La
política contemporánea es apenas otra versión del intercambio de mercancías,
los políticos se venden como marcas (la imagen) y los electores se asemejan a
los consumidores
Los últimos
acontecimientos políticos -la creciente conflictividad social, el ascenso de
una fuerza política inexistente hasta las elecciones europeas, la abdicación
del rey Juan Carlos en su hijo y el despliegue del Escudo antimisiles
estadounidense en la base militar de Rota-, evocan la máxima marxista de que
los hechos y personajes de la historia aparecen primero como tragedia y luego
como farsa[1]. Aunque en
el Estado español tragedia y farsa parecen entrelazarse sin mediar apenas un
suspiro y las farsas, ¡ay las farsas! parecen darse de dos en dos.
El ascenso de Podemos no deja de recordarnos la
meteórica ascensión del PSOE, también en una época en la que la conflictividad
social iba in crescendo, lo viejo no acababa de morir, lo nuevo no acaba
de nacer, la continuidad del régimen estaba en cierta forma amenazada por la
deslegitimación del sistema político y los intereses geoestratégicos del
imperio estaban poco confortables en un escenario tan inestable.
No soy la primera que, percibiendo las analogías,
habla de una Segunda Transición aunque la mayor parte de los discursos que
interpretan los acontecimientos actuales en esa clave suelen hacerlo a modo de
justificación de la necesidad de renovar, de nuevo, el sistema político
para garantizar la paz social, es decir, la estabilidad (económica y
política) que nos saque de la crisis y nos lleve, de nuevo, al imaginario
paraíso socialdemócrata: más consumo, más clase media, más trabajo, más… Son
pocos los que trascienden el discurso exitoso de la renovación del régimen de
la primera transición, ni siquiera desde posiciones de izquierdas.
Las analogías, que no identidades, son muchas pero
lo que interesa analizar es el grado de locura de una sociedad como la nuestra
a la que se le ofrecen las mismas respuestas a idénticos problemas y
espera resultados distintos.
Esta nueva entrega de Transición cuenta con
personajes renovados, más jóvenes, más guapos y mejor preparados. Un guion fiel a las profecías de las encuestas del CIS
(Centro de investigaciones sociológicas) y en sintonía con la cultura
preformativa postmoderna de unos jóvenes “sobradamente preparados”. No en vano,
cuajada de jóvenes profesionales en precario, la propuesta política de Podemos
elabora un producto a la medida de los resultados de las investigaciones
sociológicas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, utiliza
las asambleas de los círculos a modo de “grupos de discusión” para su campaña
de publicidad y los debates y críticas para ajustar el discurso y la puesta en
escena. Del mismo modo, saca partido de mercancías tecnológicas como Appgree[2] que
monitorean las redes sociales y que ya mostraron su gran eficacia en crear
ilusión participativa en el programa de televisión Gran Hermano.
Desde la eclosión de las movilizaciones que
arrancaron en el 2003 con el No a la guerra hasta el estallido del 15 de Mayo
del 2011, lo que está en juego en España es la legitimidad del sistema político
en su conjunto. No de un partido en concreto, ni de una casta política o
económica. La confluencia de una crisis de legitimidad política y la necesidad
de un cambio de modelo económico hacia mayores cuotas de explotación dan lugar
a que todas las fuerzas conservadoras se dirijan a garantizar la estabilidad.
Especialmente en el ámbito político que es donde se juega la legitimidad, es
decir, la aceptación o no del modelo de explotación. Sin esa estabilización
parece difícil controlar a una población que históricamente se ha decantado
bien por la revolución bien por el fascismo. De modo que, en estos momentos,
del mismo modo que ocurrió en la primera Transición, todas las fuerzas del
mal se ponen a la tarea la estabilización o de la paz social.
Un sistema político, como un barco, puede
desarrollar una estabilidad estática (cuando las aguas están tranquilas) o
dinámica (cuando hay olas y viento). Cuando esas aguas son turbulentas,
como en el momento actual, la mejor opción parece ser cabalgar las olas, o las
mareas. Esta opción supone apropiarse del discurso, es decir, contar historias
porque, en un mundo civilizado, todos saben que convencer es más eficaz
que vencer (reprimir). La dictadura franquista aun sin ser civilizada no
renunció a contar historias a través del NoDo, noticiero con el que recreaba un
país ficticio; Felipe González no escatimó en recursos narrativos prometiendo
sacarnos de la estructura militar de la OTAN (aunque con lengua de serpiente).
Ahora RTVE (Radio Televisión Española) toma el testigo del NoDo y el líder de
Podemos nos cuenta que sin ser de izquierdas ni de derechas se pueden cambiar
las relaciones de poder.
En el mundo de la política los relatos son los
principales elementos de estabilización. Incluso si no son verosímiles basta
con que se reconozca la sinceridad del que los emite o con apreciar que se
trata de una buena actuación. El cinismo se hace consustancial al discurso
político, pero también al discurso académico, y especialmente al mediático.
Hoy la vida política está dominada por los storytelling
o la “folletinización” que permite a la clase política (la consolidada y la
aspirante) conjurar la amenaza de muerte que los pueblos dictan en su contra
desde el mismo momento en que son elegidos. Apropiarse del relato, de la
lectura de los acontecimientos, es el principal pilar de la dominación. Pero
también, la mejor forma de despejar las calles y llevar de nuevo a las personas
al sillón de su casa delante del televisor. Como dijera la delegada del
gobierno de Madrid, Cristina Cifuentes –refiriéndose a Podemos-, si ya los
antisistema han aceptado el sistema, bajará la conflictividad social y la gente
no tiene por qué manifestarse.
Ciertamente la política contemporánea es apenas
otra versión del intercambio de mercancías, los políticos se venden como
marcas (la imagen) y los electores se asemejan a los consumidores a los que se
les venden los productos (partidos políticos) con relatos exitosos en folletos
publicitarios (programas electorales). Ganar unas elecciones es pues tan
complicado o tan sencillo como acertar en la campaña de marketing y conseguir
los recursos necesarios para lanzarla. Esto lo sabía ya Felipe González y lo
saben aún mejor los jóvenes expertos de Podemos.
Los estadounidenses son especialistas en esta
“folletinización” de la vida política. No en vano las empresas de relaciones
públicas -que es el nombre que reciben las empresas de comunicación que diseñan
tanto campañas electorales como campañas de guerra-, junto con las empresas de
armas son las que mueven más dinero en el mundo. La competencia en el mercado
de la política se disputa en el campo de la comunicación y como han demostrado
James Carville (director de la campaña de Bill Clinton), Kart Rove (el cerebro
de Bush) y David Axelrod (conocido como el Narrador de Obama) la clave está en
“conquistar la narración del mundo”[3] En este
campo no cabe duda de que las enseñanzas Hollywood son dignas de tener en cuenta y nos sirven, a
título de hipótesis, para entender el éxito electoral (presente y futuro) de
Podemos y para comprender por qué, con el objetivo de la “estabilidad necesaria”,
todas las fuerzas políticas se aproximan al patrón mediático de éxito que será
también el del éxito electoral, y que los publicistas estadounidenses resumen
en: 1) Contar una historia, 2) ser breve, 3) ser emocional[4].
De la misma forma que en la primera Transición el
marketig electoral vino de la mano de Julio Feo, directivo de una empresa de
publicidad norteamericana, los nuevos tiempos también tienen como referencia
las campañas estadounidenses. En este caso, en la campaña de Obama de 2008
donde se consolidaron las claves de lo que ya son las campañas electorales de
Europa, tal y como profetizaba el escritor Christian Salmon: dominio de la retórica,
poder de escenificación, arte del relato y nuevas tecnologías digitales.
En esta segunda entrega de la Transición el nuevo
partido, Podemos, extiende idénticas recetas: inevitabilidad de la aceptación
de las reglas del juego político, pragmatismo, desideologización (ni de
izquierdas ni de derechas) y oportunidad. Sólo resta por perfilar el difícil
equilibrio entre la violencia que supone reconocer el conflicto y apostar por
la paz social.
Es probable que la conflictividad social de finales
de los setenta llevara el germen de una verdadera revolución socialista –así lo
atestigua la inquietud de las instancias de poder, los viajes de Prado Colón de
Carvajal (administrador privado del rey durante 20 años) a EEUU, etc. En
cualquier caso, en ese momento, como entonces, la contención social implicaba
un maquillaje político creíble, una figura joven y un proyecto emocional. Se
daba la necesidad de contener el conflicto social tanto por la derecha como por
la izquierda. Por la derecha se neutralizaría a los sectores fascistas con la
figura del rey Juan Carlos –elegido por Franco y personalmente interesado en la
continuidad del modelo-, por la izquierda, el PSOE se presentaría como la
opción más realista para conjurar los demonios de una segunda guerra civil. El
príncipe Felipe convertido en Rey supone ahora un intento, precipitado, por
relegitimar la monarquía, la ampliación del tratado de utilización de las bases
de Rota y Morón se saca de todas las agendas mediáticas para no mentar la bicha
del “No a la Guerra” o “No a la OTAN” y los tecnoexpertos de Podemos
despiertan, de nuevo, la ilusión de la renovación política.
Siguiendo con las analogías, tras la eclosión de
las movilizaciones masivas del 15M, las mareas, las marchas, el cuestionamiento
de organizaciones sindicales, partidos políticos, etc. hacían vislumbrar la
posibilidad de una ruptura de efectos imprevisibles. Sin embargo, las
dificultades para que toda esa movilización se convirtiera en organización, la
paradoja de una sociedad indignada pero no lo suficiente como para romper la
baraja, han creado las condiciones propicias para el triunfo de una tercera vía
posibilita.
El votante-espectador quiere salir del shock
pero sin coste, sin el inmenso esfuerzo de ser él el protagonista, el sujeto
que es parte y toma partido, el sujeto que no elude el conflicto y asume
riesgos. Felipe González o Pablo Iglesias son figuras intercambiables de
ese deseo. Como entonces, se establece el par ilusión-desafección. El
público elude el conflicto real, prefiere verlo representado, de ahí el éxito
de las Tertulias. Pero además la magnitud de la crisis hace urgente que algo
cambie.
Para unos, la situación personal es ya crítica,
para otros, los jóvenes, presas del mal de la impaciencia y del mito edulcorado
del mayo del 68 es la oportunidad que no se puede desaprovechar, es el aquí y
ahora. La gente, dicen los promotores de Podemos, quiere “ganar ya”. Vivimos en
un mundo virtual e instantáneo. El aquí y ahora se imponen sobre la durabilidad
de los cambios, lo que Bauman llama el síndrome de la impaciencia. Igual
que ocurre con el consumo de la comida precocinada se compra lo que antes había
que hacer. Es decir, se opta por los atajos. La cultura postmoderna es la
cultura del espectador, del mínimo esfuerzo y del camino más corto.
Los jóvenes contemporáneos, educados y formados
para desplegar las virtudes del consumidor (el consumo aparece como la tabla de
salvación de la economía) son caracterizados a la perfección por Bauman :“Hoy,
las ansiedades de los jóvenes y sus consecuentes sentimientos de inquietud e
impaciencia, así como la urgencia por minimizar los riesgos, emanan por un lado
de la aparente abundancia de opciones, y por otro del temor a hacer una mala
elección, o al menos a no hacer “la mejor disponible”; en otras palabras, del
horror a pasar por alto una oportunidad maravillosa cuando aún hay tiempo
(fugaz) para aprovecharla”[5]. Este es
el tipo mayoritario de jóvenes que se decantará por la nueva opción electoral.
Por otro lado, en el caso de las generaciones que
vivieron la primera Transición emerge el sentimiento de “su última
oportunidad”; conocen, porque la sufrieron, la experiencia del PSOE pero su
momento vital les lleva a buscar-desear desesperadamente que ahora sea
diferente. En este sentido Podemos funciona como un antibiótico de amplio
espectro proporciona alivio a varias generaciones.
No creo en las conspiraciones, ni que la
realidad sea el resultado prefijado de quienes teniendo en sus manos los hilos
del poder nos mueven como marionetas. Tampoco creo que los sujetos que, en
determinado momento son convertidos en protagonistas, tengan un plan más allá
de perseguir sus propios intereses, o tal vez sus deseos. Pero sí sé que, una mirada atenta y desprejuiciada nos
permite encontrar un hilo narrativo, una explicación coherente de por qué pasan
las cosas, quienes son los más interesados en que pasen de la forma en que
pasan, cómo se promocionan y alimentan determinados procesos mientras que
otros son bloqueados, silenciados y eliminados.
¿Por qué se vuelve tan relevante para la vida
política y los medios de comunicación españoles un fenómeno como Podemos y por
qué dejan de ser importantes las movilizaciones de miles de personas en todo el
Estado el 22 de Marzo? ¿Por qué es más relevante cualquier actuación mediática
del líder de Podemos que el genocidio palestino? Preguntas como estas nos
ayudan a encontrar la lógica interna que explica el devenir político-social más
allá de los dimes y diretes del show tertulítico.
Como señaló también Marx en el 18 Brumario.
Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; en
realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de
partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las
cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna”[6].
Crear un punto de partida no puede hacerse desde la
aceptación de las reglas del juego, tampoco desde la emoción etérea, ni
siquiera desde la pura retórica, menos aún desde la butaca de nuestro salón que
es donde están, en estos momentos, la mayoría de los futuros votantes de
Podemos. Esperemos que los cientos de mujeres y hombres comprometidos y bien
intencionados que se han prestado a filmar, producir, actuar y participar de
diversas formas en esta nueva entrega de la Transición sean capaces de
sobreponerse a la frustración y la impotencia, y que en algún momento, ojalá
sea pronto, pueda retomarse la construcción de un punto de partida que, si
pretende resolver los problemas planteados será dando soluciones distintas, es
decir, revolucionarias.
Madrid 28 de septiembre 2014
* La autora es Dra. en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
* La autora es Dra. en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Notas
[1] K.
Marx, 18 Brumario de Luis Bonaparte
[2] Página de Podemos para enseñar a usar Appgree https://podemos.info/participa/herramientas/como-usar-appgree/
. Descargar Gran Hermano appgree: http://appgree.org/
[3]
Christian Salmon, La estrategia de Sherezade. Península, Barcelona 2011
[4]
Christian Salmon, La estrategia de Sherezade, p. 45
[5] Z.
Bauman y Gustavo Dessal, El retorno del péndulo. FCE, p. 45
[6] K.
Marx, 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, p. 12
Fuente: http://www.lahaine.org/
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