Por Emma Rodríguez © 2014
El nombre del escritor y
filósofo mexicano Leonardo da Jandra (Chiapas, 1951) poco dice a los
lectores españoles. Ni es un autor de best-sellers, ni ha ganado ningún premio
significativo, ni ha protagonizado espectáculo mediático alguno. Pero hay
ocasiones en que, sin necesidad de ninguno de esos factores, sin siquiera una
campaña promocional potente y sin la atención de los medios oficiales, poco
dados a fijarse en los “outsiders”, en los personajes que se sitúan a
contracorriente, un libro es capaz de llamar la atención del observador
atento con la fuerza de su mensaje. Es lo que sucede con “Filosofía para
desencantados”, una interesantísima obra publicada por Atalanta, que
sirve de carta de presentación a este hombre cargado de rebeldía y vehemencia,
que harto de los círculos académicos de su país se fue a vivir, en compañía de
su mujer, la artista Agar García, a la selva del Estado de Oaxaca
durante treinta años para sentirse libre, para escribir, leer y tener la vida
en sus manos, como él mismo explica. Resulta inevitable recurrir a ese
llamativo capítulo biográfico, para trazar el retrato de quien ha sido capaz de
experimentar por sí mismo el peligro, el riesgo, el vivir sin red de seguridad
en un mundo entregado a las comodidades.
En medio de una realidad
tan cargada de información, necesitamos símbolos, metáforas, imágenes potentes,
que nos lleven a detenernos ante una figura determinada. Y en este caso, ese
dato acerca de alguien que decidió por voluntad propia, hoy, en la sociedad del
consumo y de la tecnología, habitar en medio de la naturaleza salvaje, funciona
como un estímulo para ir a la obra, para abrir las páginas de una entrega
que nos atrapa con su carga de crítica a las sociedades actuales, una
crítica que para nada se queda ahí, en el mero grito, en el descontento, sino
que funciona como punto de partida para plantear el ideal de un mundo que “sin
dejar de ser racional y pragmático sea al mismo tiempo moral y espiritual”, un
objetivo inconcebible sin la mediación de la filosofía, filosofía que debe
volver a los espacios públicos y que debe atreverse, una y otra vez, a “poner
el pensamiento cabeza abajo”.
Capaz de sacudir y de
incitar a la reflexión, el ensayo que ahora nos descubre a Da Jandra, propone
un viaje alentador, un viaje del egocentrismo en el que estamos inmersos a
una etapa de cosmocentrismo -conexión con el cosmos, conciencia de que no
estamos solos en el universo- a la que habremos de llegar después de un
interludio sociocéntrico, de aceptación de que sólo dando la mano a los otros y
colaborando en el bien común, la colectividad habrá de encontrar un nuevo
rumbo, un sentido. La experiencia y el conocimiento, la observación y la
intuición, la razón y el sentimiento, se dan la mano en un recorrido cargado de
sugerencias que nos lleva a mantener el diálogo que a continuación se
desarrolla y que tuvo lugar en Madrid, en un viaje reciente del autor
que le permitió acercarse al presente convulso de una ciudad, de un país, que
conoce bien, pues de niño vivió en Galicia y en la capital española cursó
estudios universitarios antes de regresar a su lugar de origen.
Harto de
los círculos académicos de México, Leonardo da Jandra, el autor de “Filosofía
para desencantados”, un hombre cargado de rebeldía y vehemencia, se fue a
vivir, en compañía de su mujer, la artista Agar García, a
la selva del Estado de Oaxaca durante treinta años, con el objetivo
de sentirse libre, escribir, leer y tener la vida en sus manos, como él
mismo explica.
- ¿Por qué vivimos en
tiempos tan anti filosóficos? Ya sé que para dar respuesta a esta pregunta,
para argumentar sobre ella, escribió “Filosofía para desencantados”, pero…
- Para explicarlo a grandes
rasgos puedo partir de la idea de que hay toda una sintomatología en el cuerpo
social que se puede interpretar con la misma verosimilitud que la del cuerpo
humano. Las características son muy similares cuando se entra en decadencia
y se potencia la oralidad y la genitalidad sobre la reflexión crítica. El
tiempo actual es un tiempo generalmente anti filosófico porque se busca la
gratificación por encima de todo. Y aquí he de citar a los señores que yo llamo
neo-fenicios, quienes tienen en sus manos el poder económico, que es ante el
que ahora está supeditado el poder político. Estos señores hacen un énfasis muy
específico en sacar a la filosofía y a la ética de la enseñanza, porque una
juventud consciente, reflexiva, crítica, es muy difícil de domesticar. Está
claro que la filosofía representa el mayor obstáculo para quienes manejan
todo el aparato a nivel global y, por eso mismo, para mí representa toda
una garantía contra la domesticación de la conciencia.
- ¿Entonces, consideras que
el apartamiento de las humanidades, de la filosofía, de la enseñanza, pero
también de los medios de comunicación, que ponen el acento y otorgan el
protagonismo a otro tipo de cuestiones, es algo premeditado, provocado desde
los círculos de poder?
- Bueno, nos puede parecer
que hay una inteligencia perversa detrás de todo esto, pero yo diría que se
trata de una conjunción de factores que ya se dieron con anterioridad, de modo
similar, en la Grecia, la Roma, la Inglaterra, la España de antaño.
Cuando esa España, que considero históricamente la más luminosa que ha
existido: la de Gracián, Vives, Saavedra Fajardo y Quevedo, entre otros,
colapsó, no colapsó solamente la filosofía. De una manera muy sutil podemos
decir que la filosofía expresa, mide en cierto modo, el fracaso del aparato
socio-histórico en su totalidad, pero dicho esto, es evidente que hoy sí hay un
énfasis claro en la sustitución de referentes críticos y pensantes por otros
más gozosos e inmediatos. El hecho de que los medios estén determinantemente
saturados de futbolistas, de chicas de pasarela, de comediantes, de opinólogos
banales, y no de hombres y mujeres con capacidad de reflexión crítica, con
aportación de ideas enriquecedoras; el hecho de que no existan propuestas de
vanguardia y de que la mayor parte de la creación estética sea una mirada hacia
el pasado y no una proyección hacia el futuro, son parámetros indicativos de
una decadencia incuestionable. No creo que detrás haya una intencionalidad
económica, porque eso sería atribuirle demasiada inteligencia y perspicacia a
los neo-fenicios, pero, incuestionablemente, lo han sabido aprovechar, lo
fomentan.
Los
señores que yo llamo neo-fenicios, que son quienes tienen en sus manos el poder
económico, ante el que ahora está supeditado el poder político, hacen un
énfasis muy específico en sacar a la filosofía y a la ética de la enseñanza,
porque una juventud consciente, reflexiva, crítica, es muy difícil de
domesticar.
- ¿En medio de los vacíos,
la desesperanza y la incertidumbre del presente necesitamos cada vez más a los
filósofos, necesitamos gobernantes filósofos?
- No. Yo no creo en los
gobernantes filósofos. Discrepo de raíz en ese punto con Platón.
Cada vez que el hombre de conocimiento se acerca al poder, no se hace más sabio
y, sin embargo, el poderoso tiende a volverse más perverso con el
conocimiento. Lo que sí creo es que debe darse una complementación. Ha
habido momentos históricos muy claros en que el hombre de poder económico y
político tuvo la inteligencia suficiente para conocer sus limitaciones y
acercarse a personajes que lo podían, no digo iluminar, pero sí, al menos,
darle ciertas pautas de un comportamiento más íntegro. A mi juicio la necesidad
de la filosofía no es un imperativo categórico en el sentido kantiano. La
filosofía tiene que ver con significados y si no comprendemos los significados
del mundo es imposible relacionar la facticidad de la ciencia con los valores
de la espiritualidad. La filosofía es un dinamismo mediador por antonomasia,
siempre y cuando hablemos de ella lejos del ámbito constreñido de la academia. Yo
dudo en llamar filósofos a los profesores de filosofía, con todo el respeto
a quienes tienen que divulgar esas enseñanzas. El filósofo para mí es aquel que
tiene ideas y las experimenta, en primer lugar, en sí mismo, pero, lejos de
eso, la mayor parte de los que se llaman filósofos viven de espaldas a la vida.
El hecho
de que los medios estén determinantemente saturados de futbolistas, de chicas
de pasarela, de comediantes, de opinólogos banales, y no de hombres y mujeres
con capacidad de reflexión crítica, con aportación de ideas enriquecedoras; el
hecho de que no existan propuestas de vanguardia y de que la mayor parte de la
creación estética sea una mirada hacia el pasado y no una proyección hacia el
futuro, son parámetros indicativos de una decadencia incuestionable
- ¿No basta con sentarse a
pensar y promulgar las ideas, hay que llevarlas al plano de la acción?
- Así es. A lo largo de mi
trayectoria me he encontrado con demasiados pensadores que no se preocupan por
tener una vida íntegra, que simplemente están interesados en enseñar ciertas
doctrinas y en hacerlo sin implicarse, como quien da una clase sobre
alimentación sin importarle nutrirse de comida basura. Quienes de verdad se
involucran con el quehacer filosófico necesariamente deben tener principios
rectores éticos. Y, para empezar, yo no diría que la universidad represente
hoy en día ningún refugio de eticidad. Por eso no se trata únicamente de
plantearse una reforma o una transformación social. Lo que está mal es el
modelo evolutivo en el que estamos inmersos, este proceso civilizador que se ha
distanciado de tal manera de sus fundamentos originales, de sus principios
básicos, que hace necesario regresar a las raíces. Se trata de cortar todas
esas ramas podridas y empezar de nuevo.
- Pese a todo el progreso,
pese a toda la tecnología, la humanidad, ha abandonado el centro que
civilizaciones antiguas tenían muy claro: el contacto con la naturaleza, esa
idea espiritual de la existencia, de la armonía con el cosmos.
- Creo que el proceso de
disyunción no es un proceso novedoso. Llevamos tiempo, sobre todo después del
tanático siglo XX, asistiendo al fracaso de ciertos modelos que se pretendían
redentoristas, por ejemplo todos los procesos que tienen su raíz en el marxismo
y en el hegelianismo. Esos modelos ya no funcionan, son, prácticamente,
referentes arcaicos. Con el respeto que le tengo a Marx, porque le he leído a
fondo y considero que sigue muy vigente su teoría de la enajenación y la
urdimbre perversa del capital, no creo que la violencia sea la partera de
la Historia. No comparto eso en absoluto. No se puede implementar ningún
tipo de organización social armoniosa en base a la violencia. Lo que se
instaura con violencia se perpetúa con violencia, y, por otro lado, tampoco
comparto las dialécticas confrontativas hegeliano-marxianas, que son el
sustento de la violencia. Yo no creo que el empresario y el obrero, el ciudadano
y el funcionario público, el hombre y la mujer, lo solar y lo lunar, la ciencia
y la espiritualidad, tengan que ser opuestos. No defiendo esa oposición, porque
no la veo en la naturaleza. No puedo estar de acuerdo con Heráclito ni
con la mala interpretación que hizo Marx y epígonos de esa dinámica
confrontativa. Inevitablemente hay choques, pero no percibo esos choques con el
concepto de malignidad que le da el ser humano. Para mí el concepto de maldad
es genuinamente humano. Yo no veo maldad, y he vivido durante treinta años en
la selva, en los animales salvajes, ni en las fieras, ni en el tiburón, ni en
las serpientes o arañas. Creo que sus condiciones, sus propiedades ontológicas
son así y usan lo que tienen como defensa o como ataque para vivir, pero el
hombre no, el hombre se regodea en la destrucción. Y hemos llegado al
límite de ese regodeo.
- Pero vivimos en una época
menos belicista que otras anteriores.
- No necesariamente tiene
que ver con la guerra. Basta que encendamos la televisión para comprobar que es
muy difícil encontrar alguna propuesta medianamente inteligente que no esté
salpicada de sangre y semen, por decirlo en términos contundentes. La sangre
y el semen son las características de la animalidad y mientras le estemos dando
el énfasis a ese aspecto de la naturaleza humana es impensable un proceso
armonizador, ético, de respeto, un proceso donde no tengamos que estar
sometidos permanentemente a una presión de raíz punitiva, intolerante. Si
tuviéramos principios rectores básicos no necesitaríamos de la pistola en la
sien, de ejércitos ni policías. La vigencia de eso es para mí la más clara
prueba de nuestro fracaso como modelo histórico.
- Antes hablabas de la
filosofía y la vida, de la filosofía que parte de la vida, de la experiencia.
¿Qué aprendiste de todo ese tiempo en la selva, qué supuso esa etapa en tu
recorrido?
- La experiencia en la
selva fue decisiva después del cansancio, más que cansancio, asco, que viví en
el mundo académico, en México. La experiencia utópica de la selva me
permitió encontrarme con valores que creía haber asimilado a través de lecturas.
Allí me di cuenta de la falsedad, de la impostura que había en hacer del
lenguaje el centro del mundo, que ha sido la némesis de la filosofía fundamentalmente
alemana y francesa. La filosofía se alimenta de sí misma y de ahí que esa
dinámica la convierta en su mayor parte en una logorrea, limitándola a la
autosuficiencia del lenguaje y olvidando todos los principios humanísticos, el
hecho de que somos una parte de una totalidad y, por tanto, necesitamos estar
en armonía con la totalidad. La selva me permitió tomar una distancia
considerable, la cual sigo manteniendo, con el pensamiento académico, al que
cada vez presto menos atención. A mí lo que me interesa es sacar la filosofía a
la calle. Es en la calle donde se dan las transformaciones sociales y si
llevas la filosofía, como está sucediendo hoy en día, a un nivel tan elevado de
especialización, se vuelve estéril, del mismo modo que si se la fuerza a convertirse
en una ciencia, lo cual es una aberración.
- Pero, ¿cómo recuperar la
filosofía en el devenir cotidiano, en medio de las preocupaciones, de los
quehaceres del día a día?
- Defiendo que la
filosofía debe fomentarse mucho más en la enseñanza secundaria para que los
chicos tengan capacidad de reflexionar sobre su relación con el mundo. Eso es
básico. Está claro que no nos va a dar verdades absolutas porque ni la ciencia
es capaz de eso -cuando alguna disciplina pretende ofrecer una verdad
absoluta, inmediatamente, nos muestra el cobre, la falsedad, la pretensión
de absoluto-, pero lo que sí nos puede permitir es abrir horizontes, empujar la
membrana de la verdad cada vez con más fuerza sabiendo que nunca la vamos a
lograr romper. ¿Acaso no es bello preguntarse permanentemente sobre todo lo que
hacemos? Cuando los jóvenes ya no se preguntan y dan por hecho todo lo que ven,
cuando confían en la imagen sin una reflexión crítica, se convierten en
conciencias estabuladas. Y la conciencia estabulada es la conciencia
genuinamente animalizada, directa al matadero, sin tránsito de libertad.
La
filosofía nos puede permitir abrir horizontes, empujar la membrana de la verdad
cada vez con más fuerza sabiendo que nunca la vamos a lograr romper. ¿Acaso no
es bello preguntarse permanentemente sobre todo lo que hacemos? Cuando los
jóvenes ya no se preguntan y dan por hecho todo lo que ven, cuando confían en
la imagen sin una reflexión crítica, se convierten en conciencias estabuladas.
- Pero, ¿realmente ves así
a la juventud, no hay indicios de todo lo contrario?
- Veo que se tiende a eso,
pero también creo que tendrá que surgir una nueva generación. No sé… Se
sacrificarán tres, cuatro… Pasarán 50 años o más, los que se necesiten a nivel
cósmico, porque la evolución no va en línea recta ni con la premura que
quisiéramos, pero confío que llegará una generación que, sin dar la espalda
a lo que hay, logrará asimilarlo, le dará su lugar y volverá a recuperar el
pensar como eje dinámico de una relación equilibrada entre valores que son
fundamentales para la sociabilidad armoniosa y la comprensión fáctica de las
nuevas tecnologías. Si los científicos no tienen esta relación con los valores
se convierten en máquinas productoras de máquinas y nos arrastrarán a todos
hacia la cosificación. Hoy es incuestionable que ha habido un gran adelanto
tecnológico, pero el adelanto tecnológico sin la espiritualidad y sin la
reflexión crítica necesaria cae en el mercenarismo. Y aquí también tengo
que ser crítico. Salvo honrosísimas excepciones, lo que hacen los científicos
es preocuparse por subir en el escalafón, para ser más reconocidos y tener más
dinero para sus investigaciones. Supuestamente ellos creen que están haciendo
un bien a la sociedad, pero: ¿qué bien está haciendo a la sociedad un
científico que inventa un nuevo misil? Me puede decir que su país necesita
protegerse. Pero yo no puedo comprender, o quizás lo comprendo pero no lo
acepto, que países como Alemania, como Japón, que han tenido toda
una historia beligerante y que no han cesado de estar en una permanente
dinámica de avasallar a los demás, no entiendan lo que significa en su
propia cultura la militarización. Cada vez que se inventan enemigos externos y
dedican una cantidad enorme de presupuesto a la militarización, lo que
hacen es acercarse cada vez más al suicidio. La Historia se lo ha manifestado
una y otra vez, pero no acaba de entenderse. Desafortunadamente no aprendemos
de la Historia. Si la leyéramos más, a fondo, nos daríamos cuenta de que la
solución no puede ser la violencia ni la revolución. La evolución tendrá que
ser pacífica, mucho más lenta de lo que quisiéramos, pero ese es el camino.
- ¿Cómo se define Leonardo
da Jandra como filósofo? ¿Al lado de que otros pensadores le gusta caminar?
- A mí me gusta la
filosofía narrativa, desde Platón a Nietzsche, pasando por Cioran. Creo que
es más imaginativa, más abierta, mientras que la filosofía sistemática, la de Hegel
o Kant, proponen sistemas cerrados que no permiten ni una fisura. Con sus
defectos, la filosofía narrativa es más activa y está más vigente; de ahí que
hoy esté más vivo Nietzsche que Kant o Hegel.
- ¿Y Thoreau? ¿No se
asemejan tus vivencias en la selva a su retiro en la cabaña del bosque?
- No me identifico con Thoreau
ni con Rousseau, con el que también se me ha comparado, cosa que me
ofendía al principio porque él no supo nunca lo que era la naturaleza. Lo de
Rousseau era una nostalgia del pequeño burgués urbano. Esos paseos por
el campo de los que habla son como ir al Retiro, con tu bastón, fumarte un cigarrito,
y decir que amas la naturaleza. La naturaleza, como yo la viví, es una
complementación muy cabrona de Eros y Tánatos. Estás en el paraíso y
puedes dar un paso que, de repente, te conduzca al infierno. En cuanto a
Thoreau, su experiencia duró apenas unos meses. Lo que pasa es que los
norteamericanos lo ensalzan por una especie de romanticismo, ellos que han sido
los mayores depredadores de la naturaleza, la temen y tienen una desconfianza
genuina hacia ella. La obra de Thoreau puede tener aspectos iluminadores,
pero también es muy egocéntrica, algo muy propio de la cultura
norteamericana.
- La nostalgia del campo
perdido, es algo muy contemporáneo.
- Sí. Y me parece que ese
vestigio de romanticismo es una mala interpretación de filosofías orientales.
Yo me cuido mucho de caer en el culto al árbol sagrado, a la madre
naturaleza y a los ríos, porque es panteísmo, es el peor Spinoza y
no quiero rescatar al peor Spinoza, me interesa el mejor. Se ha dado mucho esta
tendencia del escritor urbano a tratar de rescatar lo rural tras percibir que
la urbanidad se había convertido en una derivación profana de lo que era la
vida en la naturaleza, el respeto a los ciclos. Mi mujer y yo, por ejemplo,
conservamos del tiempo vivido en la selva la costumbre de acostarnos cuando
oscurece y levantarnos con la salida del sol, pero el ser urbano vive cada
vez más de espaldas a la luz, es un ser nocturnal. Por eso no es gratuito el
culto a los vampiros, todos estos personajes oscuros que huyen, que rompen con
lo que no quieren. Nadie sabe lo que quiere. Y cuando estás en la naturaleza
necesitas saber cuál va ser el próximo paso y por qué lo das. Cuando pescas en
las rocas, si no tienes conciencia de lo que estás haciendo, te puedes caer y
si vas caminando por la selva y te descuidas, puedes acabar pisando una
serpiente cascabel. En el mundo urbano se suele andar como zombies y por eso
gustan tanto los zombies. Ahora sucede que los chicos no quieren salir de casa
y lo peor de todo es que los padres tampoco desean que se vayan. Y es una
dinámica perversa, porque el ser humano necesita independizarse,
arriesgarse, buscar, abrirse, y hoy, como hay una reticencia a eso, la
apertura se realiza solamente en el plano virtual, en la red, pero se trata de
una apertura sin cuerpo, demasiado sintética. A estas últimas generaciones de
jóvenes no les gusta abrirse. Por eso en las relaciones humanas son muy
precavidos, no quieren compartir su intimidad. Y cuando lo hacen, enseguida se
fragmentan, se caen. Falta ese ser acostumbrado a luchar, a caer, a
levantarse, sin pánico a la caída, a la pérdida. Tal vez lleguen los que
ahora tienen 13 o 14 años y digan que no quieren renunciar. Puede ser…
El ser
urbano vive cada vez más de espaldas a la luz, es un ser nocturnal. Por eso no
es gratuito el culto a los vampiros, todos estos personajes oscuros que huyen,
que rompen con lo que no quieren. Nadie sabe lo que quiere. Y cuando estás en
la naturaleza necesitas saber cuál va ser el próximo paso y por qué lo das.
Cuando pescas en las rocas, si no tienes conciencia de lo que estás haciendo,
te puedes caer y si vas caminando por la selva y te descuidas, puedes acabar
pisando una serpiente cascabel.
- Lo cierto es que vivimos
en sociedades atemorizadas. Sociedades en las que unos miedos son sustituidos
por otros.
- Pues esos son los
señores, los dueños de la jaula. Lo hacen muy bien. Y no podemos perder de
vista el ascenso de la derecha a nivel ideológico. Los partidos de derechas
nacen y tienen un objetivo muy claro, el beneficio de unas minorías, del
capital. No comprendo cómo personajes como Vargas Llosa pueden darle
algún sustento al sistema neoliberal y dejarse seducir por filósofos
como Popper, que apelan a una libertad incondicional, cuando la libertad
incondicional es la peor forma de esclavitud. Si no sabes qué hacer con tu
libertad y no tienes regulación, ciertos límites de comportamiento ético, el
más astuto irá siempre a imponerse, a maltratar, al más torpe. Yo discrepo de Rorty
y de estos filósofos que ponen la libertad por encima de todo. Prefiero dar ese
lugar a la ética. Si tienes valores éticos vas a saber qué hacer con tu
libertad, pero una libertad sin ética es regresar a la manifestación más
extrema de depredación natural. Nos dicen que lo primero es la libertad y que
después se dará todo por añadidura. Ese es el error de la cultura
norteamericana. ¿Libertad para qué, para acabar con el planeta, para consumir
como bestias? ¿Esa es la libertad que queremos, un consumo excesivo,
inconsciente, que daña e inferioriza al otro? Todo eso tiene que cambiar.
- En el ensayo te refieres
a la caída inevitable de todos los imperios y aseguras que esa caída se detecta
ahora en las sociedades occidentales. Lo reproduzco textualmente: “La caída se
produce cuando el ciudadano le da la espalda a la naturaleza y al cosmos para
dedicarse a la optimización del goce”.
- No creo estar
descubriendo nada. Es evidente que todo lo que estamos viviendo, todos los
síntomas indican, sobre todo en Europa, que hay un agotamiento de los modos de
convivencia, de las estructuras. No se puede generalizar ni aplicar los mismos
parámetros a todos los países. No es lo mismo hablar de Italia, Portugal o
España, que de Alemania, ya que sus identidades, visiones y
voluntades son muy distintas. Si nos centramos en España percibo una cierta
negación de la voluntad, un fenómeno del que ya hablaba Unamuno. Y sin voluntad
no hay posibilidad de trascendencia. Y, por otro lado, sigo viendo un exceso de
mercadotecnia en este país. Y la mercadotecnia es genuinamente digestiva,
no es mental. ¿Acaso esta España no sigue siendo demasiado digestiva, demasiado
sanchopancesca?. Me hubiera gustado verla más enquijotada. Hay muy poco
Quijote y muchos Sancho Panza. Pero, dicho esto, a mí me fascinan las
crisis, porque es en las crisis donde el ser humano está obligado a sacar lo
mejor de sí. Es en la adversidad donde se forja grandeza; cuando hay demasiada
facilidad la vida se hace fácil. Y lo fácil es efímero.
Si tienes
valores éticos vas a saber qué hacer con tu libertad, pero una libertad sin
ética es regresar a la manifestación más extrema de depredación natural. Nos
dicen que lo primero es la libertad y que después se dará todo por añadidura.
Ese es el error de la cultura norteamericana. ¿Libertad para qué, para acabar
con el planeta, para consumir como bestias? ¿Esa es la libertad que queremos,
un consumo excesivo, inconsciente, que daña e inferioriza al otro? Todo eso
tiene que cambiar.
- Me gustaría incidir un
poco más en tus apreciaciones sobre la España actual. ¿No has percibido una
mayor voluntad de cambio, más conciencia social, más movilización, más figuras
que están poniendo en jaque al poder?
- Ojalá que se vaya en la
dirección del Quijote. Ojalá que desaparezca esa España de los pedos y los
eructos, que decía Ortega. La verdad es que todo el aparato ha llegado a
tal nivel de ruindad, de descaro, que, pese a todo, yo confío en la reacción de
la gente. No es el buen cinismo, el cinismo como corriente filosófica, el que
se ha instaurado. Ahora asistimos a la representación de cínicos avorazados,
que quieren comerse todo, que no quieren dejar nada para nadie. Para
combatir eso se requieren medidas drásticas, pero no violentas. Tenemos que
meter toda esa pulsión, todo ese odio y coraje, que empieza a detectarse en
amplias capas de población, en el crisol del pensamiento y dejar que se decante
con unas gotas luminosas de espiritualidad para evitar que nos venza la
animalidad, el deseo de venganza, de destruir, de romper. Porque con eso no se
logra nada, ya lo hemos aprendido con la Historia.
- ¿Qué opinas de los nuevos
partidos, movimientos, plataformas, que están emergiendo?
- Bueno, en este último
viaje he visto a mucha gente concienciada y he percibido una esperanza
en el surgimiento de nuevos partidos como Podemos y de nuevos
movimientos ciudadanos, pero también he percibido que se trata de una
esperanza matizada de temor, de cierta desconfianza. ¿Qué va a pasar con estos
chicos, inexpertos, cuando entren en toda la corrupción del aparato de poder?
Porque van a entrar. Y no es lo mismo estar aullando desde fuera como oposición
que estar en el poder. A mí me interesa la rebeldía del personaje que se
mantiene firme a lo largo de toda su trayectoria y no renuncia a esa rebeldía
porque considera que el pensamiento crítico debe estar en permanente acecho frente
a la corrupción del poder, tanto económico como político y religioso.
- En “Filosofía para
desencantados” se dice que el verbo “intentar” es el mejor de los verbos. Se
trata de intentar, de confiar, ¿no?
- Sí, en efecto. Hay un
trasfondo de nobleza incuestionable en todas estas nuevas manifestaciones y
hay que intentar seguir adelante. Pero no creo que pueda existir un proceso
democrático en base a partidos. El modelo tradicional de partido está
agotado. La derecha resulta aberrante y la izquierda ha sido la mayor
desilusión que hemos sufrido todos los que luchamos, desde los 60, por la
transformación del mundo, por una sociedad más igualitaria, más justa, con
educación, con salud pública… Ahora lo que queremos son individuos, personas
íntegras. Lo interesante es la transformación desde la base de la
sociedad. Formaciones como Podemos pueden ser, incuestionablemente, un
disparador, un sacudimiento, y eso hay que incentivarlo. Pero lo que yo le digo
siempre a la gente es que no esperemos el cambio de la totalidad para cambiar
nosotros. Vayamos cambiando en la medida de nuestras posibilidades, empecemos a
tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Ese es el
camino en un panorama en el que todo está colapsando: los “reality shows”,
los “best-sellers”, los periódicos. Lo que deberíamos ahora entender es que
no tiene ningún sentido gastar energías por rescatar todo eso que está cayendo.
Hay que apostar por los proyectos nuevos, pero que sean de verdad nuevos, nada
de emular lo que ya ha sido, nada de aliarse con estructuras de partido
convencionales.
Lo que
queremos en estos momentos son individuos, personas íntegras. Lo
interesante es la transformación desde la base de la sociedad. Formaciones
como Podemos pueden ser, incuestionablemente, un disparador, un sacudimiento, y
eso hay que incentivarlo. Pero lo que yo le digo siempre a la gente es que no
esperemos el cambio de la totalidad para cambiar nosotros. Vayamos cambiando en
la medida de nuestras posibilidades, empecemos a tratar a los demás como nos
gustaría que nos trataran a nosotros.
- ¿Y qué tal América Latina?
En vez del agotamiento de Europa se percibe energía. ¿Es así?
- Percibo una gran
diferencia entre América Latina y Europa y, a mi juicio, creo que el error
más grave que ha cometido y que está cometiendo España, es tratar de
europeizarse a toda costa y dar la espalda a la América Latina. Yo estaría de
acuerdo con Ortega cuando pedía la europeización de España. Está bien. No hay
ningún problema en ser europeos, pero sin perder de vista que la única
posibilidad que tiene este país de competir, de manera genuina y con ciertas
ventajas, en el contexto occidental es con el impulso, con la voluntad de
América Latina. Si el español es hoy por hoy el idioma que más está creciendo
es gracias a América Latina, a México fundamentalmente. Si la economía
española puede salir adelante no es con el apoyo usurero de los banqueros
alemanes, ni con el capital ilegal ruso o chino que pueda llegar
aquí. Será a través de la interacción con América Latina desde una relación de
iguales, no ya desde la perspectiva del vasallaje colonial. Los jóvenes
profesionales españoles, que hoy no tienen empleo aquí, encontrarán al otro
lado del océano una posibilidad enorme de crecer como individuos y de
contribuir a un proceso de transformación inédito en toda la historia de
América Latina. Es evidente que la cultura hispana, a través del ímpetu del
idioma, está entrando en Estados Unidos y colocándose en un nivel
hegemónico en el seno del imperio. Y no es por el Instituto Cervantes ni
por los profesores que van a las universidades a enseñar el Siglo de Oro
español o el poder imperial de Carlos V. Es por todas las oleada de
emigrantes que está mandando América Latina. Y ante este panorama tan
alentador, ante esa realidad bilingüe en la que conviven el inglés y el
español, no hay una política de Estado clara y firme. Ahora mismo, tanto
pensadores como políticos, tendrían que estar dándole vueltas a cómo mover las
piezas en este nuevo tablero global. Pero no sucede así. Están demasiado
preocupados en mantener el poder, en aferrarse al pesebre.
- ¿Los filósofos deben
apostar siempre por poner el pensamiento cabeza abajo?
- En México se dice “poner
patas arriba” (risas), pero el corrector español me sugirió esta otra
expresión. Se trata de una metáfora un poco exagerada con la que trato de dar a
entender que la función genuina del filósofo es no estar de acuerdo con su
presente. Donde el político o el economista atisban posibilidad de riqueza,
de estabilidad, el filósofo tiene que ver dudas por doquier y tiene que hilar
muy fino para, a través de esas dudas, articular posibles respuestas que
beneficien, no a las minorías, sino a la mayor cantidad de gente el mayor
tiempo posible. Lo que necesitamos ahora es proteger a los desprotegidos de los
excesos del capital. La tarea no es fácil, pero siempre digo que sólo lo
difícil vale la pena. El problema es que estamos forjando generaciones que
nacen de espaldas a la dificultad. Hay que invertir esa tendencia y quitar a
los jóvenes el miedo a equivocarse. Podemos equivocarnos, tenemos todo el
derecho. Debemos asumir que a veces se aprende más de los fracasos que de los
triunfos, que los triunfos nos envanecen. Lo hemos visto recientemente, con la
selección española de fútbol. Ya la daban como triunfadora. Ya los
futbolistas se dedicaban a anunciar todo los productos comerciales habidos y
por haber. Y de pronto llegó la lápida de la derrota, la conciencia del
perdedor, la destrucción de las esperanzas. Es un episodio para tomar nota,
para aprender.
Donde el
político o el economista atisban posibilidad de riqueza, de estabilidad, el
filósofo tiene que ver dudas por doquier y tiene que hilar muy fino para, a
través de esas dudas, articular posibles respuestas que beneficien, no a las
minorías, sino a la mayor cantidad de gente el mayor tiempo posible. Lo que
necesitamos ahora es proteger a los desprotegidos de los excesos del capital
- En “Filosofía para
desencantados” se analiza la realidad en tres pasos. Ahora estamos en una fase
de egocentrismo. De lo que se trata es de avanzar hacia el sociocentrismo y
luego dar el paso final que sería llegar al cosmocentrismo.
- Así es. Básicamente se
trata de un recorrido en el que hombres y mujeres han de ir dejando atrás su
animalidad y haciéndose más divinos. Y cuando hablo de la divinización de
la conciencia humana no me refiero a dogmas, a hipocresías. Me refiero a ser
conscientes del remanente de luz que hay en nuestras mentes y a actuar de
acuerdo a una dinámica que produzca el menor daño, que busque siempre la
armonía, las soluciones consensuadas, el concepto de justicia, que no es lo
mismo que legalidad. Esto es muy importante. Hoy en Estados Unidos, por
ejemplo, el deporte nacional son las leyes, los juicios. Te demandan por
cualquier cosa y lo que importa es cómo ganar un caso, cómo sacar a un
delincuente de la cárcel o cómo impedir que ingrese en ella un banquero, aunque
defraude miles de millones de euros. Esto es así, sin importar que mientras
tanto un pobre emigrante, que no tiene para comer y roba un litro de leche,
acabe con sus huesos en prisión. Ahí está la diferencia fundamental entre
justicia y legalidad. La legalidad está hecha de artimañas y mentiras, pero no
así la justicia. Con ella jamás puedes auto engañarte. Los niños, desde los
cinco o seis años, cuando toman sus primeras decisiones morales, saben cuando
están haciendo daño al otro: al hermano, al compañero de colegio, a su madre o
a su padre. Lo saben perfectamente. Pero en estas sociedades la brecha entre
justicia y legalidad es cada vez más grande. Nadie se pregunta si lo que
hace es justo o no. Lo que se dice es: “estoy cumpliendo con los requisitos que
me marca la ley y, por tanto, estoy seguro, estoy a salvo”. Por eso los
norteamericanos se sienten tan seguros y consideran que la amenaza siempre ha
de venir de afuera, del exterior. Todo lo externo para ellos es un peligro y
por eso tienden a cerrarse. El turismo norteamericano es más del 80% interno.
Se viaja muy poco, se traduce sólo el dos por ciento de lo que se lee y se
llena al mundo con la basura propia. Y todo eso no lo hacen a punta de pistola
sino de una manera mucho más sutil, a través de la manipulación de las
conciencias.
Hoy en
Estados Unidos, por ejemplo, el deporte nacional son las leyes, los juicios. Te
demandan por cualquier cosa y lo que importa es cómo ganar un caso, cómo sacar
a un delincuente de la cárcel o cómo impedir que ingrese en ella un banquero,
aunque defraude miles de millones de euros. Esto es así, sin importar que
mientras tanto un pobre emigrante, que no tiene para comer y roba un litro de
leche, acabe con sus huesos en prisión. Ahí está la diferencia fundamental
entre justicia y legalidad. La legalidad está hecha de artimañas y mentiras,
pero no así la justicia.
- El sentimiento de amenaza
del otro, del diferente, no facilita el paso hacia el sociocentrismo que
propugnas.
- Ese es el juego que se
está estableciendo y al que hay que ponerle un dique. Ese dique es pasar del
egocentrismo, de la autogratificación, a través del autocontrol, al
sociocentrismo, que nos lleva a pensar, efectivamente, que vivimos con el otro,
no contra el otro. Esa es la tarea inmediata, a través de la ética. De ahí que
en las escuelas secundarias haya que enseñar a los chicos qué es la ética, y no
me refiero a una revisión histórico geográfica, a explicarles cómo la han ido
interpretando los filósofos, los pensadores. Se trata de enseñar qué es la
ética aplicada al comportamiento diario, desde que se levantan por la
mañana y actúan con su padre, con su madre, con sus hermanos, con los maestros.
La ética ha de enseñar a perfilar ese sentido de cooperación, no de
competitividad. Si se nos dio un talento especial tenemos que compartirlo con
el que no lo tiene, pero en las escuelas tipo norteamericanos algo así suena
terrible. Se trata de sacar las mejores notas, de ser los mejores, los “number
one”. Y los demás que se jodan. Ahí está la raíz de la desigualdad, el
desequilibrio y la desarmonía social.
- Pero todo ese aprendizaje
ha de empezar en la familia…
- Sin duda. Hay varias
etapas o estadios en la transmisión de la identidad que son fundamentales. El
primero es la familia. Si no mamas los valores desde el hogar, difícilmente los
vas a suplir con la escuela. Ahí está la dicotomía que hay entre la
determinación genética y la cultural. Es importantísimo, pero no decisivo, el
trasfondo genético. La cultura nos permite romper con eso, de no ser así no
habría libre albedrío. Si tuviéramos una determinación genética tan firme,
¿para qué estudiar, para qué leer, si ya sabemos lo que vamos a ser?. La
cultura permite romper con esa especie de camisa de fuerza, pero esa cultura se
apoya en dos pilares: la familia y la escuela. Los maestros son los segundos
padres. Pero es que esos dos pilares han sido minados por toda esta oleada
de capitalismo salvaje. Los más los jóvenes no quieren mantener relaciones
duraderas y los más preparados e inteligentes no desean procrear. Cuando todo
esto se rompe el único refugio es la autogratificación. ¿Para qué partirse el
alma por los hijos, por la pareja? Y vemos que en la escuela los maestros
luchan desesperadamente por conseguir la base, los objetivos, no por transmitir
valores y enseñanzas. Y después, al salir a la calle, vamos todo el tiempo con
cuidado, porque vemos enemigos en potencia por todas partes, no nos paramos
con nadie porque pensamos que nos van a pedir o a robar. Y en el trabajo,
no se va a formar un equipo, a aprender con los demás. Todo es competencia,
miedo a ser desplazados, despedidos. Ese es, a grandes rasgos, el panorama en
el que estamos inmersos por falta de eticidad, por falta de valores.
- Uy… ¿Algo positivo? En el
ensayo dices que la felicidad está en la búsqueda de la verdad, de la belleza,
de la bondad.
- Por supuesto. Tenemos que
tender hacia eso, caminar hacia la perfección, hacia el mejoramiento. Tenemos
que recuperar las familias, las escuelas, hacer que surjan empresarios que se
hagan ricos enriqueciendo a los demás, no empobreciéndolos. No se trata de que
saqueen, depreden, acaben con mares y selvas, y luego levanten una fundación e
inauguren maravillosas exposiciones. No podemos aceptar esa filantropía
hipócrita. Ya sé que es complicado cambiar todo eso, pero insisto en que
tenemos que empezar por nosotros mismos. Si tú haces bien tu trabajo, llevas
luz y amor en el ámbito en el que te mueves, no andas de mal humor todo el
rato, reduces la velocidad de tu vida y te creas menos dependencias, irás bien.
Cuando uno empieza a fijarse metas que no va a poder cumplir, entonces ya se
convierte en un fracasado y anda como loco. Cuántas más cosas tenemos más nos
esclavizamos, más nos codificamos. Necesitamos una generación que recupere el
sentido de lo elemental. Todo lo que está pasando se veía venir. La gente tenía
una casa donde vivir, pero el sistema le ofrecía créditos para tener segundas
residencias en la montaña o en la playa. ¿Para qué tantas casas, para que
atiborrarse?
Si tú
haces bien tu trabajo, llevas luz y amor en el ámbito en el que te mueves, no
andas de mal humor todo el rato, reduces la velocidad de tu vida y te creas
menos dependencias, irás bien. Cuando uno empieza a fijarse metas que no va a
poder cumplir, entonces ya se convierte en un fracasado y anda como loco.
Cuántas más cosas tenemos más nos esclavizamos, más nos codificamos.
Necesitamos una generación que recupere el sentido de lo elemental.
- ¿Y el cosmocentrismo? Hablas
de una apertura de conciencia total. Dices que la filosofía tiene por delante
la tarea de unir al individuo con el cosmos.
- El cosmocentrismo es el
nuevo ámbito que habrá de llegar y que tiene que ver con la comunicación
cósmica. Tarde o temprano, ya los físicos teóricos se han dado cuenta, seremos
conscientes de que no hay un universo, sino millones de universos, una enorme
cantidad de soles cerca de nosotros con una enorme cantidad de planetas con
condiciones habitables. Una vez recuperada esa conexión cósmica va a
empezar a crecer la espiritualidad, y cuando esa espiritualidad crezca
empezarán a desaparecer los ejércitos, las armas, las químicas bacteriológicas.
Entonces dejaremos de estar sujetos a energías que son infernales como los
hidrocarburos, que ya podían haber sido sustituidos y habrían evitado muchos
conflictos. Detrás de Irak, de Irán, de lo que sucede ahora mismo en
Ucrania, no se esconde un problema de identidades contrapuestas, sino de dinero,
de los millones y millones de euros que están detrás del petróleo, del gas. Y
lo mismo pasa con el narco en México, que no se legaliza porque son miles de
millones de dólares en venta de armas los que están en juego. México no produce
armas. Las armas vienen de EEUU y los norteamericanos se escandalizan porque
por la frontera pasan emigrantes y pasa la cocaína. ¿Y las armas? Los
narcos tienen bazuca y no les llega por teletransportación. Hay mucho cinismo,
un cinismo brutal en todo esto. Hay una nueva energía, el hidrógeno, que sale
del agua, que podría empezar a aplicarse, pero los hidrocarburos mueven mucho
dinero y no se pueden abandonar. No es tan sencillo. Al aparato económico no le
importa la contaminación, el efecto invernadero. Ya ningún idiota dice que es
un invento lo del cambio climático, pero aún estamos lejos de que se adopten
las medidas necesarias para frenarlo. Así están las cosas, pero hemos de seguir
adelante, mirando a la luz, anhelando la armonía, rechazando la conflictividad.
“Filosofía para desencantados”, de Leonardo da Jandra,
con prólogo de Guillermo Fadanelli, ha sido publicado por la editorial
Atalanta.
-Todas las fotografías fueron tomadas por Nacho
Goberna (nachogoberna@gmail.com)
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