El Revolucionario Escarlata
Dentro de
dos días todos los grandes medios de comunicación, e inclusive los que no son
poderosos, nos recordarán lo que ocurrió en territorio estadounidense hace 12 años
ya. Estamos en tiempos de guerra a punto de tener lugar, si la cordura no
impera, y no sería raro que el próximo 11 de septiembre fuera aprovechado por
la mafia mediática y propagandística del Imperio para volver a enaltecer los
valores sobre los que se sustenta teóricamente el establishment yanqui y para
intentar justificar una nueva ofensiva militar en nombre de la labor
“defensiva” del régimen sinárquico de Washington, el mismo que continúa
proclamando la “grandeza” semidivina de su misión, siempre, según el discurso
oficial, encaminada a proteger al resto de la vulnerable Humanidad de los
peores males con que “Ejes de la Perversidad” la amenazan.
Pero pasado
mañana se cumplirá otro aniversario de un 11-S, el cuadragésimo desde que un
golpe de Estado contra el Gobierno de Salvador Allende tuviera lugar, como
materialización de un complot de la Casa Blanca, avariciosas multinacionales
extranjeras y planes experimentales concebidos por las mentes del, entonces,
recién nacido neoliberalismo.
El colombiano
Hernando Calvo Ospina acaba de ver publicado un artículo suyo titulado “El
derrocamiento de Allende, contado por Washington”, un texto que voy a
transcribir y que equivale a una lección magistral de historia impartida para
quienes apenas saben nada de este tema o quieren saber mucho más acerca del
mismo.
Que cada
cual extraiga sus más honestas conclusiones:
Desde 1961, apenas posesionado, el
presidente John F. Kennedy nombró un comité encargado de las elecciones que se
desarrollarían en Chile tres años después. Según la investigación de la
Comisión Church del Senado estadounidense[1], estuvo compuesto de altos
responsable del Departamento de Estado, la Casa Blanca y la CIA. Este Comité
fue reproducido en la embajada estadounidense en Santiago, capital chilena. El
objetivo era impedir que el candidato socialista, Salvador Allende, ganara los
comicios [2].
Allende era un marxista convencido
de que por la vía pacífica se podía llegar al gobierno, y, desde ahí, darle un
vuelco a las estructuras del Estado en beneficio de las mayorías empobrecidas.
Expresaba que para lograr tal objetivo se debía nacionalizar las grandes
industrias, priorizando las que estaban en manos estadounidenses, al ser éstas
las que explotaban los recursos estratégicos. Estos, y otros ideales sociales,
lo convirtieron en un indeseable para Washington: podría servir de ejemplo para
los pueblos de otras naciones latinoamericanas.
Para hacerle oposición, varios
millones de dólares fueron distribuidos entre los partidos políticos de centro
y de la derecha para que realizaran su propaganda. Al momento de elegir el
candidato a la presidencia, Washington decidió apoyar a Eduardo Frei, del
partido Demócrata Cristiano, un personaje que impuso a sus otros financiados.
En total, la operación costó unos veinte
millones de dólares, una suma inmensa para la época, al punto de sólo poderse
comparar con lo gastado en las elecciones presidenciales estadounidenses. Es
que Washington no tanto invirtió en el candidato Frey, sino que realizó toda
una campaña de propaganda anticomunista a largo plazo.
La Comisión del Senado dijo: “Se
explotaron todos los medios posibles: prensa, radio, películas, volantes,
folletos, correos, banderolas, pinturas murales.” La Comisión reconoció que la
CIA realizó, por intermedio de sus partidos comprados y varias organizaciones
sociales, una “campaña alarmista” donde el objetivo principal fueron las
mujeres, a las cuales se les aseguraba que los soviéticos y los cubanos
llegarían para arrebatarle a sus hijos si ganaba Allende. Afiches distribuidos
masivamente mostraban a niños llevando en la frente un tatuaje con la hoz y el
martillo. La tradición religiosa también fue manipulada al máximo para que se
temiera al “comunismo ateo e impío.”
La operación psicológica funcionó
por encima de las expectativas: Frei logró el 56% de votos, mientras que
Allende el 39%. La CIA, según la Comisión del Senado, aseguró que “la campaña
de inculcar miedo anticomunista había sido la más eficaz de todas las
actividades adelantadas.”
Fue una operación psicológica, con
carácter de guerra, cuya base eran los planes aplicados en Guatemala que
terminaron derrocando al presidente Jacobo Arbenz, en junio de 1954 [3]. Una
operación que en Chile no se desmanteló con el triunfo de Frei, porque, a pesar
de todo, la cantidad de votos logrados por Allende fue alta. Y el vencido tenía
todas las intenciones de presentarse a las futuras elecciones.
En sus Memorias William “Bill”
Colby, jefe de la CIA entre 1973 y1976, cuenta que durante las elecciones
presidenciales de 1970, “la CIA debió dirigir todos los esfuerzos contra el
marxista Allende. Ella se encargó de organizar una vasta campaña de propaganda
contra su candidatura.” [4] La operación se llamó “Segunda Vía”. Todo por orden
directa del presidente Richard Nixon.
Henry Kissinger, el consejero para
la Seguridad Nacional del presidente, expresaría durante una reunión del
Consejo de Seguridad sobre Chile, el 27 de junio de 1970: “Yo no veo por qué
debemos quedarnos indiferentes, mientras un país cae en el comunismo por culpa
de la irresponsabilidad de su pueblo.” [5] O sea, la soberana decisión de los
ciudadanos no podía ser válida si no estaba en concordancia con los intereses
estadounidenses. Durante esta reunión se decidió sumar trescientos mil dólares
a la operación de propaganda que ya se adelantaba.
Según la Comisión Church del senado,
Richard Helms, jefe de la CIA desde 1966, envió a dos oficiales de la CIA, a
los que conocía desde los primeros preparativos de invasión a Cuba, como
responsables; ambos especialistas de la guerra psicológica y la desinformación;
con importante participación en el golpe de Estado en Guatemala, y acababan de
desembarcar de la guerra en Indochina: David Atlee Phillips y David Sánchez
Morales. La Comisión del Senado dijo que una de las consignas que englobaba la
campaña era: “La victoria de Allende significa la violencia y la represión
estalinista.”
Pero el 4 de septiembre de 1970
Allende ganó las elecciones. Escribe Colby que “Nixon entró en cólera. Él
estaba convencido de que la victoria de Allende haría pasar a Chile al campo de
la revolución castrista y anti-americana, y que el resto de América Latina no
tardaría en seguirle los pasos.” Prosigue el ex patrón de la CIA: Nixon convocó
a Helms “y le impuso muy claramente la responsabilidad de evitar que Allende
asumiera sus funciones.” En la misma reunión Nixon encargó a Kissinger darle un
seguimiento estricto al complot.
Es que quedaba una posibilidad para
evitar que Allende asumiera la presidencia: había triunfado pero con una
mayoría relativa, debido a que las fuerzas de izquierda se habían dividido,
carcomidas por la campaña mediática y/o el dinero que la CIA logró inyectar a
ciertos grupos. Por tanto el Congreso chileno se debía reunir el 24 de octubre
para decidir entre Allende y Jorge Alessandri, candidato del partido
conservador y quien obtuviera la segunda votación. El plan de Washington era,
entonces, comprar el voto de congresistas para que no confirmaran el triunfo
del socialista. Helms envió a un “grupo de trabajo” que mantuvo una “actividad
frenética” durante seis semanas”, según relata Colby. Esto tampoco funcionó y
Allende sería declarado ganador de las elecciones.
Los operarios especiales de la CIA
tomaron contacto con responsables políticos y militares para seleccionar
aquellos que podrían estar listos para actuar contra Allende, “y determinar con
ellos la ayuda financiera, las armas y el material que fuera necesario para
barrerlo de la ruta hacia la presidencia”, según Colby.
La mayor esperanza se centró en las
Fuerzas Armadas, pero todo dependía de su comandante, el general René
Schneider. El problema que encontró la CIA es que este militar había expresado
claramente que su institución respetaría la Constitución. Y Colby, en sus
Memorias, reconoce con una naturalidad espeluznante: “Entonces era un hombre a
matar. Se organiza contra él una tentativa de secuestro que termina mal: fue
herido al oponer resistencia y muere poco después debido a las heridas.”
Según la Comisión Church el 22 de
octubre, muy temprano en la mañana, la CIA entregó a conspiradores chilenos
metralletas y municiones “esterilizadas”, denominadas así porque en caso de
investigación no es posible determinar su origen. Horas después se produjo el
atentado. Tres días después moriría Schneider, “el hombre a matar”. Inmediatamente
el presidente Nixon envió un cínico mensaje a su homólogo chileno: “Yo quisiera
hacerle parte de mi dolor ante este repugnante acto.” El sucesor de Schneider
sería un tal general Pinochet.
El 3 de noviembre de 1970 Allende se
posesionó como presidente: Nixon no le envió el regular mensaje de felicitación
que exige el protocolo diplomático, ni el embajador estadounidense asistió a la
investidura.
Ahora correspondía preparar la
desestabilización del nuevo gobierno, lo cual se encargaría a la Dirección del
Hemisferio Occidental de la Agencia. Una dependencia que desde 1972 tuvo como
director a un oficial con gran experiencia en operaciones clandestinas: Ted
Shackley. Y éste nombró a su hombre-sombra, Tom Clines, para que se concentrara
en el “caso Allende”, teniendo bajo su responsabilidad a los viejos colegas
Sánchez Morales y Atlee Phillips.
En marzo del siguiente año Bill
Colby vuelve a ser el superior de Shackley y Clines como subdirector de
Operaciones Especiales. Este trío regresaba de estar al frente de la guerra
sucia en Indochina, muy particularmente en Vietnam.
Desde 1972 este equipo de la CIA, en
Washington y Chile, fue desarrollando la operación más perfeccionada de
desinformación y sabotaje económico que hasta ese momento se conociera en el
mundo. Colby confesó que fue una “experiencia de laboratorio que demostró la
eficacia de la inversión financiera para desacreditar y derrocar a un
gobierno.” [6]
No fue todo. Según la Comisión del
Senado estadounidense, la estación de la CIA en Santiago se dedicó a recoger
toda la información necesaria para un eventual golpe de Estado. “Listas de
personas a detener; infraestructuras y personal civil que debían ser protegidos
con prioridad; instalaciones gubernamentales a ocupar; planes de urgencia previstos
por el gobierno si se diera un levantamiento militar.” [7]
Según el ex funcionario del
Departamento de Estado, William Blum, esta información sensible de Estado fue
obtenida a partir de la “compra” de altos funcionarios y de dirigentes
políticos de la coalición partidaria de Allende, La Unidad Popular [8] .
Mientras que en Washington los empleados de la embajada chilena se quejaban de
la desaparición de documentos, no sólo de la sede diplomática sino de sus
propios domicilios. Sus comunicaciones fueron sometidas a escucha. Un trabajo
realizado por el mismo equipo que muy poco después se involucraría en el
Watergate. [9]
La acción contra Allende necesitó de
una campaña internacional de difamación e intrigas. Buena parte de ella fue
encargada a un inexperto en política exterior y casi desconocido político,
aunque viejo conocido del presidente Nixon y de los hombres que adelantaban la
operación: George H.W. Bush. Esa tarea la realizó como embajador en la ONU,
función que ocupaba desde febrero de 1971. Cuando fue nombrado para el cargo
nadie quiso recordar que pocos meses antes había logrado, como representante a
la Cámara de Texas, que se restableciera en ese Estado la pena de muerte para
los “homosexuales reincidentes”.
El 11 de septiembre de 1973 se da el
sangriento golpe de Estado contra el gobierno de Allende, encabezado por el
general Augusto Pinochet, y se desata una terrible represión. Aunque Shackley
había dejado su cargo poco antes de aquel fatídico día, fue la figura clave en
el operativo. Su biógrafo afirma: “Salvador Allende murió durante el golpe.
Cuando el humo se disipó, el General Augusto Pinochet, dirigente de la Junta
Militar, estaba en el poder dictatorial, debido en parte al arduo trabajo de
Shackley [...]” [10]
Casi un mes después, el 16 de
octubre, Henry Kissinger recibiría el Premio Nobel de la Paz… Al año siguiente
del golpe, mientras la dictadura seguía ensangrentando a la nación, el
presidente Gerald Ford declaraba que los estadounidenses habían actuado “por
los mejores intereses de los chilenos y, obviamente, para los de Estados
Unidos.” [11]
Mientras que en 1980 el ex
presidente Nixon escribiría: “Los detractores se preocupan únicamente por la
represión política en Chile, e ignoran las libertades fruto de una economía
libre […] Más que reclamar la perfección inmediata en Chile, deberíamos apoyar
los progresos realizados.” [12]
(* Con algunos pocos cambios, este
es un capitulo tomado del libro “El Equipo de Choque de la CIA”. El Viejo Topo,
Barcelona, 2010.)
Notas:
1- Comisión especial presidida por el senador Frank Church: “Alleged
Assassination Plots Involving foreign Leaders.” November, 1975. U.S. Government printing office
61-985, Washington, 1975.
2- Cover Action in Chile, 1963-1973. The Select Committe to Study
Governmental Operations with Respect to Intelligence Activities, US Senate. Washington, 18 décembre 1975.
3- El presidente estadounidense
Dwight David Eisenhower autorizó a la CIA el derrocamiento de Arbenz, aplicando
un plan integral, inédito hasta ese momento en el continente, que contenía
acciones de guerra sicológica, mercenaria y paramilitar, cuyo nombre en clave
fue PBSUCCESS. Ver: Cullather, Nick. “Secret History: the CIA
Classified Accounts of its Operations in Guatemala, 1952-1954″. Stanford
University. 1999.
4- Colby, William. “30 ans de C.I.A.” Presses de la Renaissance. París,
1978.
5- Newsweek. Washington, 23 septembre 1974.
6- New York Times. 8 septembre 1974.
7- Cover Action in Chile, 1963-1973. Ob. Cit.
8- Blum,
William. “Les guerres scélérates”. Parangon, París 2004.
9- Watergate se llamaba el edificio
donde ese encontraban las oficinas del Partido Demócrata. Ilegalmente, en 1972
el presidente Nixon ordenó que fueran puestas bajo escucha. Ante las pruebas y
el escándalo el presidente debió renunciar en agosto de 1974. Ver: Marchetti,
Victor y Marks, John. “La CIA et le culte du renseignement”. Ed. Robert Laffont. París, 1975.
10- Corn, David. Blond Ghost, “Ted Shackley and the CIA’s Crusades”. Simon
& Schuster. New York, 1994.
11- New York Times. 17 septembre 1974.
12- Nixon, Richard. “La vraie
guerre”. Albin Michel. París, 1980.
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