viernes, 22 de febrero de 2013

CUANDO LA FOTOGRAFÍA DE GUERRA SE HIZO MAYOR DE EDAD.


Un libro recupera impactantes fotos del conflicto que sacudió al mundo entre 1939 y 1945

Un niño camina junto a los muertos del campo de exterminio de Bergen-Belsen, Alemania, 1945. / George Rodger
Ese niño con el jersey de rayas y pantalón corto camina con aire despreocupado por un camino de tierra en un bosque. A un metro de él, a su paso, el horror. Una hilera de cadáveres, semidesnudos y esqueléticos. Esa imagen de un chaval junto a los muertos del campo de exterminio nazi de Bergen-Belsen, en 1945, es una de las cien que forman el libro La Segunda Guerra Mundial. Imágenes para la historia —editado por Lunwerg y con prólogo del escritor Jorge M. Reverte—, un testimonio gráfico del inmenso legado de los reporteros que arriesgaron sus vidas en aquel conflicto.
El fotógrafo Paco Elvira (Barcelona, 1948) ha sido el encargado, "tras revisar 85.000 imágenes", de escoger unas 100 para esta obra. "Las hay muy duras, por eso he seleccionado otras que, para compensar, permitan sonreír". En esa compilación están las icónicas, las célebres, como las de Robert Capa del Desembarco de Normandía: "La cámara temblaba en mis manos. Era un miedo desconocido hasta entonces, que me hacía temblar desde los dedos de los pies a la cabeza", dejó escrito de aquel histórico día el genial reportero en su autobiografía Ligeramente desenfocado. Paco Elvira, que ha cubierto con su cámara medio mundo, tenía claro que en el libro "debían salir todos los escenarios" y también aquellas fotografías que más le habían impactado. Hay instantáneas poco conocidas de figuras como Cartier-Bresson, pero también muchas de anónimos, especialmente en el lado alemán.
El papel de aquellos hombres y mujeres que se jugaron el cuello por lograr una imagen era peliagudo. "No eran objetivo, pero corrían casi los mismos riesgos que los soldados. Los había que trabajaban para los bandos enfrentados, mientras otros iban con los militares. A Eugene Smith, por ejemplo, el Ejército al principio no lo quería por indisciplinado, aunque al final este reportero tuvo que acabar aceptando las normas. En definitiva, todos tenían que sortear la censura", señala Elvira, profesor de fotoperiodismo en varias universidades de Cataluña.

Imágenes aéreas

Elvira destaca que la Segunda Guerra Mundial sumó como novedad en la fotografía de guerra las imágenes aéreas, que servían para proporcionar información a los Ejércitos, y las de los combates de aviación. Las autoridades políticas y militares no querían que se mostrase fotos de sus soldados muertos (sí del enemigo). Sin embargo, a partir de 1943, ese control se relajó en Estados Unidos porque, para pedir esfuerzos a los civiles, permitieron que se enseñara a sus chicos sufriendo o heridos en el campo de batalla. Había que concienciar a la opinión pública para que aportara dinero.
Como explica en el prólogo Jorge M. Reverte en fotografía, la Guerra Civil —sobre la que él ha escrito varias obras— fue "el ensayo de la Segunda Guerra Mundial", un periodo este en el que "la fotografía de guerra se hizo mayor de edad". Elvira apunta que el fotoperiodismo moderno nació en el conflicto español "por la utilización de la cámara de 35 milímetros, sobre todo la Leica", y por la aparición de grandes revistas ilustradas como Life, que demandaban ese tipo de reportajes. De aquella tropa que retrató la guerra mundial, "los que mejor entendieron el valor del periodismo caliente en las trincheras fueron los americanos", destaca Reverte.
Esa foto del niño que camina junto a los muertos de Bergen-Belsen fue una de las que dejó tocado a quien la había tomado, George Rodger, que aunque años después estuvo en la fundación de aquella cooperativa de genios llamada Magnum —con Capa y Cartier-Bresson, entre otros— acabó dejando la fotografía. Para Reverte, los sacrificios de aquellos chicos que corrían de un espanto a otro con su Leica o su Contax sirvieron para "provocar en el público la reacción del espanto ante el conflicto". Unos fotógrafos, en definitiva, cuyo trabajo no se apreció hasta tiempo después y que "eran endiabladamente buenos y valerosos"

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