La derecha está obsesionada por difundir la tesis de que no hay nada reivindicable de la etapa republicana
En el Babelia del pasado 14 de abril Jorge
M. Reverte sostenía que la “historiografía franquista (está) a estas alturas
muy periclitada, por no decir insignificante”. Discrepo de esta opinión y
considero un error minimizar la presencia de planteamientos franquistas sobre
nuestro pasado más inmediato ya que éstos se difunden hoy con toda normalidad
desde numerosos medios de comunicación e incluso algunos pretenden imponerlos
como una especie de “historia oficial”.
Cuando lo desee Reverte, puedo proporcionarle una
larga lista de libros —incluidos algunos diccionarios—, de artículos de diarios
y de revistas, de programas de televisión, etc. en donde se pontifica sobre “el
gran fracaso de la Segunda República”, se justifica la “inevitable” Guerra
Civil y se comprende la “desagradable, pero necesaria” etapa franquista. No
hace ni un año, el 12-06-2011, en este mismo diario Edward Malefakis publicaba
un excelente artículo en el que con agudeza y rigor denunciaba las campañas
publicísticas no sólo de los revisionistas de viejo cuño —los Pío Moa, Cesar
Vidal y compañía—, sino también de los “neo-revisionistas” —los escrupulosos
“puritanos” y obsesos “comparativos”, les llamaba—; es decir de aquellos
seudo-historiadores más hábiles que los primeros que han hecho bandera de la
consigna de “todos fueron culpables” de la Guerra Civil.
¿Cuáles son las razones de la persistencia del
discurso de ese neo-revisionismo historiográfico?. ¿Por qué tiene tanta
difusión en ciertos medios de comunicación ? Hay un punto de partida que
explica con claridad el porqué de esa obsesión: no hay en España una memoria
compartida sobre la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo. Y no la
hay porque la derecha ha construido una interpretación propia ante la evidencia
de que en el mundo científico-universitario se imponían con rotundidad y rigor
profesional unas tesis que no le eran nada gratas. Y como los
seudo-historiadores revisionistas no se atreven a presentar sus tesis en los
medios profesionales —congresos, seminarios y cursos universitarios
especializados— utilizan preferentemente los medios de comunicación y las editoriales
más afines y con menos escrúpulos científicos.
La derecha española no está dispuesta a aceptar que
la República fue una etapa democrática, ni con todas las limitaciones y reparos
que se quiera, porque hacerlo supondría aparecer como la destructora de esa
democracia al haber apoyado el golpe de estado de julio de 1936. Necesita
cuestionar los planteamientos de los que sostienen que el régimen republicano,
aunque imperfecto y agitado, era viable y gozaba de amplio consenso social. Hoy
nuestra derecha está obsesionada por difundir la tesis de que no hay nada
reivindicable de la etapa republicana y que la democracia en España nació el 15
de junio 1977, ya que esto le permite presentarse como partícipe en la
construcción del “primer régimen democrático español”.
Hay múltiples ejemplos recientes de difusión
descarada de las tesis del franquismo historiográfico. No son publicaciones
marginales ni irrelevantes, ya que algunas vienen avaladas por destacadas
instituciones o por las mismas administraciones públicas. Podemos recordar, por
ejemplo, aquel programa de Tele Madrid emitido el año pasado sobre la Guerra
Civil en el que se escamoteaba la existencia de la conspiración militar
dirigida por el general Mola desde finales de 1935 y se presentaba la
sublevación de 18 de julio como la “lógica” reacción ante el asesinato de Calvo
Sotelo. Y no hace ni un año que nos escandalizamos ante en el Diccionario
Biográfico Español de la Real Academia de la Historia puesto que incluía
voces que rezumaban un descarado franquismo historiográfico, como las de
Franco, Negrín o Azaña. Pues bien, las visiones franquistas deben ser aún lo
suficientemente fuertes en esa docta casa como para que en la reciente revisión
realizada del Diccionario no sean excluidas esas entradas, aunque si
se incluyan unas “complementarias” con diferentes visiones. Como si definir el
régimen de Franco fuera una cuestión opinable en la que todas las propuestas
son igualmente lícitas y rigurosas. Que una obra de tal descontrol y ausencia
de rigor haya sido sufragada con generoso dinero público no hace más que
verificar la protección de que gozan hoy en España los divulgadores de las
ideologizadas tesis revisionistas.
De ahí que sea saludable la iniciativa de Ángel
Viñas al dirigir la publicación de En el combate por la historia, una
obra en la que participan prestigiosos historiadores y que pretende denunciar
la visiones distorsionadoras que últimamente difunden los más conspicuos
representantes del franquismo historiográfico. No se trata de una “querella”
entre historiadores, puesto que los neo-revisionistas no merecen esta
denominación. Son simples propagandistas carentes del mínimo rigor científico
como el libro de Viñas pone en evidencia al señalar la multitud de errores,
disparates, incongruencias y especulaciones gratuitas que contienen sus
publicaciones.
Sin embargo, hay que reconocer que las tesis
revisionistas han conseguido crear tal confusión que muchos medios de
comunicación no saben distinguir entre los auténticos especialistas, los
hábiles divulgadores y los distorsionadores a sueldo. Y también sorprende que
gente nada próxima ideológicamente a los revisionistas aborde ciertas temáticas
complejas de la Guerra Civil con una cierta frivolidad, como lo hace Reverte al
sostener que en las dos zonas hubo una semejante planificación del terror. ¡Por
favor! Compárese las cifras de asesinatos por años entre ambas zonas: mientras
en la republicana las muertes en la retaguardia descienden radicalmente tras el
sangriento verano de 1936 hasta llegar en 1938 a unas cifras muy inferiores —la
octava o décima parte—, en la zona franquista se incrementa el número de
asesinatos a medida que la guerra avanza. Aquí sí que se hace patente la gran
diferencia que supuso poder controlar y planificar el ejercicio de la violencia
en una y otra zona.
A los historiadores nos toca la poco agradable
tarea de denunciar las interferencias ideológicas, los sectarismos interesados
y las maniobras de intoxicación sobre las visiones del pasado. Y, sobre todo,
luchar por dignificar nuestra profesión defendiendo la historia como una
ciencia que, fundamentada en el rigor metodológico de la investigación, ofrece
interpretaciones contrastables y siempre sometidas al debate científico, pero
nunca construidas en función de campañas propagandísticas de clara
intencionalidad política. La gran diferencia entre los especialistas, como los
que colaboran en el libro de Viñas, y “los otros”, es que los primeros se han
pasado, y se pasan, muchas horas en los archivos, mientras “los otros”, entre
ellos los seudo-historiadores revisionistas, que no han pisado un archivo en su
vida, se limitan a seleccionar unas lecturas y a publicar auténticos refritos,
que a menudo son simples encargos políticos.
Borja de Riquer Permanyer
es catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de
Barcelona.
Fuente: www.elpais.com
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