Lunes, 16 de diciembre
de 2013
El 12 de diciembre de 1977 era asesinado a consecuencia de
disparos de la Guardia Civil el joven grancanario Javier Fernández Quesada,
estudiante de la Universidad de La Laguna. Quesada había participado en una jornada
de lucha por la huelga del sector tabaquero tinerfeño y a las dos y media de la
tarde, cuando reinaba la calma, unos guardias civiles entraron en el Campus
Central de la Universidad de La Laguna disparando indiscriminadamente con sus
ametralladoras. No fueron disparos al aire sino que tenían como objetivo los
escasos estudiantes que merodeaban el recinto. Javier Fernández Quesada fue
disparado casi a quemarropa y falleció prácticamente en el acto.
La versión oficial de la Guardia Civil insiste en que los
agentes reaccionaron al ser atacados por la turba estudiantil disparando tiros
al aire, de los cuales uno –no se sabe cómo – habría alcanzado al joven
grancanario en las escaleras de acceso al edificio universitario. Luis Mardones, entonces Gobernador Civil de la
provincia de Santa Cruz de Tenerife y más tarde dirigente de Coalición Canaria
y diputado en Madrid por esa fuerza, sostuvo durante años –por lo menos hasta
2008- la tesis de que bien pudiera haber sido algún francotirador
perteneciente a los “sectores en lucha” el autor del crimen. Fue el mismo
Mardones, quien, con motivo de la votación en el Congreso de la Ley de Memoria
Histórica, alegó “motivos de conciencia” para ausentarse de la votación.
Pero, para mejor comprender el relato de los hechos, citemos
aquí la documentada crónica del periodista tinerfeño Julián Ayala:
“Fue entonces cuando irrumpió en el campus, por la puerta
cercana al polideportivo un grupo de guardias –cinco o seis–, disparando sus
armas contra la fachada y la puerta del edificio central de la Universidad,
donde se hallaban quince o veinte estudiantes, y contra los grupos que estaban
en las cercanías de la Librería Tinerfeña. Dos o tres de ellos –los testimonios
difieren– subieron disparando el primer tramo de las escaleras, llegando uno
incluso al principio del último tramo. Éste es el que se cree que mató a
Fernández Quesada. Según testigos presenciales, era un guardia joven, delgado y
de baja estatura, a quien sus compañeros llamaban “Polilla”, nombre que dan en
el Cuerpo a los recién salidos de la Academia, que disparaba a los estudiantes
que huían, sosteniendo la pistola con sus dos manos. Pese a que en el hall de
la Universidad, algunos de sus compañeros le practicaron la respiración boca a
boca y un masaje cardíaco, Javier murió instantes después de ser alcanzado. Los
guardias continuaron disparando y siguieron haciéndolo, a pesar de que un
estudiante y después un profesor que agitaba un pañuelo blanco pidieron el cese
del fuego, gritando que había un herido. Al fin pudieron bajar el cadáver que
fue introducido en un vehículo de la Guardia Civil y conducido al Hospital
Universitario de Canarias, donde los médicos no pudieron hacer otra cosa que
certificar la muerte. En el mismo hospital fue ingresado poco después otro
estudiante, Fernando Jaesuría, de 18 años, a quien una bala había atravesado un
hombro, cuando estaba en la azotea de su casa a unos cuatrocientos metros del
lugar. Un niño de 13 años, que se encontraba en el patio de la escuela aneja a
la Normal de Magisterio, también resultó herido leve.”
Daniel Millet y Octavio Hernández recogieron el testimonio de Carlos
Fernández Quesada, hermano del fallecido y que también vivió de cerca aquella jornada
luctuosa en La Laguna.
“Yo estudiaba Psicología en la Universidad de La Laguna. Aquel
año casualmente mi hermano Javier había empezado a vivir conmigo en un piso de
la calle Viana. Tenía 19 años y él me llevaba tres. Me levanté como cualquier
otro día. Fui a la Recova y luego, junto a un compañero, al campus. Allí nos
encontramos con la manifestación. El ambiente se fue caldeando con la aparición
de los policías. Los agentes se retiraban y volvían. Hubo varios
enfrentamientos con los antidisturbios, pero que eran normales en aquellos
tiempos. Nos extrañó ver que en un momento dado aparecieron jeeps de la Guardia
Civil. Los policías parecían retirarse definitivamente. Eran casi las tres de
la tarde. Cuando muchos de los manifestantes empezábamos a marcharnos, llegó de
repente la carga de la Guardia Civil.
Nadie se lo esperaba. Entraron por la puerta que da a las
instalaciones deportivas y lo hicieron incomprensiblemente disparando a todos
lados. No recuerdo cuántos serían, pero no más de diez. Lo normal era que
cargara la Policía con material antidisturbios. Y si había lío. Pero había
calma y era la Guardia Civil. En un primer momento pensé, como tanta gente, que
eran balas de fogueo. Sin embargo, cuando vimos los impactos en la pared de la
entrada principal de la Universidad supimos que eran balas de verdad. Salimos
por patas. Salí al exterior del campus y me fui a casa a refugiarme. Mi hermano
no llegaba, pero tampoco me preocupé en ese momento. Cuando a eso de las cuatro
de la tarde volví al hall del edificio central me encontré con que había una
asamblea y mucha indignación. Se comentaba que había caído un estudiante. Allí
me encontré con otro hermano (éramos tres estudiando en La Laguna). Ricardo
estaba entre Javier y yo en edad y también había vivido la carga y las
concentraciones. Cuando vi a Ricardo empecé a sentir malas vibraciones. No sé.
Nos preguntamos dónde podía estar Javier. Lo habíamos visto esa misma mañana en
la manifestación. Poco después nos comentaron en el mismo hall que se hablaba de
que le habían dado a un tal Javier, que se lo habían llevado los guardias
civiles. Primero nos dijeron que se lo habían llevado a un hospital, después
que estaba en el cementerio de La Laguna…
Nosotros nos presentamos en la comisaría de Policía de La Laguna
y dijimos que éramos los hermanos de Javier Fernández Quesada. Lo primero que
nos preguntaron fue que a quién nos referíamos. Les explicamos lo que había
pasado y nos hicieron entrar. El ambiente era tremendo. Se palpaba la tensión,
más cuando la noticia ya había corrido por toda La Laguna. Estaban
sobreexcitados, como si todos mascaran chicle. Un comisario nos hizo pasar a su
despacho y nos dijo que a la Guardia Civil se le había ido la mano, que ellos
se habían retirado y que había un fallecido, un tal Javier, al que debíamos
reconocer. Nos llevaron en un jeep antidisturbios al cementerio de La Laguna
acompañados por varios agentes. Era increíble. Ya se había congregado gente en
los alrededores del cementerio. Nos hicieron pasar al cuarto mortuorio y apenas
empezaron a destapar el cadáver ya supimos que era él. Conservo con gran
indignación lo que sucedió después: la presión policial, las burlas de los
agentes, los inconvenientes… Ya en el mismo aeropuerto de Los Rodeos, cuando
fuimos a buscar a otro hermano pequeño y a mis padres se produjo una carga
policial. Había decenas de manifestantes, pero apenas portaban unas cuantas
pancartas. Se presentaron para apoyarnos. Mis padres saliendo y los agentes
cargando. Era una locura. Mi madre gritaba que no le mataran a más hijos,
nosotros fuera de sí, ella sujetando a mi padre porque se iba a por quien
fuera… La cosa se terminó calmando, pero los nervios permanecen. Nos volvimos
todos con el cuerpo de Javier. Recuerdo aquel horroroso viaje: el día nublado,
el fokker moviéndose todo el rato, nosotros sin saber qué decir…
Compañeros de mi hermano que desde un primer momento nos
apoyaron, tuvieron que soportar las burlas de algunos agentes que se
presentaron allí durante el velatorio. Mis padres eran presa de una doble
sensación: la impotencia y la contradicción. Mi padre, que falleció hace ya
años, era una persona con poco nivel cultural. Era un empleado y mi madre
llevaba una de las zapaterías de la familia en Gran Canaria, Calzados Quesada.
No estaban en ningún movimiento antifranquista ni nada por el estilo; eran
normales, las típicas personas criadas en la moral franquista. Estaban
destrozados y encima recibieron llamadas amenazantes. “Recuerden que les quedan
cuatro hijos”, les dijeron. No entendían nada, sobre todo los hechos
posteriores: la represión indiscriminada contra todas las movilizaciones.
Atacaban hasta a los que llevaban un simple crespón negro. Guardo casquillos de
bala de aquel día y testifiqué voluntariamente ante la comisión de
investigación. Luego me dijeron que en verdad a Javier le dispararon a
quemarropa. Incluso, que el agente era muy joven y que fue enviado a Lanzarote.
Da igual. Los rencores los he superado, aunque no haya habido ayudas, ni
proceso judicial, ni verdad. Y es que lo que más me dolió fue cómo se manipuló
esta historia.”
La versión oficial no resiste la más mínima comparación ante
estos dos testimonios. En la conciencia de quienes la sostienen quede tal
vergüenza. Gracias a una puntualísima modificación de la Ley de Memoria Histórica, el crimen de
Javier Fernández Quesada quedó recogido en aquella Ley y su familia
indemnizada, aunque, obviamente, nadie podrá devolverles a su hijo y hermano, ni parece que el culpable y quienes lo ocultan les vayan a
pedir perdón. Además de dos placas en el vestíbulo del Edificio Central de
la Universidad de La Laguna, el antiguo Parque de los Dragos lleva hoy el nombre de
aquel joven estudiante grancanario, movido por ideales como tantos en aquella
época y que no mereció perder la vida de tan cruel manera

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