Las concentraciones que tuvieron como punto de partida el 15M
fueron el primer gran síntoma de agotamiento del sistema político español,
surgido tras la muerte del dictador Francisco Franco. Las grandes
movilizaciones que se produjeron a raíz de ese día fueron el grito de alarma de
una sociedad que divisaba el precipicio hacia el que nos llevaba la respuesta
política institucional a la crisis. Se trató de un gran temblor, de un enorme estremecimiento
colectivo, de una representación simbólica de que las respuestas a la crisis y
a sus consecuencias debían guiarse por el interés general, por la preservación
de lo colectivo. Quienes veían los primeros recortes y las terribles
consecuencias que tenían decidieron doblar su apuesta por lo público, defender
lo repúblico.
Articulado
durante los años de una transición ejemplarmente embalsamada, nuestro sistema
político permitió a las élites franquistas ingresar en la democracia sin que la
conservación de sus privilegios generase conflicto con el ejercicio de las
libertades. Para ello, los diseñadores de la recuperada democracia, eligieron
una ley electoral que garantizaba un bipartidismo en el que ninguna de las
formaciones políticas con opciones de Gobierno planteara conflictos con
respecto a una estructura social heredada del franquismo. También durmió
durante años una izquierda, que dedicó enormes esfuerzos a la conquista del
poder institucional, abandonando el poder de cambio que existe en los movimientos
sociales.
Durante las primeras tres décadas de la retornada democracia el
sistema político compensó sus carencias democráticas con un desarrollo
económico sin precedentes. Una sociedad en la que millones de ciudadanos habían
conocido el hambre, la penuria, ingresó en la sociedad de consumo con los
brazos abiertos. Desaparecieron los niños que pegaban su cara en la ventanilla
de un coche para ver el cuentakilómetros y pasamos a poblar nuestra geografía
con todas las grandes marcas del mundo consumista.
Así la sociedad española fue avanzando en su recuperada
democracia, dentro del molde del consenso que siempre beneficia a la élite, con
una monarquía legitimada artificialmente y dejando en sus márgenes numerosa
representación política de ideas políticas, culturales o mediáticas. Los
franquistas que ostentaban privilegios no escatimaron en medios para garantizar
la consolidación de un sistema político que no les causara problemas. Para
ello, por ejemplo, impidieron que fueran legalizados, para las elecciones de
1977, los partidos políticos abiertamente republicanos o situados a la
izquierda del PCE, que apostó por la reconciliación nacional, votó
favorablemente la ley de amnistía y renunció a la reivindicación de la
república.
El avance de los años ochenta culmina con un cambio de modelo.
Hasta entonces el panteón civil está ocupado por personajes de la cultura;
poetas regresados del exilio, algún político y algún músico que rompe los
moldes de una España gris que agoniza en las formas pero no en los contenidos.
Pero la transformación económica fue acompañada por una acción política que
fomenta un nuevo modelo. El lenguaje se fue llenando de términos económicos,
los telediarios dan información diría del mercado financiero y Mario Conde
irrumpe en la vida pública para convertirse en el modelo a imitar. Los padres
que viven la llegada de un hijo o una hija a la universidad, como una justa
victoria histórica, amplían sus ansias al deseo de que sus descendientes
consigan triunfos económicos y puedan protagonizar la era yuppie.
La caída del muro de Berlín aceleró el proceso de integración
económica paralelo al de desintegración cultural. El sujeto con aspiraciones
culturales, académicas y sociales se transforma en un consumidor aspirante a
conquistar los máximos bienes del mercado. La cultura se desvaloriza, deja de
ser un elemento de prestigio social y eso conlleva el deterioro de las
cualidades de nuestra democracia.
Así se extiende como norma una precariedad cultural que fomenta
la ignorancia y permite el ascenso de una clase política inculta y acomplejada.
Su principal representante es José María Aznar; el mismo que es entrevistado
por Fernándo Sánchez Dragó para fingir una cultura de la que carece o piensa
que la foto de la Azores saca al estado español del ostracismo secular.
La economía en los noventa sigue poniendo un velo que esconde
las carencias de nuestras libertades. La burbuja inmobiliaria es una más de las
burbujas que ha construido nuestra élite en estos años. La llegada de algunos
españoles dedicados al negocio inmobiliario, a la lista de los hombres más
ricos del planeta, era exhibida como un triunfo colectivo.
En esos años la sociedad permanecía adormecida, incapaz de
generalizar conflictos políticos, en parte anestesiada por los efectos
directos, indirectos o aspiracionales de la opulencia. En esas décadas apenas
hubo conflictos sociales frontales: la insumisión fue uno de los más
interesantes. Pero desde un punto de vista intelectual, estar dentro de los
márgenes suponía renunciar al conflicto, con el mismo espíritu de consenso
ejemplar con el que presume la élite que protagonizó la transición. Los
intelectuales “aguafiestas” estaban condenados a espacios marginales, en una
sociedad que durante décadas no marginaba esos discursos sino que los ocultaba.
El 15M fue un punto de inflexión, de politización, de
desobediencia, de creativo desorden. Asustó a viejos militantes de izquierda
que no entendían ese nuevo ejercicio de la cultura política, abrió la cabeza de
miles de jóvenes, pero fue un ejercicio de responsabilidad colectiva; miles de
ciudadanos que reclaman nuevas herramientas para su participación política.
En estos dos años la crisis política se ha hecho más profunda,
condicionada para el cambio de mirada que ha supuesto la búsqueda del lado
oscuro de la fuerza política. Quienes gobiernan no pueden, ni utilizando sus
medios de comunicación de masas, salvar sus muebles. La sensación de que
asistimos al fin de un modelo político se generaliza.
La crisis se ha extendido a unos poderes del Estado que han podido
camuflar sus deficiencias tras el velo del crecimiento económico, con
Olimpiadas, Exposiciones Universales, trenes de Alta Velocidad y lluvia de
Fondos Europeos.
Pero ahora se han visto las falsas costuras, los privilegios,
las desigualdades ante la justicia, la corrupción, la falta de conflicto de
amplios sectores de la clase política con los grandes intereses económicos, la
falta de límites en la depredación del capitalismo local, el papel mojado con
el que se escribieron los artículos de la Constitución que garantizan derechos,
la irrelevancia como compromiso de los programas electorales, la elección del
poder de no tocar los grandes privilegios o cómo la clase dirigente abandona su
papel de protector social que ocupan con gusto y eficiencia los movimientos
sociales.
El 15M cambió la mirada y ahora es imposible observar el sistema
político y no verlo inmerso en una profunda crisis. Fue un enorme grito de
quienes se niegan a heredar una democracia insuficiente. Ahora el reto es
articular la construcción de una democracia digna.
Fuente: http://www.emiliosilva.org/

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