martes, 12 de agosto de 2014

PUJOL NO ES PUYOL

Han representado mucho para Cataluña y para España. Para la política catalana y española, para el deporte catalán y español. Ambos son catalanes, hablan catalán, han vivido siempre allí. Jordi Pujol -veintitrés años como President- y Carles Puyol -dieciocho años en el FC Barcelona- fueron santo y seña de Cataluña, admirados prohombres, estandartes de un sentimiento y protagonistas de la reciente historia, pero... no, no son lo mismo.
nuevatribuna.es | Por Fernando Olmeda | 11 Agosto 2014 - 11:49 h.
Jordi Pujol y Carles Puyol fueron santo y seña de Cataluña, admirados prohombres, estandartes de un sentimiento y protagonistas de la reciente historia, pero... no, no son lo mismo. No son la misma persona, aunque algunos se empeñen en castellanizar el nombre del (hasta ahora) Molt Honorable ex-President de la Generalitat
Puyol es y será honorable. Es un honorable deportista, por la forma en que defendió los colores de su club y de su país. Cuando llegó uno de los momentos más felices de su vida, dejó que Abidal levantase la copa de Campeones de Europa. La honorabilidad de Pujol está bajo sospecha, tras conocerse que ha mantenido una fortuna oculta en paraísos fiscales.
Puyol jugó al fútbol a pecho descubierto, se partió la cara en buena lid, acumuló treinta y siete lesiones en quince años, todo un calvario. El calvario de Pujol empieza ahora. Las estaciones de su penitencia son la Agencia Tributaria y los juzgados. 
Si el rictus facial de Pujol siempre pareció artificial, buscado, ahora sabemos que era una verdadera máscara disuasoria destinada a aparecer como garante de la estabilidad democrática en España y como venerado patriarca del nacionalismo catalán, dedicado en cuerpo y alma a mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. Puyol usó máscaras protectoras pero solo porque se empeñaba en jugar a pesar de tener la nariz rota. Aunque parece adusto, huidizo, cortante, quienes le conocen desmienten la primera impresión que transmite ese rostro duro, de guerrero fajado en mil batallas.
Puyol dio el callo en su trabajo, como tú o como yo en nuestros trabajos. Se dedicó a servir a la institución blaugrana y a La Roja. Y sus negocios han tenido una suerte dispar. Prou. Pujol trabajó mucho, entregó su vida a la política, pero también a (sabemos ahora) fructíferas actividades financieras particulares que han consolidado su carácter de multimillonario. Ni més ni menys.
Especula algún analista con que Pujol jugó (presuntamente) al 5-4-1 de las comisiones  -cinco partes para el partido, cuatro para él, una para el intermediario-. Puyol jugó donde le pusieron sus entrenadores. No hubo más esquema táctico que cumplir con su trabajo. Y ganar.
Puyol no conjuga el verbo ganar como lo conjuga Pujol. No. No es lo mismo.
Pujol, todopoderoso urdidor de una Cataluña fabricada a su medida, dice que en todos esos años no encontró el momento oportuno para declarar que su familia tenía cuentas sin declarar en el exterior. Puyol solo dijo basta cuando los médicos le convencieron de que no podía seguir como futbolista de élite.
El problema de Puyol son sus rodillas. Pujol no tiene un problema, tiene varios, y no precisamente físicos.
Puyol ha sido fiel a su lema de «querer es poder». El lema de Pujol fue «España nos roba», pero ahora se abre paso una versión actualizada: «Pujol nos roba».
Puyol creció en La Masía. La familia Pujol las acumula.
Pujol entendió de estrategias victimistas respecto a Madrid y de mecanismos opacos destinados a aprovechar los privilegios de su cargo para amasar una gran fortuna. Puyol entiende de balones y, últimamente, de pañales.
El silencio de Pujol ha encubierto comportamientos que afectan directamente a la gestión de lo público, al ejercicio de la política, a la imagen de los políticos. Puyol guarda con su silencio... secretillos de vestuario.
A Puyol le demonizaron algunos independentistas radicales catalanes por llamar Manuela a su hija -Manuela se llama la abuela de Vanesa Romero, Manuel se llama su padre-. Muchos nacionalistas catalanes respaldan o disculpan a Pujol, y alguno llega a decir que «se ha inmolado».
Toda España marcó el gol de Puyol a Alemania, todos dimos ese glorioso cabezazo que nos llevó a la final del Mundial de Sudáfrica. Toda España corea (tiene interiorizado, de hecho) aquello de «Pujol, enano, habla castellano», y, como mucho, algunos periodistas saben qué significa el «avui no toca»
Puyol es campeón del mundo, le conocen en todo el mundo. A Pujol no, pero tiene una estatua en Premià de Dalt que ahora quieren retirar.
Nadie quitará a Puyol sus títulos deportivos. A Pujol se le van cayendo sus títulos institucionales, por la fuerza de la gravedad... de la gravedad de los hechos conocidos este verano. 
Puyol veranea en Ibiza y en septiembre va a empezar a trabajar en el cuerpo técnico del Barça. Pujol se refugia en Queralbs y prepara sus comparecencias -acaso en septiembre- ante las autoridades fiscales y judiciales. 
De la trayectoria de Puyol nos enorgullecemos todos. ¿Hay alguno que todavía se enorgullezca de la de Pujol, (presunto) delincuente fiscal?


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