50 años de lumbre minera
La huelga de 1962 de los mineros
asturianos, que rápidamente se extendió por el resto del país, supuso la
primera derrota del régimen de Franco ante el incipiente movimiento obrero.
Manifestación en Bruselas en solidaridad con los mineros asturianos.
Foto cedida por Fundación Juan Muñiz Zapico
El 15 de mayo
de 1962 el régimen de Franco, personificado en el ministro secretario general
del movimiento José Solís, se vio obligado a viajar hasta Oviedo para reunirse
con representantes de mineros asturianos. Tenía que poner fin a una huelga que
duraba más de un mes y que comenzaba a expandirse por el resto del país. “¡Qué
cabrones sois! Tenéis esperando al ministro una hora!”, espetó Solís a los
representantes sindicales por saludo. Ocho días después, el Boletín Oficial del
Estado recogió un incremento de 75 pesetas en el precio de la tonelada de
carbón, a repartir entre los trabajadores, y permitió la creación de comisiones
de representantes obreros para negociar los conflictos futuros. El
régimen de Franco había dado su brazo a torcer ante los trabajadores por
primera vez.
“Fue una victoria
sin paliativos. Sufrimos la represión antes, durante y después,
pero ganamos”, recuerda Vicente Gutiérrez, exminero de la cuenca del Nalón,
'deportado' por el régimen a Soria en agosto de 1962 por considerarlo
“peligroso”.
Más
de 50.000 mineros se unieron a la huelga progresivamente
“La
Guardia Civil y la Policía secreta iban a nuestra a buscarnos, te abrían la
puerta y te llevaban con ellos. Te registraban todo y después te
daban en una paliza para que delataras a algún compañero. Hoy
día no se puede ni concebir lo que pasó en aquellos cuarteles y comisarias”,
cuenta Vicente Gutiérrez.
A la
protesta obrera también se sumaron un importante grupo de intelectuales,
encabezado por Menéndez Pidal (director de la RAE), que emitieron un manifiesto
de apoyo a los mineros. Armando López Salina, locutor en la radio La Pirenaica,
fue uno de los promotores. “Cuando pensamos en el manifiesto pretendimos
encabezarlo por la figura más relevante posible. Así que fuimos a ver al
presidente de la Academia Menendez Pidal. Tras leer nuestro manifiesto y hacer
unas cuantas correciones de estilo dijo: 'Si esto es contra el cabrón de
Franco, firmo'”, recuerda.
La huelga
silenciosa, la que había nacido en una olvidada cuenca asturiana y se había
extendido de manera vertiginosa mediante el boca a boca y la solidaridad
obrera, ya era información de portada de los grandes periódicos
internacionales. El régimen de Franco volvía a estar en
el punto de mira de Occidente. “Se generan protestas en media Europa
y declaraciones de apoyo a los huelguistas. Los partidos socialdemócratas
europeos se solidarizan con los trabajadores y recuerdan que la dictadura de
Franco es inaceptable”, explica Rubén Vega, profesor de Historia Contemporánea
de la Universidad de Oviedo.
La protesta saltó a las portadas de los principales periódicos
europeos
Cohibido
ante la mirada de Europa y sorprendido por el avance de las protestas, la
dictadura incrementa en 75 pesetas el precio de la tonelada de carbón,
plusvalía que sería repartida entre los trabajadores, y permitió la creación de
comisiones de representantes obreros para negociar los conflictos futuros. “En
los 40 años de dictadura nunca ocurre que ministro se desplace hasta el lugar
de conflicto y ceda a las peticiones obreras. La huelga minera supone la
primera victoria a la dictadura y marca una bisagra entre las dos mitades del
franquismo. Surge un movimiento contestarario”,
analiza Rubén Vega.
Maíz para los esquiroles
En el
mantenimiento y extensión de la lucha obrera desarrollaron un papel fundamental
las mujeres de los mineros convenciendo a los esquiroles, combatiendo
la guerra del hambre que
el régimen estaba practicando y organizando asambleas para extender la huelga.
“Nos encerramos en la catedral y cada mañana salíamos a la puerta con pancartas
que pedían la libertad de los presos políticos”, apunta Anita Sirgo, una de las
mujeres más activas durante la huelga. Antes del encierro, habían conseguido la
unidad entre todas las cuencas visitando cada casa puerta por puerta y “creando
remordimientos de conciencia” a los esquiroles.
“Nos
quedábamos a las puertas del pozo para echar maíz al paso de los esquiroles. El
mensaje estaba claro: los
estábamos llamando gallinas por no sumarse a la lucha. Ellos ya sabían lo que significaba y
no hacía falta ninguna explicación. Nos conocíamos todos perfectamente. Daban
media vuelta y se iban voluntariamente”, recuerda Anita, quien estuvo
encarcelada durante seis meses, donde le cortaron el pelo y fue maltratada por
las fuerzas del Estado.
La lucha actual
A Anita
le cambia la voz cuando habla de la entrada a Madrid de la marcha negra el 11
de julio. “En ocho meses se están por lo que luchamos tanto. Esta situación me
recuerda a la de tantos años atrás, pero no hay que dejar de luchar”, reclama
Anita. Vicente Gutiérrez se desplazó hasta Madrid para ver a los mineros
entrar. Él ya está jubilado pero la lucha de sus sucesores es la misma que la
suya, aunque Vicente diferencia al enemigo. “Antes luchábamos contra la
dictadura de Franco y los fascistas, ahora luchamos contra la dictadura de
los mercados y un
Gobierno a su servicio que no cumple lo que pacta”, sentencia Vicente.
Fuente: www.publico.es
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