Eduardo Montagut |
Historiador
nuevatribuna.es | 16 Diciembre 2013 -
14:33 h.
La
autoridad es un atributo que el derecho otorga a una persona o varias para que
mantengan una relación de superioridad sobre otras personas subordinadas. Por
otro lado, existe la autoridad moral, es decir, la habilidad para ejercer un
ascendiente sobre un grupo.
La
autoridad se manifiesta en muchos ámbitos: en la familia, grupos de todo tipo,
sindicatos y organizaciones políticas. Pero la más destacada es la autoridad
relacionada con el Estado. En este caso, la autoridad es un recurso del poder
institucionalizado muy vinculado a otro concepto, el del orden, así como, a la
obligación de obedecer que permite no realizar esfuerzos para persuadir y,
sobre todo, para no tener que recurrir a la fuerza. En ese sentido, la
autoridad se relaciona con la legitimidad que, en ciencia política, puede ser
de varios tipos, aunque aquí nos interesaría la relacionada con nuestro sistema
político. En nuestro tiempo, la legitimidad está vinculada, lógicamente, a la
democracia, al Estado de Derecho, a la pluralidad política, y al reconocimiento
y garantía de derechos fundamentales.
El
problema aparece cuando se entra en una crisis de legitimidad y, por
consiguiente, la autoridad se desliza hacia el autoritarismo. En esa deriva, el
poder político puede ejercerse sin tener que basarse en la aprobación de los
ciudadanos. Por eso, el autoritarismo puede ser un sinónimo de dictadura o de
sistema político en el que prime lo arbitrario y lo represivo.
No
es este el momento para relatar la apasionante polémica acerca de la
comparación entre autoritarismo y totalitarismo. El objeto de este artículo es
preguntarnos si la ley de seguridad ciudadana que pretende aprobar el gobierno
del Partido Popular no supone, realmente, un golpe muy duro a la legitimidad de
nuestro sistema político al conculcar, posiblemente, derechos fundamentales reconocidos
y garantizados en la Constitución y, por consiguiente, la autoridad en España
termine derivando hacia una especie de autoritarismo, con el apoyo de una parte
del electorado, pero primando lo represivo y la arbitrariedad. Después de haber
dinamitado económicamente los derechos sociales, es decir, impidiendo su
garantía, le llega el turno a derechos más clásicos, aunque aquí el método
seguido es distinto porque no se trata de recursos económicos. Ahora se legisla
directamente para limitar derechos en aras de una pretendida seguridad.
Fuente:
www.nuevatribuna.es
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