El Partido Popular trata a los pensionistas como delincuentes
Artículos de
Opinión | Lucas Leon Simon | 24-12-2012 |
Estoy
jubilado. Recibo una llamada en mi domicilio. Quieren que apoye con mi
presencia una moción en contra del recorte de las pensiones en un Pleno del
Ayuntamiento de mi ciudad. No he comido. Son las primeras horas de la tarde.
Acudo.
Hay un
centenar de personas. Una gran pancarta. Saludos. Emoción. Aunque el Pleno es
en el Salón Capitular y hay pocas cosas mas públicas y de propiedad colectiva
que un Ayuntamiento, hay que “acreditarse”. Milagros de una “democracia”
enlatada.
Sus
“señorías” están almorzando. El Pleno está suspendido por veinte minutos. Son
las cuatro y cuarenta y el acto no se ha reanudado. Democracia retrasada. Y
comilona.
Llega el
turno. Dos dirigentes sindicalistas se ha inscrito para intervenir. Les dan la
palabra. German, de UGT, es un viejo rockero del sindicalismo, trabajó como
emigrante en Brasil y Alemania, su voz suena un punto violenta, pero es firme,
contundente, se dirige a la bancada del PP: “Nos estáis robando”. “Estáis
metiendo la mano en nuestra cartera”. Los interpelados, repeinados, con
corbatas de seda de brillantes colores, palidecen.
Antonio, de
CC.OO, telefónico, es un veterano sindicalista, de una familia transversal de
luchadores antifranquistas. Sus modales son refinados, educado, tiene apostura
de buen parlamentario. “No sólo recortáis nuestras pensiones, es que queréis
acabar con el sistema público. No lo vais a conseguir”.
El silencio
se hace espeso. Los de la gomina y las concejalas fashión tragan saliva. Le dan
la palabra a un portavoz, más pijo y repeinado que ninguno. Verbo clónico.
Habla como Aznar, como la Sáenz, argumento infantil: “Dónde estabais cuando
Zapatero recortó las pensiones”. ¿Pregunta o acusa?
Yo lo se. En
el mismo sitio. En la calle o detrás de la pancarta- que estaba hecha y es la
misma de hace tres años-. Conozco a todos. He discrepado y competido sindical y
políticamente, de manera dura, con muchos de ellos, pero los conozco. Son gente
cabal, honesta, consigo mismo y con los demás.
Hay un
dictador de andar por plenos, antiguo y eterno militante de AP, que votó en
contra de la Constitución y del Estatuto de Autonomía, que ha llegado hace un
cuarto de hora a la democracia y que ahora ejerce de “moderador” y presidente
del Pleno –no es el Alcalde Presidente que está refugiado en tablas- que no le
da la palabra a los interpelados.
El círculo
vicioso-virtuoso, yo te insulto-pregunto y mi colega presidente no te da la
palabra. Así la corbata verde no me aprieta. A los insulto-interperlados, que
no se callaron con Franco ni con Fraga, se le atragantan cincuenta años de
lucha en la garganta. No se callan.
Y el
dictador, digo el presidente, nos expulsa del Pleno. A todos. A los
interpelados sin voz, a los que fueron clandestinos cuando la calle era de un
gallego montaraz, a los que tienen el pelo blanco y a los que no tienen ninguno
y no han almorzado.
Voy por los
pasillos de unas Casas Capitulares que yo ayudé a inaugurar, hace veinte y algo
años, escoltado por recios policías locales que nos miran y dirigen como a
delincuentes. Los que van conmigo, camino del frío y de la noche, son personas
que me provocan un sentimiento que trasciende de la admiración. Son mis
iguales, mis amigos, mi condición, mi generación, mi clase. Por encima de mis
disputas en tajos, mítines y asambleas, los quiero, son los míos.
Son gente
dura, honrada, podían estar, a sus sesenta y muchos años, al calor de la estufa
y de su sillón, cuidando a sus nietos o a sus hijos por los que han hecho
jornadas interminables de trabajo y de lucha personal. Pero no, están
ejerciendo un noble derecho de una democracia por la que han luchado más que
nadie: el de protestar, el de no resignarse a que le roben o atraquen. Hay en
ello una grandeza. Frente al terrorismo social de los paracaidistas de la
democracia sobrevenida.
Rememoro la
intervención de Antonio: “No los vais a conseguir”. No. No van a conseguir que
nos sintamos delincuentes por más que un talibán de la derechona franquista nos
expulse de la Casa de Todos, por más que una decena de jamelgos de “su” orden
nos rodeen con porras y pistolas reglamentarias. Tenemos algo que ellos no
tendrán nunca: dos legitimidades, la histórica y la personal. Ellos sólo tiene
sus corbatas verdes, sus concejalas fashión –mitad rayos UVA y mitad colegio de
monjas- y cuatro porras prestadas.
A la salida
del Pleno, en la calle, comprobamos que el dictador que votó en contra de la
Constitución ha pedido refuerzos para su democracia de cartón piedra. Hercúleos
guardias nacionales, los antiguos grises, cuidan de que un centenar de
ancianos, “rojos de mierda”, no pongan en peligro ni a la mayoría absoluta ni
al sistema, ese que está hecho de silencios impuestos, robos y atracos
decretados. Y demócratas de hace un cuarto de hora.
Afuera, en
la calle, están el frío y la noche. Y un sistema social, trufado de terroristas
sociales y talibanes de pasado y presente totalitario. Y, quizás, el fascismo.
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