05 septiembre 2013
Luis
García Montero
Una de las condiciones
fundamentales del ejercicio crítico es el deseo de exactitud. Supone un error
grave considerar que una opinión es más crítica cuando parece más rabiosa. La
exageración no significa un ahondamiento, sino una forma de descomposición. Las
inexactitudes implican con frecuencia una simple renuncia a la voluntad de
conocimiento que caracteriza la meditación crítica.
La exactitud cobra más
valor cuando los asuntos pueden tener repercusiones inmediatas en el presente.
Es el caso, por ejemplo, del debate que hemos abierto en los últimos años sobre
la Transición española. Buena parte de las reflexiones económicas, sociales,
políticas y mediáticas que necesitamos hacer están relacionadas con nuestro
diagnóstico sobre la Transición.
Yo mantengo una
actitud crítica ante aquel proceso político. Buena parte de la gravedad de la
crisis económica que vivimos en España, que el Gobierno ha pretendido resolver
con el empobrecimiento generalizado de los ciudadanos, se debe a que la
Transición sirvió para mantener la oligarquía financiera y empresarial del
franquismo. Como he escrito ya en este periódico, el conflicto real no se
produjo entre fascistas y demócratas (aunque la extrema derecha armó mucho
ruido), sino entre dos formas distintas de entender la democracia. Por una
parte, la oligarquía financiera vio en el proceso la oportunidad de ampliar su
campo de negocio junto al capitalismo europeo. Como la permanencia del Régimen
no resultaba útil para este fin, apoyó la puesta en marcha de una democracia
neoliberal. Por otra parte, el movimiento obrero y la cultura antifranquista
aspiraron a consolidar una democracia que transformara la realidad, uniendo las
libertades a los derechos sociales.
La correlación de
fuerzas de aquel momento hizo que venciera la oligarquía económica. El discurso
oficial impuesto desde entonces (la equidistancia entre republicanos y
golpistas, la reconciliación, el pacto, el olvido, la renuncia) sirvió para
lavarle la cara a los protagonistas de una de las dictaduras más crueles del
siglo XX y para legitimar a sus herederos. Hoy pagamos las consecuencias. Los
oligarcas de siempre se han aprovechado de una construcción europea
irresponsable y de esta crisis financiera. Desmantelan el modesto estado social
conseguido y recuperan su prepotencia. Nuestra democracia sin memoria no puede
defenderse y se enfanga en el descrédito de la corrupción, el clientelismo y la
farsa política.
Dicho esto, sería
conveniente que la exactitud de la crítica evitara una descalificación absoluta
y nos ayudara a no olvidar algo también importante: los logros del movimiento
obrero en su lucha por las libertades. Exagerar el rechazo rotundo de la
Transición puede hacernos olvidar que en la Constitución de 1978 se firmaron
conquistas propias de una democracia social. El ataque agresivo de la
oligarquía actual al Estado se debe, entre otros motivos, a que en los años 70
fue obligada a renunciar a parte de su prepotencia autoritaria. La exactitud de
la crítica es necesaria porque no basta con negar. También es decisivo tener
claro lo que se consiguió y lo que merece la pena ser conservado. Los años de
clandestinidad, cárcel, ejecuciones y sacrificios dieron una parte del fruto
perseguido.
Me parece inadmisible,
además, hacer análisis basados en conceptos morales como el de traición.
Es un modo de no entender las razones de la historia. Mis críticas a la
Transición se suavizan mucho con el recuerdo y la amistad de heroicos
militantes antifranquistas. Tienen derecho a pensar que su lucha sirvió para
algo. La lucha y el heroísmo vividos con posterioridad a la guerra civil son
una parte decisiva de la memoria histórica.
Recuerdo ahora a tres
hombres del Partido Comunista de Granada: Paco Portillo, Pepe Cid y Emilio
Cervilla. En los años más duros, estos tres camaradas sufrieron persecución,
detenciones y palizas en nombre de sus ideas con una dignidad ejemplar. Después
llegó la Transición. Paco acabó con los carrillistas en el PSOE. Pepe,
dirigente de CC.OO en Granada, permaneció en el PCE. Y Emilio se pasó con
Ignacio Gallego al prosoviético Partido Comunista de los Pueblos de España.
Nadie que conozca la historia de estos tres hombres puede asumir con
tranquilidad una interpretación que no respete la honradez de sus decisiones.
No confundamos la situación objetiva y el error con la traición, porque entonces
seremos incapaces de comprender lo sucedido.
Si se
trata de iluminar aquello que necesitamos desmentir y aquello que debemos
defender y conservar, será bueno no olvidar que la voluntad de exactitud es una
condición fundamental de la conciencia crítica. El más rabioso no es el más
crítico. La advertencia vale también para el presente.
Fuente:
www.publico.es

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