Eduardo Mangada | Arquitecto
nuevatribuna.es
| 08 Julio 2014 - 12:50 h.
Este es el
lamento lacrimoso de los partidos tradicionales en España. Deberían sin embargo
enjugar y apaciguar este llanto y aceptar que no los entendemos, no los
queremos y no los votamos porque no los creemos, asumiendo de una vez que “la
clave fundamental para recuperar la credibilidad es explicar claramente lo que
estás haciendo (o lo que pretendes hacer) y por qué”, como escribe
Soledad Gallego-Díaz en El País (29/06/2014), quien afirma también que “el
primer problema del PSOE es su falta de credibilidad, la incapacidad de sus
dirigentes para ser creídos”. Juicio que se torna más severo aún si
contemplamos las repetidas y descaradas mentiras del PP para encubrir sus
miserias y la traición a sus promesas electorales.
Recordando a
Frantz Fanon (“Los condenados de la tierra”, 1961, leído hace muchos años) me
atrevo a afirmar que la legitimidad, la credibilidad de la acción política en
general, y de un gobierno democrático con mayor exigencia aún, es la de
explicar cada día la razón última de sus decisiones y no sólo anunciarlas en
los programas electorales o justificarlas a posteriori en los manidos debates
sobre el estado de la nación. Fanon decía, no literalmente, que hacer política
es explicar públicamente cuándo se hace un puente, quién lo paga, porqué se
hace en este lugar y no en otro, porqué ahora frente a otras necesidades
urgentes y a quién beneficia, ¿a quien lo cruza cada día o a quien lo
construye?
Tenemos
próximos hechos políticos de gran importancia, opacos frente a la ciudadanía y
que, dada su falta de transparencia y explicación pública, han creado malestar,
rechazo y desconfianza que se traducen en pérdida de votos para los partidos
mayoritarios y especialmente para el PSOE. ¿Qué razones o qué presiones
justificaron la reforma del artículo 135 de la Constitución? ¿Qué razones o qué
presiones justificaron el apoyo de los socialistas a Durao Barroso (anfitrión
del trío de las Azores) y han justificado el voto a favor de Juncker? ¿Cuáles
son las razones para votar favorablemente el aforamiento del ex rey Juan Carlos
I y silenciar el escándalo de más de diez mil aforados en España? Si hay
razones políticas de peso, si hay circunstancias que aconsejan u obligan a
tomar estas decisiones, aunque solo sea por una prudencia coyuntural, un
partido que debiera perfilarse como una alternativa progresista al PP tiene la
obligación de hacer públicas estas razones, prudencias o presiones ante la
ciudadanía y no solo ante sus militantes, cosa que tampoco se ha hecho.
Esta
exigencia de claridad, de explicación, es a un más necesaria en tiempos de
autoimpuesta escasez de recursos públicos y de dramáticos recortes en las
prestaciones sociales. Tiempos en que la responsabilidad política debe
concretarse de forma más exigente en la selección de sacrificios que no en la
promesa de paraísos.
A los
lamentos de los partidos, que encabezaban estas líneas, responden airados miles
de ciudadanos con un ¡no nos representan! Un grito que no es tanto la expresión
de una revuelta antisistema como el cada vez más extendido clamor contra un
sistema que se titula democrático únicamente porque se puede votar cada cuatro
años (cosa necesaria pero no suficiente), pero que tolera, cuando no provoca,
con su política económica la desigualdad, la marginación, la exclusión de los
empobrecidos por el propio sistema, dominado por los mercados, que imponen sus
reglas por encima de la política a unos sumisos partidos. Un grito que reclama
más y mejor democracia, representativa y participativa a la vez. Un grito que
no pretende destruir la democracia nacida de la transición y la Constitución de
1978, aunque sí cuestionarla radicalmente y que aspira y exige construir un
nuevo sistema en el que la libertad no se venda a cambio de una mayor seguridad
represiva, la igualdad sea un objetivo y un compromiso irrenunciable de los
gobiernos y la solidaridad, la vieja fraternidad revolucionaria, no se degrade
en subsidios asistenciales para los “pobres”.
Con más
rigor que el bla, bla, bla de los discursos al uso en boca de los candidatos a
gobernar la nación, las nacionalidades, los municipios y los propios partidos,
se necesita, se exige, una mayor concreción, un mayor énfasis en cómo afrontar
los graves problemas que acosan cotidianamente a los ciudadanos, nacidos todos
ellos de la desigualdad, que diferencia ricos y pobres, fractura la sociedad y
expulsa a los menos favorecidos, cada día más empobrecidos. Más allá del
tópico, de la invocación cínica y oportunista, necesitamos una mejor democracia
en la que la voz de los ciudadanos sea oída o, mejor dicho, entendida y
atendida, en la que los mecanismos de participación en los asuntos públicos se
amplíen más allá de los partidos o sindicatos, en la que los gobernantes
expongan las razones que justifiquen para quien, cuando y donde se toman las
decisiones que afectan al conjunto de los ciudadanos, sean leyes, decretos o
presupuestos. Si así lo hiciesen, volveríamos a entender, querer y votar a los
partidos políticos tradicionales o nuevos, y en ese caso reconoceríamos que sí
nos representan.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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