positivo que movimientos semejantes se
establecieran también en España. Para aquellos que estén predispuestos, el
libro de Teresa y Esther es una referencia que les será útil y de gran valor.
Fuente: www.publico.es
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