sábado, 1 de diciembre de 2012

“EL THATCHERISMO CON SUS POLÍTICAS NEOLIBERALES EN LA DECADA DE LOS 70 PRIVATIZO LA SANIDAD PÚBLICA Y FUE UN GRAN FIASCO PARA EL ESTADO Y LA CIUDADANIA”



Por qué privatizar la gestión de la sanidad pública es una mala idea
Artículos de Opinión | Madrilonia | 30-11-2012 | 
El gobierno de la Comunidad de Madrid quiere pasar la gestión de hospitales y centros de salud a empresas privadas. Así queda expuesto en el “Plan de Medidas de Garantía de La Sostenibilidad Del Sistema Sanitario Público de la Comunidad de Madrid. Presupuestos 2013″, es decir, justifican esta medida como algo necesario para mantener el sistema público. Sin embargo, cientos de miles de profesionales y usuarios no creen que sea una buena idea. La salud es demasiado importante.
1. Porque no nos fiamos de las grandes empresas
Los nuevos hospitales y un 10% de los centros de salud adscritos pasarían a manos de constructoras y multinacionales: Acciona, Sacyr, Dragados, Begar, Ploder, Hispánica, Capio-Apax Partners y FCC.
Conocemos bien estas constructoras, son las que se han enriquecido con el boom inmobiliario, origen de la actual crisis, es decir, ya han demostrado que no tienen la más mínima preocupación social. Capio-Apax Partners es un fondo de inversiones de los que mucho ha tenido que ver también en el crash económico del país. Ahora se pretende transferir recursos de los impuestos de todos para que sigan obteniendo beneficios a nuestra costa.
Estas empresas obtendrán beneficios reduciendo costes:
1- Contratando sin las exigencias del sistema público; las oposiciones son un sistema meritocrático que asegura que el personal contratado por todos tiene los conocimientos suficientes para ejercer ciertas funciones y evita todo tipo de “enchufe”, es decir, la colocación por amistad o cercanía con los directivos. La contratación pública garantiza la calidad de los profesionales.
2- Contratando menos profesionales; la ratio de médico, enfermera y limpiadora por paciente es un indicador importante de la calidad de la atención. Hay investigaciones que prueban que al reducir el número de estos profesionales, aumenta la mortalidad, el reingreso y la morbilidad hospitalaria.
3- Trampeando en lo posible los mismos acuerdos; por ejemplo, en el hospital de Alzira en Valencia, se ha comprobado que dan prioridad a enfermos de otras áreas sanitarias no incluidas en el concierto porque por estos pacientes pasan un cobro superior a la administración pública; en Alzira también se ha comprobado que desvían a pacientes con enfermedades caras a los centros 100% públicos con la excusa de no tener capacidad.
Las empresas buscan beneficios y el campo sanitario no será una excepción. Aprovecharán al máximo las posibilidades de ahorro y eso incluirá una peor calidad asistencial.
2. Porque no nos fiamos de los partidos políticos
Los partidos políticos han demostrado en los últimos años que su pricipal preocupación no es la población. Alimentaron la burbuja inmobiliaria con las cajas de ahorro, con la dejadez de sus funciones de supervisión y con medidas pro-compra de vivienda. Disminuyeron los impuestos a los ricos y permitieron que los salarios decrecieran. En la gestión de la crisis no están velando por los intereses de la mayoría, sino de los acreedores y las grandes empresas. De forma más que sospechosa, estas medidas de privatización benefician a los mismos.
Es habitual que los políticos de las consejerías de sanidad pasen a las empresas privadas del sector cuando salen de sus puestos. Pasó así en Catalunya con el consejero Boi Ruiz, acusado por otra parte, junto con su predecesora Marina Geli, de cuatro casos directos de corrupción. Y a la inversa, los directivos de las empresas de la salud pasan a puestos en las administraciones; es el caso del actual Director General de Hospitales, Antonio Burgueño, que ha trabajado en Adeslas y Ribera Salud. Su hijo trabaja en esta última empresa, que vive de los conciertos con la sanidad pública.
La privatización de la gestión de la sanidad púbica favorecerá la corrupción. Políticos que no deciden según los intereses de la población, sino según sus intereses profesionales y económicos. La misma corrupción de la “comisión del 3%” que existe en la obra pública se extenderá a la sanidad. Qué empresa se lleva el concierto, qué profesionales se contratan y qué supervisión se ejerce estarán atravesadas por amiguismos y sobornos.
3. Porque no se ha demostrado que sea más eficiente
Si fuera así, lo primero que habían mostrado los partidarios de la privatización serían los informes y las investigaciones que así lo demuestran. Esta medida se justifica en la necesidad, no en la virtud. Las empresas ahorrarán, sí, pero no a igualdad de calidad asistencial; no hay ninguna investigación seria que haya demostrado que con igual población e igual atención, las empresas de la sanidad sean más eficientes.
Lo que se ha demostrado por el momento es que la construcción de los hospitales ha resultado más cara de lo que hubiera costado si los hubiera construido la administración pública. Los hospitales de la fórmula PFI simplemente cambian “deuda” por “transferencia” y así no computan como deuda pública, pero el costo total de las cuotas que la CAM les paga cada año (tan obligatoria como el pago de un préstamo) suma una cantidad mayor que lo que ha costado a gobiernos regionales construir hospitales de semejante tamaño y prestaciones.
Por si no fuera suficiente, el informe de fiscalización de la Cámara de Cuentas sacó a la luz que el gobierno regional de Madrid modificó al alza, en septiembre de 2010, la cantidad máxima anual (canon) que reciben el hospital Infanta Cristina, el Infanta Leonor, el Infanta Sofía, el Henares, el Tajo y el Sureste: dos millones al año más de lo que constaba en la oferta económica inicial de 2005. Además, el informe destacaba que la empresa pública del hospital Infanta Cristina inició 12 expedientes entre 2008 y 2009 por “infracciones” cometidas por las empresas que se resolvieron sin imponer penas “a pesar de que en cuatro de ellos los hechos se califican como graves”.
Las empresas de la salud pueden amenazar con dejar de prestar el servicio si no se atiende a sus demandas o si se las penaliza por las infracciones cometidas, es decir, la necesidad del servicio que prestan funciona como un chantaje para imponer su beneficio.
4. Porque no es necesario
La voz de mando, como en toda la gestión de la crisis, es: “No podemos hacer otra cosa”. Respecto a la sanidad: “Si queremos mantener el sistema público, debemos externalizar la gestión para reducir costes”. Pero el problema no es de costes, la sanidad madrileña y española es más barata que las europeas para el nivel de prestaciones y la calidad de las mismas. El problema es de ingresos y de a dónde se destinan.
Respecto a los ingresos, una reforma fiscal en profundidad podría proporcionar ingresos suficientes. Los partidos políticos han derogado impuestos tradicionales como el de sucesiones y donaciones que podrían reimplantarse. Se podrían gravar las rentas del capital como las del trabajo; recordemos que las SICAV, fondos de inversión, tributan al 1%. Se podrían revisar los tipos impuestos por tramos del IRPF. Se podría combatir la evasión fiscal de fortunas y grandes empresas, como vienen reclamando los inspectores de hacienda.
Respecto al destino de los ingresos, es de todos conocido que son los intereses de la deuda los que se comen las partidas del gasto social. Una deuda que es privada, de las empresas y cajas, y no pública. Una deuda que crece por especulación de los capitales globales y europeos, no por la situación económica del país. Una deuda que no dejará de crecer solo con políticas de austeridad. La deuda devorará todo el país si no se le pone freno. Quizá nuestra salud sea lo suficientemente importante como para que digamos “No debemos, no pagamos”.
5. Porque queremos una sanidad más pública, no menos
La sanidad pública puede mejorar. Lo sabemos profesionales y usuarios; pero esta no es una propuesta de mejora de la calidad y del uso racional de los recursos. Si algo falla en la sanidad pública, es la participación de lo “público” en la sanidad; la hemos dejado demasiado tiempo en manos de los políticos y a veces nos resulta ajena, como si fuera del Estado y no nuestra.
Conocer mejor y debatir los problemas, las potencias y los límites de nuestro sistema público podría acercar a los usuarios la realidad, muchas veces solitaria, de los profesionales; también nos haría valorar los recursos invertidos, inmensos, y ejercer un uso más equilibrado de pruebas y medicamentos. Pensar otra forma de relacionarnos en los hospitales (a veces tan despersonalizados), maneras de colaborar en la extensión de la medicina preventiva, pasos para convertir los centros de salud en espacios de reflexión sobre la salud pública… no es algo “bueno”, es algo imprescindible para mantener la salud y la cordura en los tiempos que vivimos.
Necesitamos que el sistema de salud sea público para poder decidir cómo es. Supone la base democrática de algo tan importante como la salud. No dejaremos que nos lo roben.

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