1. El maestro de escuela y aquel niño
En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un niño superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain. Por los ventanales de la escuela de un pueblo perdido salía la cantinela de la tabla de multiplicar, con la lluvia en los cristales, según los versos de Machado. Tal vez el niño llegaba a la escuela municipal en invierno atravesando el campo a pie bajo la nevada y en el aula con un dedo lleno de sabañones señalaba en el atlas abierto mares e islas, que a buen seguro nunca podría navegar. O tal vez jugaba en un descampado en las afueras de la ciudad con otros golfillos si más horizonte que el de ser un perdedor el resto de su vida. En cualquier tiempo, en cualquier lugar, hubo un maestro de escuela que un día puso la mano en el hombro de ese niño e hizo todo lo posible para que su talento no se desperdiciara. Convenció a los padres, pobres y analfabetos, de que su hijo debía estudiar y lo preparó personalmente para el ingreso en el instituto.
Hoy es un famoso arquitecto. Tiene 59 años. Ha levantado edificios en Brasil y en Singapur. En el álbum de fotos que contempla ahora junto con sus tres nietos aparece la imagen de un niño muy bien peinado con la raya partida, sonriente, con chaqueta y corbata al lado de un hombre mayor que le pone la mano en el hombro. Los nietos le preguntan quién es ese señor desconocido. Fue la foto que se hizo en el parque el día que aprobó el ingreso en el bachillerato. Todos los éxitos que ha tenido este arquitecto en la vida proceden de aquella mañana en que su destino tomó el sendero apropiado. En la escuela del pueblo quedaron otros compañeros que no pudieron estudiar y que hoy juegan al tute en el hogar del jubilado con gorra y jersey de pico. En el descampado del barrio marginal de la ciudad siguen hoy otros chavales jugando como perros sin collar a merced de la fortuna.
En cualquier tiempo, hubo un niño
superdotado que se encontró con un buen maestro como el señor Germain
Era un día de junio. El niño se levantó temprano. Su madre le lavó la cara y
el pelo con jabón en una palancana en el corral, le fregó la roña de las
rodillas con un estropajo, le ayudó a vestirse con los pantalones cortos, la
chaqueta, la camisa blanca y la corbata, todo nuevo, estrenado para el caso. El
padre se despidió de su hijo sin palabras antes de ir al campo a trabajar de
jornalero. El maestro acompañó a este niño en el tren hasta la ciudad. En el
vestíbulo del instituto lo dejó en medio de la ruidosa algarabía de otros niños
que eran vástagos de la burguesía ciudadana. El niño se sentó por primera vez
en un pupitre y esperó las preguntas del examinador. Lengua, historia,
geografía, matemáticas. A la salida del examen el maestro de escuela se lo
llevó a tomar un bocadillo y un refresco a un aguaducho del parque. Allí
posaron juntos para una foto del pajarito con palomas a los pies. El arquitecto
repasa el álbum y recuerda a sus nietos que aquel día fue el más feliz de su
vida. El maestro se llamaba don Manuel y ya hace mucho tiempo que ha muerto.
Fuente: www.elpaís.com
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