No es que vaya a
morir el periodismo, pero sí el formato clásico del periódico impreso en papel...
nuevatribuna.es
| Por Michael Neudecker | Ssociologos.com | Por Michael Neudecker | 17 Julio 2014 - 17:49 h.
El
año 2014 está siendo un año de cambios
profundos en España. Juan Carlos I, el rey que simbolizó la transición de la
dictadura hacia la democracia, ha dado paso a su hijo Felipe VI para que
simbolice, a su vez, el paso hacia un nuevo futuro. Por otro lado, los
resultados de las pasadas elecciones europeas han confirmado que el sistema de
partidos imperante desde la llegada de la democracia está en entredicho.
También se ha puesto en duda el sistema de organización territorial del Estado
y, sobre todo, se ha puesto fin al optimismo que reinaba en la sociedad acerca
de sus posibilidades de bienestar en el futuro. Hoy mandan el miedo y la
incertidumbre.
Pero
no son los únicos ejemplos de cambios en los tiempos recientes tras una
generación sin movimientos traumáticos en el panorama político y social
español. En las últimas semanas se han publicado una serie de datos que avisan
sobre el destino de otro actor que ha acompañado a los españoles a lo largo de
la democracia: la prensa española tradicional está enferma y no tiene
cura. No es que vaya a morir el periodismo, pero sí el formato clásico del
periódico impreso en papel. Y puede que esta muerte se lleve con ella a alguna
cabecera que nos ha acompañado a lo largo de las últimas décadas.
La última década de los periódicos
Un
estudio de Future Exploration Network, una red global de empresas y
organizaciones que tiene el objetivo de prever escenarios de futuro para la
toma de decisiones (es decir, los que analizan y crean las tendencias), asegura
que a la prensa tradicional española le quedan diez años de vida. Al menos
en ese tiempo “su formato actual se volverá insignificante”, afirma. Es decir, en
una década se dejará de vender periódicos en los kioscos.
El
caso de España no es el más inmediato. El cambio revolucionario que se avecina
afectará primero a la prensa anglosajona, siempre a la vanguardia de las
transformaciones. Así, la prensa tradicional de los EEUU pasará a la historia
en fecha tan cercana como 2017 y la del Reino Unido en 2019. En el resto de
Europa se lo tomarán con más calma. La prensa francesa existirá en su forma
impresa hasta 2029 y la alemana hasta 2030. Y los últimos en el mundo en ver un
periódico impreso serán los argentinos en 2039. Esas fechas parecen lejanas,
pero ocurrirá en solamente 25 años.
La
causa de esta muerte del periódico en papel es evidente: Internet. La
revolución que ha provocado la red ha supuesto un cambio en la comunicación
solamente comparable a la aparición de la imprenta hace 500 años. Son inventos
que rompen el mundo concebido hasta ese momento, ya que si la imprenta permitió
multiplicar el número de personas que recibían información, internet rompe
el concepto del espacio y del tiempo porque permite la distribución de esa
información por todo el mundo en cuestión de segundos.
Esa
es la clave del futuro, según Future Exploration Network. Los periódicos
dejarán de ser estrictamente nacionales para traspasar las fronteras y
convertirse en medios globales, un proceso en el que el papel impreso es un
estorbo. Una rémora para nostálgicos. Solamente los medios que sean capaces de
romper las fronteras y adaptarse sobrevivirán. No porque es tecnológicamente
posible, sino porque ya es una demanda dominante.
Otro
estudio publicado recientemente, el ReutersDigital News Report 2014, dice
que “más del 60 por ciento de los menores de 35 años emplea como segunda
fuente de información las redes sociales”.Es decir, la actual
generación adulta ya consume más información en internet que a través del
papel. Y la tendencia va en aumento, ya que, según señala el mismo estudio, los
jóvenes entre 18 y 24 años prefieren internet incluso por delante de la
televisión. El fin del periódico en papel está servido y que tiemble la
televisión a largo plazo.
Sin
embargo, el fin de un soporte de comunicación no debe significar necesariamente
el fin de la empresa periodística que lo administra. Pero en España la
crisis del soporte va de la mano de la crisis de la empresa editora.
En
un análisis del periodista Carlos Díaz Güell publicado en Zoom News el
pasado 22 de junio, el diagnóstico no puede ser más sombrío: “El escenario de
los grupos de comunicación españoles -rama prensa escrita-, es
estremecedor y los últimos resultados conocidos no permiten albergar
demasiadas esperanzas”. Las causas de este escenario serían, según el
periodista, “una considerable caída de lectores, una descomunal mengua de la
tarta publicitaria, un errático comportamiento del mundo digital y la
acumulación de costosos errores cometidos en el pasado”.
Díaz
Güell destripa los últimos números de las cuentas de las principales empresas
editoras españolas y muestra un panorama inquietante:
-
Vocento (ABC): “Perdió en los tres primeros meses de este año 6,4 millones
de euros, y aunque reduce las pérdidas en 1,3 millones con respecto al mismo
periodo del año pasado, llueve sobre mojado, ya que pese a las mejoras de 2013,
los ingresos de explotación en periódicos se sitúan en 428,6 millones, un 9,6%
menos que en 2012. En definitiva, Vocento tuvo unas pérdidas en 2013 de 15,1
millones de euros, cifra inferior, bien es verdad, a los 53,3 millones del año
anterior”.
-
Prisa (El País, Cinco Días, As): “En 2013 registró unas pérdidas de 648,70
millones de euros, lo que supone un 154,4% más que en 2012 y al cierre del
último ejercicio, la deuda neta total ascendía a 3.227 millones de euros, 144
millones más que un año antes”.
-
Unedisa (El Mundo, Expansión, Marca): “El resultado de explotación del
grupo fue en 2012 de 32 millones de euros negativos, y el resultado antes
de impuestos registró también unos número rojos de 69 millones. La pérdida
final del grupo editor, registrados los deterioros de activos por los malos
resultados continuados de las distintas cabeceras, se ha elevado a 511
millones. (…) El 30 de septiembre de 2013 Unedisa presentaba un resultado de explotación
negativo de 7,6 millones, 1,5 millones más que en el mismo período de 2012, es
decir un deterioro del 24 por ciento”.
Millones
de euros de pérdidas para las empresas que tan sólo una década atrás eran los
gigantes españoles de la comunicación, con un poder inmenso en la creación
y gestión de la agenda pública(“agenda setting” como decía Walter Lippmann) y
una influencia política y económica considerable.
Hoy
ese poder no existe y mucho menos la independencia que otorgaba esa influencia,
ya que las deudas millonarias hacen surgir la pregunta si no son en
realidad los acreedores los que deciden una agenda cada vez más fugaz, en
la que la velocidad y la intensa competencia con los pequeños medios digitales
marcan los tiempos y los tonos de los contenidos. Los grandes periódicos
españoles están en crisis. No solamente en sus números. Son como gigantes
desorientados que tratan de encontrar un hueco en el mundo de la modernidad
líquida” (Zymunt Bauman) en el que lo que cuenta es la flexibilidad y la incertidumbre.
Un cambio generacional
Hace
cuatro décadas, en los años 70, la prensa vivió otro tiempo de transformación.
El franquismo agonizaba y la democracia comenzaba a asomarse poco a poco. La
prensa escrita (llamada así para diferenciarse de la radio y de la televisión)
era la reina del periodismo, la que marcaba la tendencia. Los periódicos del
franquismo eran antiguos, en estilo, aspecto y contenido. Reflejaban el tiempo
anterior, en el que habían funcionado como correas de transmisión de un régimen
que quería tenerlo todo atado. No eran aptos para ocupar un lugar central en la
futura sociedad democrática española. Por eso, el diario El País, fundado
en 1976, simbolizaba ese cambio inevitable en España que era también cultural,
social, económico y generacional, además de político.
En
un reciente laboratorio de periodismo celebrado por la Asociación de la Prensa
de Madrid, el periodista Enric Juliana definió el papel que jugó El País
en esos días. Su rol, crucial, era “la reordenación de la narración en España”.
El País seguía el modelo anglosajón basado en el estilo narrativo objetivo, que
tuvo en el caso Watergate su momento estelar y catapultó a la prensa al
pedestal del llamado cuarto poder”. España salía de una dictadura que duró
una generación, y la que iba a tomar el relevo necesitaba un nuevo estilo
narrativo para contar lo que estaba pasando. El diario El País supo adoptar ese
estilo e implantarlo en España, lo que le valió una influencia prácticamente
hegemónica.
Han
pasado 40 años desde la fundación de El País y, de la misma manera que en los
años 70 la generación joven de entonces quiso hacerse con el mando, una
nueva generación pugna hoy por suceder a sus padres que hicieron la Transición.
Vivimos de nuevo días de cambio, también cultural, social, económico y en
cierto modo político. Estos momentos de cambio tienen también su propio
estilo narrativo. En este caso se trata del relato, o storytelling. Este estilo
es consecuencia directa de la era posmoderna en la que se prima la brevedad, la
anécdota y el entretenimiento por encima de la información.
Hoy
los medios de comunicación no tratan de proporcionar sólo noticias a sus
lectores, sino que aspiran poder competir en el mundo inabarcable de internet
en el que coinciden millones de mensajes al mismo tiempo y que la mente humana
sencillamente no pude asimilar. Vivimos en un mundo de “sobrecarga de la
información”, como escribió Christian Salmon, autor de la obra de referencia
que nos advierte sobre los efectos del “storytelling”.
Un nuevo estilo para un nuevo tiempo
Las
personas son convertidas en consumidores que eligen entre millones de mensajes
a los que prestan atención de la misma manera que escogen cualquier otro
producto de consumo. Por eso las técnicas de los medios de comunicación para
atraer a esos consumidores están más cerca del marketing que del
periodismo. El storytelling, el relato, es hoy la piedra angular sobre la
que gira el periodismo.Salmon lo describe perfectamente: “Queremos relatos
íntimos, sorpresas, golpes de efecto. Lo último just in time. Sin tiempos
muertos. Emoción en flujo continuo”. Nada de periodismo objetivo.
Lejos
queda la época de la crónica periodística que exige al lector que se tome su
tiempo para repasar la actualidad con cierta atención. Este es el estilo que
catapultó a El País al Olimpo del periodismo hace una generación. Hoy sólo
se puede aspirar a atrapar al lector de forma fugaz, y la única manera de
conseguirlo es entreteniéndolo y llamándole la atención con una historia jugosa
en Facebook y en Twitter. Se considera un éxito si pasa del titular y entra a
ojear el texto antes de que pase a la siguiente historia.
La
prueba es que se está multiplicando la consulta de información a través de
los teléfonos móviles. Como informa la web media-tics.com: “Los smartphones han
superado en audiencia a la TV en Estados Unidos. Los ingresos móviles ya
representan el 60% del consumo de información en algunos mercados y es el
segmento que más crece con diferencia”. Nada menos reposado y tranquilo que la
consulta de información a través del móvil, un soporte en el que “la
información deberá ofrecerse en capas sucesivas, modulable, escalable.
Consultaremos durante unos pocos minutos titulares y resúmenes, luego
visionaremos lo que nos interese y navegaremos por diferentes opciones,
ampliaciones, referencias, informes, imágenes, ante una amplísima oferta de
opciones relacionadas, producidas por la misma editorial o por cualquier otra”,
explican en media-tics.com.
Pero
la nueva era de la rapidez a través de internet lo es también de la pérdida de
calidad de la información. Un estudio realizado por ING recogido por la web
trecebits.com, solamente el 20% de los periodistas online comprueba los
datos de sus artículos antes de publicarlos. “Al parecer más que la precisión, se
sigue premiando la velocidad”, informa la web. “La mayor parte de los
periodistas señala que incluso llega a publicar cuando ya tiene escrito un 60%
del texto que quiere hacer, y después continúa ampliando la información”.
Llegar antes que la competencia, aunque sea equivocándose, para arañar ese
minuto de atención al lector en internet, aunque lo que se escriba no esté
contrastado.
“Hoy,
lo que da ganancias es la desenfrenada velocidad de circulación”, escribió
Zygmunt Bauman, el eminente sociólogo que teorizó sobre la llamada “modernidad
líquida”. Estamos viviendo tiempos en los que lo sólido se resquebraja y es
inundado por lo líquido que es, por definición, móvil y constante y tiende a
arrasar lo sólido. Nada se salva de esta modernidad líquida. “Los códigos y
conductas que uno podía elegir como puntos de orientación estables, y por los
cuales era posible guiarse, escasean cada vez más en la actualidad”, advirtió
Bauman.
Este
autor citó a otro profundo observador de nuestro tiempo, el sociólogo Ulrich
Beck, que ha acuñado el término “categorías zombis” e “instituciones
zombis” para describir a las que “están muertas y todavía vivas”: aquellos
representantes de otros tiempos más sólidos a los que la modernidad líquida ha
vaciado de contenido o cortado el oxígeno, pero que se resisten a desaparecer
definitivamente.
Tras
acompañarnos durante todas nuestras vidas, a los periódicos españoles
tradicionales les queda sólo una década de vida antes de convertirse en otra
cosa. No sabemos si sus cabeceras sobrevivirán a la transformación. Sólo lo
conseguirán si logran adaptarse a la nueva realidad. Entonces sabremos si no
son ya unos zombis que siguen vivos a pesar de haber muerto.

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