nuevatribuna.es
| 08 Diciembre 2013 - 19:03 h.
Históricamente,
el concepto de patriotismo es uno de los más utilizados para hacer descansar en
él las aspiraciones de las clases dirigentes. Los grupos que conforman la
constitución material de un país saben identificar sus intereses con los de la
patria; un patrimonio abstracto e intangible que se traduce en el mejor aval
para la gestión y apropiación de sus prioridades. Las consignas
chovinistas, los compromisos adquiridos con el arca de la alianza patria, han
conformado siempre el instrumento de estos grupos para embaucar a los pueblos,
para estafarlos.
Salvo prueba
en contrario, el Estado es siempre el Estado de los más poderosos. Hoy,
más si cabe, el instrumento de un nuevo capitalismo que busca someter a toda
una gran clase media: aquella que llegó a conquistar un bienestar que
no le correspondía. En este escenario, el concepto de patria o nación sigue
jugando un papel fundamental. Así como tras la bandera de la libertad
de trabajo se despoja a la sociedad de sus derechos, bajo la
simbología patria se diluye toda una disputa histórica bajo el permanente
encantamiento de una nebulosa sin definir, de verdades nunca concretadas.
Sublimando el ideal se desvirtúa lo real, apelando al más allá dejan de
rendirse cuentas en el más acá. No es la patria, sino el compatriota. No es la
nación, sino sus ciudadanos. Invirtiendo sujeto y predicado, se invierte a la
vez el grado de libertad del ciudadano, su ejercicio real.
El Gobierno,
lejos de preguntarse por qué razón es desaprobado por la sociedad, descubre la
urgente necesidad de nuevas leyes que preserven
la seguridad nacional. La última de ellas se denomina
"Ley para la Protección de la Seguridad Ciudadana". Su presumible
entrada en vigor busca, además de reprimir, castigar las espontáneas reacciones
de los más desesperados con multas de 30.000 euros por conceptos tales como
"ofender a España" u oponerse a los
desahucios. Explica con brillantez el ministro que "una ofensa"
es "lo que ofende". Al hablar de una percepción subjetiva, queda por
aclarar si alude a lo que le ofende a él, o a España, en función
del humor con que ésta despierte a partir de ahora por las mañanas.
La realidad
supera la ficción y como el viejo chiste, se abre la veda: "¿A que no
sabe, prohibido qué?". Se trata de criminalizar la protesta, de
silenciar a la sociedad, de esconderla bajo la alfombra. En tiempos de Shock
todo es posible, incluso un gobierno ofendido. Buscan protegerse, saben que ni
representan ni expresan la voluntad de su pueblo.
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