En el 40 aniversario del atentado de
Carrero Blanco, el antiguo jefe de los servicios secretos vascos y un exetarra
lo rememoran
El inmenso socavón que dejó el
estallido de la bomba que mató a Carrero.
El 20 de diciembre de 1973 hacía una
mañana gélida en Madrid. A las 9.35, un Dodge Dart negro avanza por la calle de Claudio
Coello, en el barrio de Salamanca de Madrid, junto a un edificio de
los jesuitas. En su interior se encuentra el presidente del Gobierno y delfín
de Franco, almirante Carrero Blanco, acompañado de su chófer y un inspector de
policía. A la altura del número 104, el coche se ve obligado a torcer a la
derecha porque un Austin en doble fila le obstaculiza el paso. En ese momento,
a las 9.36, el etarra Jesús Zugarramurdi, Kiskur, da la señal a su
compañero José Miguel Beñarán, Argala,que, subido a una escalera y
camuflado con un mono de electricista, aprieta el botón.
Al instante,
el suelo se abre y el coche de Carrero con sus dos acompañantes se eleva 35
metros, salta por encima del edificio y se estampa en el alero del patio
interior del convento. Se produce un gran estruendo, caen cascotes y se levanta
una gran polvareda. En medio de la confusión, Kiskur y Argala gritan “¡gas! ¡gas!”
mientras salen corriendo en dirección a la calle de Diego de León. En la
esquina con Lagasca les espera al volante de un automóvil el tercer miembro del
comando, Javier Larreategi, Atxulo. El coche enfila hacia la glorieta de
Rubén Darío, y delante de la Escuela de Policía, en la calle de Miguel Ángel,
los etarras cambian de vehículo y se dirigen a su refugio en la calle del Hogar
de Alcorcón (Madrid), donde se esconderán durante varios días.
Mientras, en
los alrededores de Claudio Coello el caos es total. Carrero, al que tardan
minutos en localizar, muere a las 10.15 en el hospital. Lo mismo sus dos
acompañantes. Los servicios de información no confirman la autoría del atentado
hasta las cinco de la tarde. A las once de la noche, ETA, en un comunicado
emitido por Radio París, lo reivindica, y una hora después lo confirma el
vicepresidente del Gobierno, Torcuato Fernández-Miranda.
Los autores del atentado
Cuarenta
años después, dos de los tres miembros del comando que atentó contra Carrero
Blanco han muerto y su principal enlace, también.
§
José Miguel Beñarán, Argala. Tenía 24 años el día
del magnicidio. Murió justo cinco años después, el 20 de diciembre de 1978,
víctima de un atentado ejecutado por el grupo parapolicial Batallón Vasco
Español en el País Vasco francés con un procedimiento muy similar: un explosivo
que se activó al arrancar su vehículo. En el momento de su muerte era el
ideólogo de ETA militar y defendía la continuidad del terrorismo por su
oposición al proceso de reforma democrática.
§
Javier Larreategi, Atxulo. Tenía 22 años el día
del atentado. Murió en 2008 víctima de un cáncer. Durante años fue dirigente
del aparato internacional de ETA desde la Nicaragua sandinista. Con el Gobierno
de Violeta Chamorro, en 1994, fue extraditado a España. A los meses, la
Audiencia Nacional lo puso en libertad y residió en Euskadi hasta su muerte. El
atentado contra Carrero fue amnistiado en 1977.
§
Jesús Zugarramurdi, Kiskur. Tenía 25 años el día
del atentado. Es el único que aún vive. Sobrevivió a un atentado de los GAL en
el País Vasco francés en 1984. Resultó herido y su acompañante, Rafael
Goikoetxea, murió. Kiskur sustituyó en el comando a José Ignacio Pérez
Beotegi, fallecido en Euskadi en 2008 por enfermedad.
§
Eva Forest. Tenía 45 años el día del atentado. Fue
su colaboradora imprescindible en Madrid. Nacida en Barcelona en 1928, era la
única no vasca. También la única que fue detenida durante el régimen
franquista, nueve meses después del atentado, y acusada del mismo. Salió
amnistiada de la cárcel en 1977 y residió en Hondarribia (Gipuzkoa) hasta su
muerte por enfermedad en 2007. Mantuvo su vinculación a la izquierda abertzale
hasta el final.
§ Los jefes de ETA. Txomin
Iturbe tenía 30 años y murió en un accidente en Argel en 1987. Iñaki
Múgica, Ezkerra, fue detenido en 1975 y fue amnistiado en 1977.
Normalizó su vida y hoy vive en Euskadi. De Josu Urrutikoetxea, Josu
Ternera,se ignora su paradero. Siguió en ETA y defendió su cese
definitivo en 2011.
Los tres
militantes de ETA permanecerán escondidos hasta fines de mes en el refugio de
Alcorcón, del que les sacará su contacto en Madrid, Eva Forest,
disidente del Partido Comunista de España. Un camión les trasladará
luego a Hondarribia (Gipuzkoa). Desde allí alcanzarán Francia tras cruzar el
río Bidasoa.
El
magnicidio de Carrero conmocionó a la
España franquista, poco habituada a la violencia desde que el PCE
abandonó la lucha guerrillera y apostó por la reconciliación nacional en los
años cincuenta. Era el segundo asesinato organizado de la historia de ETA —el
primero fue el del jefe de Policía de San Sebastián Melitón Manzanas, en 1968—
y el que hizo que el
mundo conociera a la organización terrorista.
La historia de este
magnicidio se remonta al año 1972. Ángel Amigo, militante de ETA
entonces, detenido en 1973 y productor de cine desde 1980, con numerosos
documentales y premios a sus espaldas, comenta que Argala, a sus 23 años, se
había convertido en persona de confianza de los líderes de aquella ETA:
Eustakio Mendizábal, Txikia; Txomin Iturbe e Iñaki Múgica Arregui, Ezkerra.
Durante 1972 viajaba con frecuencia a Madrid con la triple pretensión de
establecer contactos con la izquierda española, montar infraestructuras y tantear
las posibilidades de atentar en la capital para quitar presión sobre su
organización en Euskadi.
Argala
encuentra lo que buscaba en Eva Forest, casada con el dramaturgo Alfonso
Sastre, disidentes del PCE. Comparten la simpatía por los movimientos de liberación
—en Vietnam, Latinoamérica, Palestina...— y Argala les convence de que ETA está
inmersa en esa lucha antiimperialista, dice Amigo.
Eva Forest
ofrece a Argala una información muy valiosa: Carrero, el sucesor de Franco,
vicepresidente del Gobierno entonces, acude diariamente a misa, a la misma
hora, en los Jesuitas y solo va acompañado de un escolta. Cuando Argala lo
confirma en persona, se queda perplejo.
Amigo
recuerda que en 1977 Eva Forest —fallecida hace seis años— le contó que
escribió un relato del atentado, Operación Ogro, salpicado de
pistas falsas para proteger a los participantes del atentado, entonces en la
clandestinidad. Forest lo redactó con la participación de los miembros del
comando, tan solo tres meses después del magnicidio, en la villa de Marc
Legasse, en Ciboure (Francia), y lo publicó con el seudónimo de Julen Aguirre.
Una de esas pistas falsas contaba que el comando huyó por Portugal cuando la
realidad es que permaneció oculto en Madrid varios días.
Ella misma
se camufló tras otra pista falsa. Para protegerse, creó un personaje literario
al que atribuye la cita con Argala en la cafetería Mindanao, en la calle de San
Francisco de Sales de Madrid, y la información sobre las sorprendentes rutinas
de Carrero. De ese personaje nace la leyenda de que fue la CIA la que inspiró
el atentado. Una leyenda porque en ningún documento de la CIA desclasificado
existe referencia alguna al atentado, insiste Amigo. Sin embargo, proliferan
los libros que señalan la autoría intelectual de la CIA.
El que fue
jefe de los servicios secretos del País Vasco —el embrión del Cesid— entre 1972
y 1979, el general Ángel Ugarte, ya retirado, es rotundo: “El atentado contra
Carrero Blanco lo ejecutó ETA con logística de los comunistas españoles”, en
alusión a Eva Forest y su red de relaciones de la izquierda en Madrid. “Los
etarras no sabían moverse bien en Madrid y fue Forest, muy bien relacionada en
la capital, la que les hizo de guía”.
Ángel Ugarte, exjefe de los
Servicios Secretos vascos. / Samuel Sánchez
Otro
argumento de peso que desmonta la hipótesis de la CIA como inspiradora del
atentado es la actitud de ETA, añade Amigo: “Cuando Argala informa a los jefes
de ETA —Txikia, Txomin y Ezkerra— de sus pistas sobre Carrero, lo que se
plantean no es matarle, sino secuestrarle para conseguir a cambio la liberación
de los 150 presos que tenía ETA”.
A fines de
1972, Argala, acompañado de Ignacio Pérez Beotegi, Wilson, y de Javier
Larreategi, Atxulo, se instalan en Madrid para preparar el secuestro.
Como son conocidos, la dirección de ETA, para justificar su ausencia, dice que
están sancionados.
Calculan que
para secuestrar a Carrero y neutralizar a su escolta dentro de la iglesia
necesitarán tres comandos de cuatro personas. Alquilan casas nuevas y una
tienda de ropa próxima al estadio Santiago Bernabéu con la pretensión de
retener al secuestrado. Esos movimientos culminan en abril. Pero en abril ETA
sufre dos contratiempos. La tienda de ropa es asaltada una noche por unos
cacos, lo que les obliga a abandonarla, y Txikia, su jefe, muere en un
enfrentamiento con la policía en Algorta (Bizkaia).
Tras el
fallecimiento de Txikia, en mayo, la dirección de ETA tiene la osadía de
convocar una reunión en Getafe (Madrid) para estudiar sus consecuencias. En
esos meses, el trasiego de dirigentes y liberados de ETA a Madrid es constante,
cerca de treinta. Así, para sustituir la tienda de ropa, construyen un zulo en
un piso en la calle del Hogar de Alcorcón que ha proporcionado Forest, con la
pretensión de encerrar allí a Carrero. Con Antonio Durán, albañil y exmilitante
del PCE, trabajan en el zulo hasta una decena de etarras con Argala de capataz.
Ángel Amigo, etarra en la época del
atentado. / J. Hernández
Ugarte,
entonces jefe de los servicios secretos en el País Vasco, cree que “hoy sería
impensable. La policía y la Guardia Civil tenían entonces un gran
desconocimiento sobre ETA. La información era muy elemental y no había
coordinación. Se despreciaba el peligro de la banda. Es falso que desde arriba
se dejara hacer el atentado. Nadie se enteró de sus preparativos y puedo
asegurar que nos cogió desprevenidos a nosotros y al régimen, que entonces
estaba preocupado, sobre todo, porque Franco se moría”.
Ángel Amigo
confirma, por su propia experiencia, cómo aquella policía solo utilizaba la
represión, y no la información. Coincide con Ugarte en que a Txikia lo
mataron cuando lo podían haber detenido. Y recuerda una anécdota
surrealista cuando le detuvo la Guardia Civil en 1973. Le preguntaron “por
dónde venían”, y al contestarles que “indistintamente”, le sacudieron hasta que
dijo que “por los dos lados”, porque la respuesta anterior era de
“intelectuales”.
El 9 de
junio, ETA se encuentra con la sorpresa de que Franco nombra a Carrero
presidente del Gobierno, lo que empuja a su dirección a aplazar hasta
septiembre su decisión. Deciden que ese mes regrese el comando a Madrid, al que
se le bautiza Txikia en homenaje al líder muerto. Wilson se queda en Francia
por discrepancias internas y le sustituye Kiskur, que acompañará a Argala y a
Atxulo con un nuevo
responsable: Josu Urrutikoetxea, Josu Ternera.
El comando
confirma que el ascenso de Carrero complica el secuestro al redoblarle la
escolta. ETA se inclina
por el atentado, pero duda cómo hacerlo. Ezkerra se traslada a
Madrid para comunicarlo al comando. Al no ser ya necesaria tanta gente,
abandonan todos los pisos menos los de Aluche y Alcorcón. El comando realiza algunas
acciones para familiarizarse con Madrid: el 25 de septiembre asalta una armería
y el 2 de octubre roba un fusil a un soldado de guardia en la Capitanía de
Madrid, en la calle Mayor.
Es Argala
quien despeja las dudas sobre cómo ejecutar el atentado. Al inicio de noviembre
ve que en el 104 de la calle de Claudio Coello, por la que circula Carrero
todos los días, se alquila un bajo. Vio enseguida el tipo de atentado. Excavar
un túnel desde dentro hasta el centro de la calle y colocar allí un explosivo que
haría saltar a Carrero a su paso. La dirección acepta la propuesta.
Franco y Carrero Blanco en 1969. /
EFE
Atxulo se
hace pasar por escultor para justificar el ruido para excavar el túnel desde el
bajo alquilado. A fines de noviembre, Txomin y Ezkerra se trasladan a Madrid y
comunican al comando que se ejecute la acción antes de fin de año. Excavan el
túnel, con muchas dificultades, entre el 7 y el 15 de diciembre, aprovechando
la experiencia de Argala, que en 1970 excavó en las cercanías de la prisión de
Burgos otro túnel para tratar de liberar a los presos etarras. Ezkerra y Txomin
traen los explosivos. Fijan la fecha para el 19 de diciembre, pero la retrasan
al 20 porque se anuncia que ese día visita Madrid el secretario de Estado
norteamericano, Henry Kissinger, y la Embajada norteamericana está muy cerca
del lugar del atentado. Ese cambio hará coincidir el atentado con el inicio del
Juicio 2001 contra los líderes de Comisiones Obreras, pero ETA no lo tiene en
cuenta. Los días 17 y 18, los tres miembros del comando, que se quedan solos en
Madrid, aprovechan para hacer las maletas y realizar un simulacro de la acción.
El 20 de
diciembre, a las ocho de la mañana, visitan por última vez el agujero de
Claudio Coello para colocar las cargas: 75 kilos repartidos en forma de T.
Desde las nueve de la mañana, los tres miembros del comando se colocan en su
posición para esperar a Carrero. A las 9.35 ven su coche enfilar la calle y un
minuto después salta por los aires.
§
Ángel Ugarte
admite que ETA logró tres objetivos: la venganza por sus militantes muertos,
entonces nueve; un gran golpe de efecto que le diera proyección internacional y
tratar de romper el régimen. Ugarte matiza lo último: “Con Carrero es posible
que el régimen hubiera evolucionado de forma más lenta hacia la democracia.
Pero el cambio de régimen era inevitable. Nosotros lo veíamos. El Príncipe era
Rey in péctore y él lo tenía claro, y Carrero nunca hubiera ido contra
él. Era muy disciplinado. Se hubiera sometido como hicieron otros”.
Ugarte se asombra aún de “la osadía
y la locura” de aquellos jóvenes, con una media de 24 años. Pero no duda de que
fue ETA con el apoyo de Forest y su red de la izquierda en Madrid. Amigo cree
imposible algo parecido hoy por muchas razones: “Aquellos jóvenes vivíamos en
una dictadura y habíamos mamado las historias de la Guerra Civil y de la
represión. Creíamos posible hacer aquí lo que hacían las guerillas
latinoamericanas. El impacto del
Juicio de Burgos, de 1970, en el que los condenados de ETA salieron
moralmente triunfadores, nos estimuló. La juventud y la audacia hicieron
posible lo que hoy es imposible. Aquel referente no existe. Ha desaparecido la
lucha guerrillera. La mayoría de los procesados de Burgos se reintegraron con
la amnistía y hoy defienden sus ideas democráticamente. Y por encima de todo,
Franco y la dictadura ya no existen”.
Fuente: www.elpais.com




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