Artículos de Opinión | María Puig Barrios | 17-03-2013 |
A la mujer
canaria aparcera,
empaquetadora, trabajadora de la industria tabaquera y conservera, que trabajó
duramente por un mísero jornal y logró, con muchos sacrificios, sacar a sus
hijos adelante. A la mujer canaria que desde los años 70, ha conseguido ir
venciendo obstáculos para formarse e integrarse en el mundo laboral, mejorando
sus condiciones de trabajo y salario, alcanzando el acceso a profesiones no
sólo tradicionalmente masculinas, sino reservadas históricamente a una élite
económica. A las mujeres limpiadoras que poco o nada tienen que ver con las
hermanas que encabezan el ranking de los más ricos y ricas de España, a las
trabajadoras de hostelería y lavandería que luchan, en estos momentos, para que
la organización del trabajo derivada de las reformas laborales neoliberales no
consiga retrotraerlas a las condiciones del 8 de Marzo del siglo XIX. A las
mujeres canarias que, en las últimas movilizaciones contra los recortes,
llenaron las calles de las Islas, para reivindicar sus derechos y los de sus
hijos e hijas.
A la mujer
europea que a
partir de 1945 empezó a dirigir su vida más libremente, entrando en el espacio
público, haciéndose socialmente más visible, obteniendo más reconocimiento
social, más autonomía personal, mientras la mujer española, sometida por el
régimen franquista fascista, volvía al espacio privado, a “sus labores” como
constaba en el carnet de identidad de la mayoría de las mujeres españolas hasta
los años 70. A la mujer española que fue venciendo todos esos obstáculos,
recuperando el tiempo perdido, accediendo a la formación, al empleo, a una
autonomía largamente negada. A la mujer española de hoy que, a pesar de las
actuaciones de algunas “damas de hierro” que imitan lo peor de una parte de los
políticos sin autoridad moral que utilizan el poder coercitivo para imponer
medidas y medrar, ocupa las calles de todas las ciudades para reivindicar
derechos tan importantes y vitales para la humanidad como el empleo, la
vivienda, la sanidad pública y la educación pública.
A la mujer
latinoamericana a la que
las grandes multinacionales estadounidenses y europeas le pagan sueldos de
miseria y le imponen jornadas agotadoras, en condiciones de cuasi esclavitud,
mientras sus dueños son elevados a los rankings de los más ricos del mundo. A
la mujer latinoamericana que lucha para que sus países recobren su soberanía
nacional y sus recursos naturales, para un mayor reparto de la riqueza que les
permita vivir sin violencia, sin explotación, con la dignidad y el bienestar
que le ha sido usurpado durante siglos.
A la mujer
saharaui cuyo
territorio ha sido violentamente ocupado, por Marruecos, con el beneplácito de
España, Estados Unidos y Francia. A la mujer saharaui que vive en los
campamentos, donde contribuye de forma decisiva a la organización y
administración de la vida diaria, y que a pesar de las duras condiciones
atmosféricas y económicas, ha logrado mantener la vida y superar los altos
índices de analfabetismo que tenían en el momento de la ocupación ilegal de su
Tierra, accediendo a la formación elemental y profesional en medio del
desierto. A la mujer saharaui que no puede vivir, ni expresarse libremente en
la zona ocupada, en su propia Tierra, pero tiene la valentía de rebelarse en su
territorio contra el ocupante ilegal a pesar de las durísimas represalias,
torturas y desapariciones con las que responden las Autoridades marroquíes que
ocupan ilegalmente El Sahara y explotan ilegalmente sus riquezas naturales,
como el fosfato, la pesca y el petróleo, y levanta ilegalmente muros de más de
3.000 kilómetros, plagados de minas, ante la pasividad, y la codicia de la
llamada comunidad internacional y de los distintos gobiernos de España que
sigue teniendo la responsabilidad legal sobre el territorio del Sahara
Occidental y no hace cumplir las resoluciones de la ONU sobre el Referéndum de
Autodeterminación. A la mujer saharaui que lleva luchando 38 años, con su
pueblo, por el ansiando regreso a su Tierra liberada.
A la mujer
palestina cuyo
territorio fue ocupado, desde 1948, con la ayuda de Gran Bretaña, la potencia
mandataria, por una minoría de colonos que creó el Estado judío partiendo y
dividiendo Palestina, expulsando a las tres cuartas partes de la población
nativa, los palestinos, refugiados, desde entonces, en otros países, y que
todavía, hoy, no pueden volver a sus casas. A la mujer palestina que permaneció
en los territorios ocupados por Israel y, desde entonces, ha vivido guerras,
ataques, detenciones arbitrarias, tortura, asesinatos, la ocupación y
usurpación de sus tierras, los asentamientos ilegales, la destrucción de sus
casas, los toques de queda, la construcción de los muros de separación con
Cisjordania, aislando al pueblo palestino, impidiendo su libre circulación y la
de sus productos, vulnerando sus derechos más elementales y rompiendo sus modos
de subsistencia. A la mujer palestina de la Franja de Gaza, donde el paso de
medicamentos y suministros hospitalarios es denegado por el aparato represivo
del Gobierno de Israel, provocando, en muchas ocasiones, la muerte, en los
partos, de las mujeres o de sus hijos e hijas. A la mujer palestina que se ve
obligada a parir en el puesto de control, sin las condiciones necesarias para
ello, al impedirle los militares israelíes la salida de Gaza. A la mujer
palestina que, además de aguantar este infierno en su vida diaria, tiene que
soportar que Israel presuma, en los foros internacionales, de ser el país más
“democrático” de la zona, mientras ejerce su poder coercitivo sobre millones de
personas, la población palestina, que carece de derechos civiles y políticos,
incumpliendo, sin consecuencias políticas, todas las resoluciones de la ONU
sobre la retirada de Israel de los territorios ocupados. A la mujer palestina
que lleva luchando 65 años por el retorno a la tierra liberada.
A las
mujeres del mundo, que dan la
vida y luchan por conservarla, a pesar de la violencia, los conflictos armados,
la pobreza y el hambre a las que el capitalismo internacional somete a la
mayoría de la humanidad, con el único fin de acumular todas las riquezas del
mundo en unas pocas manos.

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