Restos de una aeronave que se estrelló en Calvos de Randín en la Segunda
Guerra Mundial sirven hoy de cierres de fincas y cubiertas de alpendres
Sergio López
Lugo 10 de
marzo de 2013 05:00
Estrella Rodríguez, vecina de Vilariño (Calvos de
Randín), muestra los restos del avión aprovechados para cerrar un establo. carlos castro
Transportaba
artillería de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, pero acabó
convertido en cerramiento de fincas y alpendres. En su interior viajaban J. W.
Srimpeon y George Benjamin Gantt, ambos ingleses, y James Douglas Morgan,
Alexander Staliker, J. J. Williams y A. J. Gregg, canadienses, desde Gibraltar
a Londres para abastecer a las tropas inglesas tres meses antes del día D.
Entre las leyendas que hoy circulan, por su inesperado destino final, se dice
que pudo también abastecer a la guerrilla gallega. Pero eso nunca se sabrá. El
pasado 22 de febrero se cumplieron 69 años del accidente de un avión de carga
inglés contra la peña conocida como Monteagudo, en Calvos de Randín (Ourense),
pero todo lo que pudo acontecer con él sigue siendo un misterio.
El lugar del
impacto, situado a escasos 40 metros de la frontera con Portugal, hizo que
aquel fatídico día los vecinos de Vilar y Vilariño, en Calvos de Randín,
temiesen una invasión de los ejércitos portugueses. «Eran as catro
da mañá e de pronto sentimos un estrondo enorme, parecía que nos bombardeaban», asegura escondido tras la puerta
de su casa Enrique Vázquez. Él vivió aquella escena y sus temores no eran en
vano. El avión, que ya había rasgado su fuselaje al colisionar con el último
monte en territorio portugués, acabó impactando con el de Monteagudo y se
arrastró por una de sus laderas a lo largo de 800 metros dejando un rastro de
fuego que pronto alcanzó los tambores de balas y los explosivos que
transportaba en su interior. «Aquilo comezou a explotar que
metía medo. Parecía unha guerra», añade Vázquez. Así lo hizo durante seis horas bajo una columna de fuego.
Sobre las
diez de la mañana del día siguiente, gentes de Vilar, el pueblo más próximo al
monte en el lado gallego, y de Sabucedo, el más cercano por la parte
portuguesa, acudieron al lugar del siniestro. Pronto supieron que se trataba de
un avión militar. «Vin ao piloto enganchado nas matogueiras. Saíu despedido co asento posto», dice Remedios Salgado, vecina de
Vilar, con temor en su rostro. En el sitio ya estaban los gendarmes portugueses
y la Guardia Civil. Los primeros, más rápidos en llegar, forjaron una
controvertida leyenda a ambos lados de la frontera que dice que llegaron a
arrancar el dedo de alguno de los tripulantes para quitarle su anillo de oro.
Del lado portugués, testigos del accidente dicen atribuyen los hechos a la
Guardia Civil. En cualquier caso, ambas versiones coinciden en que el resto de
la carga (munición, artillería y comida) o bien ardió en las horas posteriores
al accidente o quedó tirada por el monte como un incomprensible recuerdo de los
movimientos de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
Reciclaje
gallego
Pero, aunque
tuvieron que pasar siete años para que las embajadas diesen con sus militares y
los repatriasen, los gallegos tardaron unos días en dar cuenta de los restos
del avión. Las chapas del fuselaje, de menor valor, fueron transportadas a las
aldeas y con ellas se cerraron establos, se hicieron puertas y aún hoy, 69 años
después, son el mejor testigo de un avión olvidado por los aliados pero bien
aprovechado por los gallegos.
Fuente: www.lavozdelalicia.es
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