Luis Matías López
04 de noviembre de
2014
Al menos
cuatro de las seis hermanas Mitford (había también un hermano) se empeñaron en
rebelarse contra las restricciones impuestas por la forma de vida de la
aristocracia inglesa y buscaron su propio camino en una época, la de la década
de los treinta del pasado siglo, en la que el mundo estaba a punto de saltar
por los aires. Con ello, amargaron la vida a su padre, el reaccionario e
intransigente barón de Redesdale, que tuvo que ver como su primogénita hija,
Nancy, desarrollaba un notable talento literario y se convertía en escritora de
éxito burlándose sin apenas disimulo de él, de su familia en general y, ya
puestos, de toda una improductiva clase social que no sobreviviría intacta al
cataclismo bélico que se avecinaba. Eso sí, con una frivolidad de altos vuelos
que convertía sus obras en deliciosos divertimentos para quien no tenía que
preocuparse por poner un plato en la mesa para él y su familia. Nancy limaba de
su sátira las aristas más amargas, por lo que el propio barón llegó a recrearse
en la caricatura que de él trazó su hija y que le presentaba como un individuo
clasista, xenófobo e irascible que no veía más allá de sus narices, o sea, de
los privilegios que le otorgaba su condición.
Nancy, tras
algún coqueteo con el nazismo cuando muchos británicos no tenían claro si
Hitler era digno de admiración o de repulsa, abrigó ideas izquierdistas que
nunca llegaron a tener tanto peso como su vocación literaria y su afición por
aguijonear a su propia familia. Así, con Trifulca a la vista, publicada
en 1935, que entre otras cosas es una crítica sarcástica al fascismo, suscitó
las iras de dos de sus hermanas, Unity Valkirye y Diana.
Ambas eran
para entonces dos nazis entusiastas. Unity —cuyo espectacular aspecto físico
recordaba en efecto a una valkiria— viajó al corazón del Tercer Reich y no paró
hasta conocer al führer, convertirse en su amiga personal y tomar partido por
él de forma tan rotunda que se pegó un tiro (no mortal, sobrevivió 10 años)
como trágica y teatral respuesta al estallido de la guerra entre su país y
Alemania.
En cuanto a
Diana, se casó en segundas nupcias con Oswald Mosley, máximo dirigente de la
Unión Británica Fascista y padre, por cierto, de Max, expresidente de la
Federación Internacional del Automóvil que, más que por la Fórmula 1, se hizo
famoso por su supuesta participación en una orgía de estética nazi. La boda se
celebró en Berlín, en la casa de Joseph Goebbles, con Hitler de invitado
especial.
Las
peripecias de las seis hermanas —especialmente de las tres ya citadas y de
Jessica— las convirtieron en casi una leyenda, y resulta sorprendente que no
hayan servido todavía de base a una serie de televisión que dejaría sin
sustancia a la mismísima Downton Abbey. Annick Le Floc’hmoan les dedicó
un libro apasionante, Las hermanas Mitford, publicado en España por
Circe, que se puede leer como complemento de la autobiografía de Jessica, Nobles
y rebeldes, rescatada ahora por Libros del Asteroide, al igual que la mayor
parte de la producción literaria de Nancy.
Jessica fue,
probablemente, la hija que más quebraderos de cabeza dio al barón. Fue una
rebelde desde que era una cría, comunista a su particular manera desde mucho
antes de saber siquiera lo que era el comunismo, dominada por un estimulante
espíritu de la contradicción, fugada por fin de la cárcel familiar con
un primo segundo más enfant terrible aún que ella y que había combatido
brevemente en las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española. Le
acompañó en el regreso de éste a España, que casi derivó en sainete, y ambos
emigraron por fin a Estados Unidos donde, tras la muerte de su marido en la II Guerra
Mundial, Jessica se convirtió de la mano de su segundo esposo en una escritora
y periodista comprometida socialmente.
Hay dos
maneras de acercarse a la lectura de Nobles y rebeldes. La más seria
consistiría en valorar el libro como la expresión del despertar de una
conciencia social, una lucha personal contra los convencionalismos y las
reaccionarias tradiciones de la clase alta inglesa, resistente al cambio y en
la que, hasta poco antes del estallido de la guerra, la admiración por Hitler,
al que se veía como barrera contra el auténtico enemigo (el comunismo),
coexistía con el rechazo de unas formas en las antípodas de la exquisitez de
las clases altas.
Sin embargo,
Nobles y rebeldes es menos que eso, o quizás más, ya que se trata ante
todo de una divertida, entretenida y a ratos apasionante autobiografía en la
que la Mitford roja, imitando el fresco estilo de su hermana Nancy, se burla de
su familia y de sí misma, hasta el punto de que hay momentos en que se llega a
poner en duda que sus supuestas convicciones políticas sean auténticas, y no
resultado de un ansia patológica por saltarse las normas y desafiar a su propio
mundo.
Un ejemplo:
la descripción de cómo su hermana Unity Valkirye y ella se repartían el espacio
de un salón de la mansión familiar, de forma que un lado estaba repleto de
cruces gamadas y retratos de Hitler, mientras que la hoz y el martillo e
incluso un busto de Lenin caracterizaban el contrario. La una intentó
suicidarse por amor al führer y la otra planeó asesinarle, aunque admite que se
lo impidió su insuperable cobardía.
Otro
ejemplo: cuando viajó con su primo Osmond a la España en guerra, concretamente
a Bilbao, el ministro de Exteriores británico, Anthony Eden, envió un
destructor de la Armada Real, con el encargo preciso al capitán de convencerles
para embarcarles de vuelta a casa, y evitar así un escándalo, entre otras cosas
porque Osmond, además de primo segundo de Jessica, era sobrino de Winston
Churchill. La pareja rechazó la invitación a subir a bordo para cenar, por
temor a ser secuestrados, pero su aventura conjunta de apoyo a la república
tampoco pasó a mayores.
Nobles y
rebeldes es una
biografía a medias. Cuenta algo de la vida del matrimonio en Estados Unidos,
con oficios tan diversos como vendedores de medias de seda o barman y contable
en un restaurante de Miami, pero se corta abruptamente en 1940, antes de que
Esmond se alistase y muriera en combate, episodio doloroso del que no se dan
detalles, quizás para no alterar el estilo irónico y desenfadado del libro.
A Jessica le
esperaba aún una larga vida (murió en 1996, a los 79 años), pero no la fama
literaria, que sí alcanzó Nancy, mientras que ella quedaba para la historia
como una rama más, aunque de las más peculiares, de la original familia
Mitford.
Fuente: www.publico.es
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