domingo, 20 de abril de 2014

LAS CLASES POPULARES ANTE LA REVOLUCIÓN LIBERAL-BURGUESA

Artículos de Opinión | Guerau Ribes Capilla * | 19-04-2014 |
Las revueltas de mediados del siglo XIX en Barcelona nos trasladan al momento de la formación de la clase trabajadora y el inicio de los primeros sindicatos. Guerau Ribes Capilla explora las dinámicas de estos estallidos populares que desafiaron el estrecho marco de las instituciones liberales y reivindicaron una vía democrática, federal y socializante.

Las revueltas que se produjeron en Barcelona durante el Trienio Progresista (1840-1843) nos ofrecen claves para reflexionar en torno a las clases populares y su relación con el régimen liberal en el Estado español en su fase constituyente. Vistas en conjunto, configuran un proceso revolucionario dinámico que va ascendiendo en radicalidad política y social. Nos muestran que el liberalismo político y económico fue cuestionado desde sus inicios. Como veremos, el sujeto socio-político que protagonizó las revueltasfueron las clases populares urbanas en proceso de proletarización, junto a una burguesía crítica. El proyecto político que se defendió fue el del naciente republicanismo y el del progresismo radical. Propusieron una vía alternativa a la revolución liberal-burguesa, de carácter democrático, federal, popular-obrerista y socializante.
Las clases populares de Barcelona en la primera mitad del siglo XIX
Durante la primera mitad del siglo XIX, Barcelona se convirtió en la ciudad más industrializada del Estado, con un sector textil preponderante. Contaba con la clase obrera más desarrollada, una numerosa menestralía (trabajadores y trabajadoras de artes mecánicas, generalmente con taller y obrador) y una potente burguesía. El contexto económico venía marcado por crisis periódicas que incidían en un incipiente e inestable desarrollo industrial. Esto se traducía en un radicalismo político que se hizo evidente durante las revueltas de 1835-1837, ocurridas durante la primera guerra carlista (1833-1840). Se produjeron ataques luditas (sabotaje de maquinaria), el asesinato de autoridades, frailes y reos carlistas, se quemaron conventos, casetas de cobro de impuestos y oficinas de rentas y se destruyeron símbolos absolutistas1. Estas revueltas fueron reprimidas manu militari. No se solucionaron las causas económicas, políticas y sociales que originaron los levantamientos, y no tardarían en volver a estallar.
El proceso de proletarización tuvo distintos efectos sobre los trabajadores y trabajadoras: aumentaron su dependencia respecto una demanda de trabajo cambiante e inestable,2 disminuyó su control de los procesos productivos y creció la despersonalización de las relaciones laborales y la polarización social.3 Muchos pequeños talleres se vieron obligados a cerrar, pero también el poder adquisitivo de los obreros industriales fue descendiendo entre 1830 y 1850.4 Otro efecto fue que, debido a la elevada movilidad laboral de los y las trabajadoras industriales, era más fácil que entendiesen su situación en términos de clase. Precisamente, el 10 de mayo de 1840, a principios de la regencia del general Espartero, se constituyó el primer sindicato del Estado español: la Asociación de Tejedores de Barcelona (ATB). Heredará la experiencia organizativa de las sociedades de socorros mutuos y los gremios de oficio precedentes, pero iba más allá y se proponía negociar condiciones y salarios laborales con los patronos. Sus herramientas de lucha eran las huelgas y la negociación con la patronal y las autoridades. Ofrecía, además, una bolsa de trabajo y pidió un crédito al Ayuntamiento y la Diputación para llevar a término una suerte de fábrica cooperativa para los asociados desocupados. Al poco, se constituía la Federación de Sociedades Obreras de Barcelona, una organización federal obrera unitaria que hacía evidente un nivel de conciencia de clase que traspasaba el sentimiento de pertenecer a un oficio.
La ATB logró que Espartero tolerase su existencia, pero con numerosas restricciones: no podía perjudicar a los fabricantes, debía mantenerse apolítica, tenía que limitarse al mutualismo proteccionista y se prohibían todas las reuniones de obreros sin el permiso de las autoridades. La ATB se mantendrá como asociación apolítica, aunque su sintonía con el progresismo y el republicanismo era evidente, cuando no explícita. Significativamente, al compás de las revueltas, las autoridades esparteristas cerrarían el sindicato.5
No obstante el grado de desarrollo de la clase obrera de Barcelona que acabamos de apuntar, para entender la dinámica socio-política de la primera mitad del siglo XIX es más pertinente manejar el término de clases populares, “ya fueran productores de la tierra –pequeños labradores o jornaleros– y de la urbe –los artesanos, los obreros en talleres y fábricas y el pueblo menudo ocupado en servir (…) también estarían incluidos quienes dedicaban sus actividades cotidianas al pequeño comercio o al pequeño taller (…) sin excluir (…) gente de pluma: de educación y letras, como institutrices y maestros, impresores y profesionales nuevos (…): el periodismo y las letras, las profesiones liberales y técnica, la política.”6 Debemos tener presente que, durante la primera mitad del siglo XIX, las fronteras entre artesanos y obreros no eran claras y que la penetración de las relaciones capitalistas seguía distinto ritmo dependiendo del oficio.7 A nivel ideológico, hay que destacar que, tanto sectores de la clase obrera industrial, como del artesanado, como una minoría burguesa radical, convergían en sus aspiraciones democráticas y en la defensa de un mundo económico con desigualdades limitadas que velase por el bien común de la mayoría. El conjunto de las clases populares quería el progreso en la industria, siempre que no fuese acompañado de un empeoramiento en las condiciones de vida y sobretodo, querían un progreso económico que fuera acompañado de progreso político y social, con sufragio universal, el derecho a asociación y opinión, el aumento de jornales, el acceso gratuito a la educación o la abolición de cargas impositivas que afectaban a las clases populares.
El estado de la revolución liberal española el año 1837
La revolución liberal española mantuvo una larga pugna para desmantelar el Antiguo Régimen, es decir, los privilegios nobiliarios y eclesiásticos propios de una sociedad estamental, el sistema político fundamentado en la monarquía absoluta y un sistema económico que no permitía al capitalismo romper con el feudalismo. El liberalismo, cuando no tenía cauces constitucionales para expresarse, recurría a la insurrección. Tomaba como referentes experiencias revolucionarias liberales, especialmente la francesa (1789-1799), así como el modelo revolucionario de La Guerra de la Independencia (1808-1814), con levantamientos populares, participación de parte de las élites, la organización del movimiento a través de juntas que surgieron en distintas localidades del país, su posterior organización en una Junta Central, la celebración de elecciones a Cortes constituyentes y la fijación de las conquistas por medio de una Constitución.8 Este modelo no siempre se cumplió en todos sus puntos en los distintos pronunciamientos y golpes de Estado del siglo XIX español. Esto es lo que pasó con las revueltas barcelonesas de 1840-43, que no llegaron a conseguir la formación de una Junta Central y una reforma constitucional y a la postre, fracasaron. ¿Por qué? Considero que la cuestión social y democrática es el elemento central de las revueltas. Sin desviarnos de esta perspectiva, un punto clave para comprender sus éxitos o fracasos es el desencaje entre el Estado y la dinámica socio-política de Catalunya. Como hemos apuntado, el Principado, con Barcelona al frente, era la región más industrializada del país y, como se ocupaban de repetir las mismas autoridades estatales, era una región con una larga historia de rebeldía y desafección frente el Estado central.
La Constitución de 1837 estableció un régimen parlamentario, con libertades individuales y con representatividad limitada (con un censo que oscilaba entre el 2 y el 5% de la población). Fue elaborado por el Partido liberal progresista con la intención de lograr el apoyo del Partido liberal moderado durante la guerra civil. Con esta constitución se produjeron una serie de abdicaciones en el ideario progresista que, por otro lado, eran comunes entre los liberales de toda Europa.9 Un hito de los progresistas fue la ampliación del sufragio en las elecciones a Ayuntamientos y fijar la Milicia Nacional, una fuerza armada para defender el liberalismo, compuesta por voluntarios, controlada y mantenida por las autoridades municipales y dirigida por las burguesías locales, aunque en los períodos de gobiernos progresistas creció la participación de las clases populares y los cargos se hicieron electos. El ejército, si bien podía ser –y fue- un agente fundamental de avance del liberalismo, también era la fuerza interior represora del gobierno de turno. La presencia de los militares en la política, propia de la época, se vio reforzada por la guerra civil.
A la izquierda del progresismo
En la década de 1834-1843 se hizo evidente la disyuntiva entre un liberalismo patricio y un liberalismo democrático y popular. Los progresistas seguían invocando la soberanía nacional, pero sus retrocesos políticos les desmentían. No ha de extrañar el surgimiento de un republicanismo popular que trataba de incorporar todos los sectores que el progresismo marginaba, y que el ostracismo y persecución al que le sometía el Estado reforzase su radicalismo. El naciente republicanismo era bastante heterogéneo, aunque había núcleos muy activos que procuraban marcar perfil. La historiografía del republicanismo coincide en otorgar la influencia política más clara a la Revolución Francesa y, en particular, al jacobinismo. También se ha destacado la influencia del asociacionismo obrero, las sociedades secretas democráticas de tipo carbonario, el movimiento humanitario y romántico-social, el socialismo llamado utópico de Fourier, Leroux o Cabet, el liberalismo demócrata de Toqueville y economistas sociales como Sismondi, Pecqueur o De la Sagra. Este primer republicanismo fue mayoritariamente federal, defendiendo un sistema político fundamentado en el pacto entre los municipios y pueblos de España que, cuando era subvertido por alguna de las partes, podía romperse para su reformulación. Este es el federalismo que, durante la segunda mitad del s. XIX, defenderán los republicanos de Francesc Pi i Margall y el que, durante la Segunda República, defendieron los presidentes de la Generalitat Lluís Companys y Francesc Macià al proclamar el Estado catalán integrado en la República Ibérica. Más allá de la organización territorial, el federalismo decimonónico siempre tomó partido por el trabajo y las asociaciones obreras, defendiendo la limitación de la propiedad privada y la extensión de derechos y servicios fundamentales para las clases populares.
Las revueltas de 1840-43 de Barcelona mantienen notables similitudes con las revoluciones europeas de 1848, hasta el punto que se podría hablar de un “aviso” del futuro estallido revolucionario. Pero en las revueltas barcelonesas se enfrentaron un liberalismo autoritario a un republicanismo popular, demócrata y federal con una presencia destacable de la burguesía radical entre sus líderes. En el 48 francés, en cambio, terminaron enfrentándose republicanismo burgués y republicanismo obrero.10 Sería un error acercarse a las revueltas barcelonesas de 1840-43 con el eco de la crítica que hacía Marx a la pequeña burguesía y el republicanismo, hija, en buena medida, de la experiencia del 48 francés.11
El proceso revolucionario
El 1840, el partido moderado, con la protección de la regente María Cristina, procedió a limitar la representatividad de los Ayuntamientos. El general en jefe del ejército liberal, Joaquín Baldomero Espartero, se opuso, entablando negociaciones con María Cristina en Barcelona, donde, el 18 de julio, se produjo una revuelta contra la regente y los moderados. Participaron sectores populares, milicianos y parte del ejército. Espartero logró que la revuelta no creciese declarando el estado de sitio y depurando la milicia barcelonesa. No evitó que se sucedieran manifestaciones, tumultos y muertos en las calles de la ciudad. El 1 de septiembre se produjo un pronunciamiento en Madrid llevado a término por sectores conservadores del progresismo. La revuelta triunfó, derrocó el gobierno moderado y se disolvieron sin consideraciones a los representantes de las juntas provinciales que querían formar una Junta Central. María Cristina abdicó el 12 de octubre y Espartero asumió el discrecional cargo de la regencia. Empezaba el Trienio Progresista.
En octubre de 1841, las autoridades locales de las principales ciudades del Estado, junto a la milicia y sectores del ejército, organizaron juntas de vigilancia para hacer frente al golpe de Estado moderado que se produjo, y que se logró abortar. La junta de Barcelona fue más allá, tomando medidas como la supresión de impuestos impopulares, la fijación de precios para los productos básicos o la demolición de símbolos absolutistas como la Ciudadela. Espartero interpretó el levantamiento como una mera traición a la nación. El ejército ocupó la ciudad y quienes habían colaborado con la Junta, fueron depurados, condenados u obligados a emprender el camino del exilio.
El 13 de noviembre del 42 estalló una nueva revuelta. Empezó en un portal de la ciudad al exigirse impuestos de consumos a unos obreros. La revuelta creció al converger diversos elementos: la intensa movilización del progresismo radical y el republicanismo catalán, la represión gubernamental del mismo a través del ejército, el desarme de la milicia, el castigo a las autoridades locales electas por sus acciones en la junta de vigilancia, el anuncio de una nueva quinta, la supresión de la fábrica de tabacos en la que trabajaban 500 obreras y la obligación de reconstruir la Ciudadela. Las fuerzas revolucionarias expulsaran el ejército de la ciudad, dando paso a un sitio que culminó con bombardeos indiscriminados desde el castillo de Montjuïc. El día 15 se formó una Junta Popular compuesta por progresistas y republicanos, con un proyecto político democrático, interclasista, popular y de tipo federal. Se proclamaba la independencia interina de Catalunya del gobierno vigente para reformular el pacto con las otras provincias, se exigía la dimisión del regente, que se convocasen Cortes constituyentes y finalmente, se pedía protección para la industria nacional y sus trabajadores y trabajadoras.
El levantamiento repercutió en otras poblaciones del Estado, como Girona, Vic, Olot, Figueres, València, Zaragoza y Sevilla, entre otras. El ejército venció las fuerzas revolucionarias una tras otra, entrando a Barcelona el 4 de Diciembre. El total de muertos se desconoce, aunque se dan cifras de 400-600 muertos en solo dos días de combates y bombardeos de la capital catalana.
Espartero se enajenó sus propias bases y se vio forzado a nombrar presidente a Joaquín María López, progresista avanzado de práctica reformista. Ante el control pretoriano que ejercía el regente, se produjo una crisis de gobierno y el ejecutivo dimitió. El 24 de mayo de 1843 estalló un pronunciamiento anti-esparterista y en defensa del gobierno López y su programa de reconciliación liberal en Málaga. Se extendió rápidamente por todo el Estado. Lo llevaron a cabo elementos moderados, progresistas y republicanos. Las noticias fueron llegando a Barcelona y se sucedieron tumultos contra el ejército. El 5 de Junio, el Ayuntamiento, presionado por las manifestaciones populares, secundó el levantamiento, formándose una nueva junta revolucionaria que se declaraba independiente del gobierno de Madrid hasta que se convocase una Junta la Central. También exigía que se restituyese el gobierno López para llevar a término la transición a un nuevo régimen constitucional. Del programa de la Junta destaca la eliminación de la partida del presupuesto destinada a la Casa Real, la supresión de los cargos politizados designados por el gobierno, la reducción del ejército y su limitación a la defensa de fronteras, la libertad religiosa, dejar de subvencionar la Iglesia, impuestos sobre artículos de lujo, prohibición de impuestos sobre productos de primera necesidad, libertad de imprenta…La Junta anunciaba también el escombro de la Ciudadela y de las murallas, que mantenían en el hacinamiento y la insalubridad los y las barcelonesas.
A lo largo del proceso revolucionario, los moderados fueron ocupando cargos en el ejército y las distintas juntas del Estado. El 22 de julio, los generales moderados derrotaron las fuerzas esparteristas y al día siguiente, el nuevo gobierno, con López de presidente, se instalaba en Madrid. Espartero, junto a los líderes progresistas que lo habían apoyado, marchaba al exilio. El día 26, López convocaba Cortes ordinarias para principios de octubre. Tres días después, la Junta de Barcelona enviaba una declaración al gobierno: seguiría en pie para evitar la monopolización del movimiento que estaban llevando a cabo los moderados. Las presiones de estos lograron que López incumpliese su programa y ordenase la disolución de todas las juntas. El día 12, viéndose prácticamente sola en su defensa de Junta Central, la Junta de Barcelona aceptaba autodisolverse. Pero las clases populares barcelonesas no estaban dispuestas a ver como se desvanecía, de nuevo, una posible revolución democrática. Aún más, retirarse entonces podía suponer –como terminó ocurriendo- un retroceso del progresismo autoritario al moderantismo autoritario, huir del fuego para caer en las brasas.
Desde principios de agosto se sucederán enfrentamientos entre milicianos y el ejército en las calles de Barcelona. El día 17 entraba Juan Prim a la ciudad, después de haberse levantado en Reus y de haber sido nombrado Capitán General de Catalunya por la Junta. Trató de mediar entre el ejército y los revolucionarios, pero los parlamentos fracasaron y Prim encabezó la salvaje represión del movimiento. A principios de septiembre, diferentes cuerpos de milicianos barceloneses y de pueblos de las cercanías tomaban los principales puntos de la ciudad, iniciando la última etapa de las revueltas del período, la de mayor radicalidad.
Aunque era de carácter federal, se llamó revuelta centralista por el hecho de defenderse la constitución de una Junta Central. El mote popular que adquirirá será el de Jamáncia, del caló comida o hambre, fuera por el hambre que sufrió la población durante el sitio, fuera por la condición social de los revolucionarios, fuera por las canciones y simbología popular que hacía referencia a freír a los moderados y a Prim a la paella. Como en las tentativas revolucionarias previas, se formó una junta en Barcelona que aplicó políticas populares. La revuelta triunfó en Mataró, Girona, Hostalric, Figueres, buena parte del Empordà, en Sant Andreu de Palomar, Tordera, Sabadell y Reus. También en Vigo, Zaragoza, León, Almería y Granada. Pero, desde finales de septiembre, irían cayendo una tras otra ante las fuerzas gubernamentales. Narváez concentró todo el poder militar y político y ordenó que se acabase con cualquier revuelta a sangre y fuego. El 1 de octubre, como había ocurrido durante la revuelta del 42, se bombardeó indiscriminadamente, ahora con más ahínco, la ciudad de Barcelona. Lejos de querer rendirse, el día 3 la Junta formó una nueva compañía armada, compuesta y dirigida por obreros. No era una defensa suicida, puesto que periódicos progresistas y los líderes de la revuelta daban noticia de que había levantamientos centralistas en distintas poblaciones del Estado.
El día 8, la reina Isabel era declarada mayor de edad. El gobierno López, quemado por su incumplimiento del programa revolucionario, cayó. La Junta envió un comunicado al Capitán General diciéndole que no podían ser tratados como rebeldes, puesto que no eran los centralistas quienes habían roto los pactos establecidos por la coalición revolucionaria. Cinco días después, ante el bombardeo incesante, la Junta comunicaba que aceptaba la capitulación. El día 20, la Junta marchaba rumbo a Marsella y el ejército entraba a la ciudad.
Bajo la batuta del general moderado Narváez, se disolvieron la Milicia Nacional y los Ayuntamientos progresistas, se censuraron todas las opiniones políticas y se juzgó a todos los que habían participado en las revueltas. Aún habrá un levantamiento progresista radical en Alacant y poblaciones cercanas en 1844, pero será rápidamente derrotado y sus líderes fusilados. En una alocución posterior, el Capitán General de València advirtió: “¡Ay del que no se convenza que la hora de la revolución ha pasado!”12. Dará comienzo un largo período de hegemonía de la oligarquía liberal conservadora que se extenderá, con intervalos, todo el siglo XIX y parte del XX.13
Conclusión
Las revueltas de 1840-43 de Barcelona configuran un proceso revolucionario que tenía como objetivo avanzar hacia una sociedad democrática y socialmente menos desigual. Tuvo cuatro picos revolucionarios, en un proceso dinámico y ascendente en radicalidad política y social: julio de 1840, octubre del 41, del 13 de noviembre al 4 de diciembre del 42 y finalmente, del 5 de junio al 20 de noviembre del 43. Sus éxitos y fracasos guardan relación con el desencaje entre el Estado español y la dinámica socio-política de Barcelona y Catalunya. El contexto venía marcado por la industrialización y proletarización de los oficios urbanos y por un liberalismo que, tras vencer el absolutismo en una dura guerra civil, mostraba sus límites con un progresismo autoritario, centralista y cuartelario. De forma natural, las clases populares, con una presencia cada vez más determinante de la clase obrera, se aproximarán al progresismo radical y al republicanismo popular, federal y socializante.
De todas las alianzas de clase, la que me parece más coherente es la de la clase obrera con la clase media, puesto que el estreñimiento de la pirámide social torna en utopía la supuesta posibilidad generalizada de ascenso social. En tiempos de crisis, esta utopía se desvanece a ojos vista. Se acusa a los revolucionarios de mantener un ideario disperso, de ser populistas, pero no lo eran más que los progresistas, aparte de ser apreciaciones sumamente subjetivas y descontextualizadas. De hecho, se puede decir que tenían un programa más coherente y concreto: defendían el sufragio universal, los derechos individuales y colectivos, una reforma fiscal que incluyese la eliminación de impuestos que recaían sobre quienes menos tenían y el aumento de los impuestos a quiénes más tenían, el aumento de los jornales, la limitación a la especulación, la promoción de la educación universal, reformas laborales y promoción de servicios sociales entre las clases populares, la construcción de un Estado federal que atendiese a la pluralidad de pueblos peninsulares, la limitación del militarismo estatal, la reducción del poder de la Casa Real (cuando no su eliminación) y, finalmente, la defensa de una práctica democrática vigilante que, al no poder desarrollarse por vías institucionales, se veía forzada a la vía insureccional.
* Guerau Ribes Capilla es licenciado en Historia y máster en Historia Contemporánea.
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra
Notas:
1 Ollé Romeu, J. M., 1994: Les bullangues de Barcelona durant la primera Guerra Carlina (1835-1837). Tarragona: El Mèdol; García Rovira, A. M. 1997: “Radicalismo liberal, republicanismo y revolución (1835-37)”, en Ayer nº29, 1998.
2 Camps, E., 1995: La formación del mercado de trabajo industrial en la Cataluña del siglo XIX. Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, p. 98.
3 Benet, J.,y Martí, C., 1976: Barcelona mitjan segle XIX. El moviment obrer durant el Bienni progressista (1854-1856). Barcelona: Curial, p. 129.
4 Ibid., p. 178.
5 Barnosell, G., 1999: Orígens del sindicalisme català. Vic: Eumo.
6 Lida, C. E., 1997: “¿Qué son las clases populares? Los modelos europeos frente al caso español en el siglo XIX”, en Historia Social, nº 27, 1997.
7 Para el estudio del artesanado barcelonés de principios del siglo XIX, véase Romero Marín, J., 2005: La construcción de la cultura de oficio durante la industrialización. Barcelona, 1814-1860. Barcelona: Icaria.
8 Véase Moliner, A., 1997: Revolución burguesa y movimiento juntero en España (La acción de las juntas a través de la correspondencia diplomática y consular francesa, 1808-1868). Lleida: Milenio.
9 Santirso, M., 2008: Progreso y libertad. España en la Europa liberal (1830-1870). Barcelona: Ariel. pp. 30-35.
10 Una breve síntesis en Hobsbawm, E., 1998: La Era del capital, 1848-1875. Barcelona: Crítica, pp. 21-38.
11 Marx, K: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Die Revolution. Nueva York, 1852. disponible en http://www.marxists.org/espanol/m-e...
12 Díaz Marín, P., y Fernández Cabello, J. A., 1992: Los mártires de la libertad (La revolución de 1844 en Alicante). Alicante: Instituto de cultura Juan Gil-Albert.
13 Síntesis del conjunto de las revueltas en Fontana, J., 2003: “La fi de l’Antic Règim i la industrialització (1787-1868)”, en Vilar, P. (dir.), 2003: Historia de Catalunya, vol. 5, Barcelona: Edicions 62, pp.279-294. Para seguir el proceso revolucionario en distintas poblaciones del Estadof: Moliner, A, 1997: op. cit.





1 comentario:

  1. A mi juicio barre ud. un poco para casa en esa época Castilla, tenía y producía mas y mejores tejidos que Cataluña, los de Castilla eran similares en calidad a los de Flandes y los de Cataluña de baja calidad como los de Italia, fue precisamente el Rey, quien para acabar con las guerras carlistas, hundió los telares de Castilla, para favorecer a Cataluña dándole toda clase de facilidades reales para su desarrollo. Otro si digo, yo jamás salva uds. los catalanes vi en ninguna historia universal hablar del principado de Cataluña, por favor dígame donde puedo hacerlo, me gusta ilustrarme, gracias, soy gallego, me gusta la verdad y para nada me interesa la guerra dialéctco política y de historia que sostienen los catalanes con los políticos y la prensa de Madrid. Gracias Ramón Isasi.




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