sábado, 16 de agosto de 2014

EMPRESARIOS Y PRESIDARIOS

Moncho Alpuente
15  de agosto de 2014
    Qué se puede esperar de un país capitalista en el que sus más distinguidos y representativos líderes empresariales han estado, están o estarán próximamente encerrados en las cárceles, o al menos imputados, a la espera de juicio, o en libertad bajo fianza. Un país en el que se perpetró una excepción de la ley, una ley de excepción, una medida excepcional para amparar de sus delitos, más que presuntos, a un banquero excepcional que a nadie engaña porque se apellida Botín. Vote a Botín, desconfíe de los intermediarios, fue un lema que propuse en pasadas campañas electorales, pero ni la posibilidad de votar en los cajeros automáticos de su red pagando una mínima comisión logró despertar los apetitos del prócer cuyas deudas pagamos y seguiremos pagando los ciudadanos cuando sea menester.
    Leemos muy a menudo informaciones sobre escándalos, conjuras financieras y corrupciones diversas, de Pekín a Washington, de Berlín a París pasando por Bruselas, escándalos políticos, de políticos cuyos hilos mueven los poderes económicos, de vez en cuando, en un lapsus del manipulador, alguna marioneta se hace un lío y tropieza, nada demasiado grave, la función continúa, que siga el espectáculo. ¿Existe sobre el planeta un país con tantos  líderes empresariales encarcelados o imputados? Si alguien lo sabe que levante la mano. Bueno, puede que sí, pero solo en términos absolutos, aunque no de tanta relevancia como, pongamos por ejemplo Gerardo Díaz Ferrán. Otros, como Miguel Blesa, solo han pisado la cárcel en brevísimas estancias. Tratar de encarcelar al juez que le encarceló es una artimaña defensiva y vengativa que utilizan los estafadores de élite que pueden pagar a los mejores leguleyos o depositar las más cuantiosas fianzas a la espera de que la Justicia Española siga haciéndose esperar, por lo menos hasta que sus delitos prescriban y la ciudadanía se olvide de sus nombres. El clan de los Pujol y sus secuaces son expertos en tales maniobras que figuran en el libro de oro de la usura y de la estafa desde tiempos remotos.
El último por ahora, porque hay muchos en la cola, es Arturo Fernández, el rey Arturo, que tuvo entre los comensales de su mesa redonda a la crema y la nata de la sociedad y sirvió democráticamente las mesas y los “catering” de  UGT, el Parlamento, el teatro Real y otras piadosas instituciones. Arturo simpático y sonriente correveidile en los corrillos políticos en los paseó su bien surtida bandeja, siendo su generosidad recompensada por las graciosas concesiones hosteleras que le permitieron levantar su grupo empresarial, su efímero emporio. Este emprendedor digirió mal, y dirigió peor, su paso a las grandes ligas, como gran empresario el carismático hostelero no supo aprovechar las concesiones pero trató de aprovecharse de ellas, trampeando con la Seguridad Social, dejando de pagar a sus trabajadores, o despidiéndoles y emprendiendo vergonzosa fuga. Arturo  fue el copero favorito de la corte faraónica del PP madrileño y sigue siendo, supongo, el fundador del club de fans de Esperanza Aguirre a la que siempre defendió y a la que definió con tres palabras: “Esperanza es cojonuda”.  No es un gran lema, pero resulta contundente. Con semejantes paladines luchando por su causa en la palestra, Esperanza ha asistido ya a muchas derrotas desde su barrera y es una experta en desprenderse de sus más cercanos colaboradores cuando alguno de ellos cae en pública desgracia. Nunca, suele afirmar nuestra Morgana, estuve al tanto de sus malas y delictivas acciones y en cuanto al tanto estuve, fui la primera en desentenderme de ellos arrojándolos a las tinieblas exteriores. Allí acecha  el monstruo Gúrtel de múltiples cabezas que hasta ahora no ha podido deshonrarla y que espera ansioso a que el premioso juez Ruz abra la puerta de la jaula.






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