Artículos de Opinión | Diego Jiménez García | 17-12-2013 |
No
sé si será por la especial aversión que siento hacia el personaje, pero, cada
día que pasa, le encuentro más parecido físico a Cristóbal Montoro, el por
ahora todopoderoso ministro de Hacienda, con la caracterización con que el
actor Max Schreck interpretara en 1922 al vampiro Nosferatu, en una película
muda de 1922 dirigida por F. W. Murnau. Y es que, además, el parecido llega más
allá, pues Montoro está resultando peligroso no sólo por lo que dice sino,
sobre todo, por lo que hace.
Cristóbal
Montoro ha experimentado en su persona lo que la sociología marxista define
como ´desclasamiento´. En efecto, jienense de origen, de extracción social
humilde (su padre hubo de emigrar a Madrid, ciudad en la que trabajó como
pintor de ´brocha gorda´), se hizo catedrático de Economía y saboreó pronto la
embriaguez que produce el poder. Y, llegado al mismo, su aversión hacia las
clases populares es tan notoria como sus reiterados intentos de justificar sus
decisiones basándolas en un supuesto interés general. Y, además, todas ellas,
adornadas con frecuentísimos desvaríos, sólo equiparables a los de su jefe de
la Moncloa, quien recientemente, dando muestras de su probada ´valía
intelectual´, metió la pata, como es sabido, en Johannesburgo.
Las
meteduras de pata (¿o quizá provocaciones?) de Montoro también son frecuentes.
Recordemos su alusión en la tribuna del Congreso a que el paro estaba creciendo
moderadamente. También, su peculiar explicación de los ceses de la Agencia
Tributaria (AEAT) „una auténtica purga que ha motivado que éstos se hayan
elevado a 310 en los últimos dieciocho meses„ a lo que se suma su reciente
anuncio del pasado jueves en el pleno del Congreso de un mayor control de la
misma, lo que aumentaría la opacidad de este organismo fundamental del Estado. El
mismo pleno en el que vertió amenazas a la prensa, por denunciar esos ceses en
la AEAT y la amnistía fiscal a la cementera multinacional Cemex, lo que nos
sitúa en un nuevo escenario de «ley mordaza», según la opinión del diputado
Gaspar Llamazares.
Cristóbal
Montoro responde muy bien al perfil de quien ha sido investido de poder para
hacernos la puñeta cada día a los españoles, pese a su machacona insistencia en
que actúa para el bien general. En una entrevista que reproducía hace un par de
meses la sección de Economía de El País, afirmaba, por ejemplo, que España, que
no puede hacer una devaluación de la moneda como hace unos años, practica una
devaluación interna. En román paladino, eso significa que debemos competir con
devaluación salarial, con más despidos y con condiciones de trabajo más
precarias. Se enorgullecía, además, de la absoluta independencia y soberanía
económica de España, razón por la que no forzó que el BCE comprara bonos de la
deuda española, para bajar el coste de financiación de la misma, para, unas
líneas más abajo, en evidente contradicción, afirmar que el ajuste estructural
de más de tres puntos del PIB en plena recesión ha sido útil para ´ser
creíbles´. Ante los mercados, claro. ¿Pues no quedábamos en que éramos
soberanos?
Montoro,
además, miente compulsivamente cuando afirma que la reforma laboral no ha
destruido empleo. Pues las cifras, tozudas, le delatan. Según el INE, el cuarto
trimestre de 2011 se cerró con algo más de 5,2 millones de personas
desempleadas y hoy se acercan a los seis millones. Todavía es más drástica la
reducción de la población activa, que ha pasado en ese periodo de casi
dieciocho millones de personas a estar en estos momentos en 16,8 millones.
Miente
cuando nos dice que la amnistía fiscal ha permitido el mayor afloramiento de
bases imponibles y que Bárcenas no se benefició de ella. ¿Alguien le cree? Pero
su cinismo nada disimulado queda en evidencia cuando, en esa misma entrevista,
llegó a decir que no entendía cómo alguien que esté en política, en un determinado
nivel, pueda admitir que se le pague en negro. Afirmación que queda en
entredicho a la luz de las recientes revelaciones del juez Ruz de una
contabilidad ´b´ en el PP.
Montoro,
al que le repugnan claramente las clases populares, acredita, sin embargo, una
eficacísima gestión para favorecer a las grandes fortunas (se han triplicado
las SICAV y ha aumentado en un 14% en un año el número de millonarios en
España). Y hace unos días, en una entrevista para El Mundo, encontramos una
frase para enmarcar: «El PP volverá a ganar las elecciones, porque ´los
mercados no son gilipollas´», afirmación ante la que la escritora Rosa María
Artal llegó a decir que, sin afirmarlo abiertamente, Montoro se muestra
convencido de que los gilipollas se encuentran entre esa sociedad española
anónima, otrora lanzada a un consumo inducido y hoy aniquilada. A lo que yo
añadiría: una sociedad sólo aparentemente inerme e inactiva, que hoy por hoy
sigue soportando sus desvaríos. ¿Por cuánto tiempo?
Fuente:
www.tercerainformacion.com
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