Emilio Jurado |
Director de CDIEM
nuevatribuna.es | 20 Octubre 2013 - 17:45
h.
Ya
casi no se habla de los poderes fácticos y ello no ocurre por casualidad,
capricho o tempo de los medios de comunicación. Ocurre porque quienes están organizados
en las distintas formas del poder fáctico, actúan con premeditada estrategia de
ocultación. Han comprendido tras años de fajarse en la arena de lo público que
es mejor abandonar este terreno transparente poblado de trabas para sus
propósitos, conquistas sociales gustan decir los defensores del progreso, y
torear desde la barrera.
Han
advertido la gran importancia de disponer de escudos protectores o disuasorios.
Evitar el foco, se trata de no estar expuestos, no estar de frente y hacer luz
de gas sobre su existencia real. Y han absorbido la fabulosa magia
desencadenada en el teatro de los guiñoles. Los vociferantes niños (y algunos
adultos) que reprueban la conducta del lobo malo, jamás se convierte en una
reprimenda al actor que desde bambalinas mueve al lobo, al conde, la manceba y
al príncipe feliz.
Han
comprobado que esta estratagema de ocultación funciona en el teatro de los
niños y en el teatro de la vida. Las personas que son poderosas por dominar el
espacio de las referencias éticas y religiosas utilizan un guiñol llamado
Iglesia. Los poderosos organizados en torno a la posesión de las riquezas
materiales utilizan un entramado de empresas, bancos, fundaciones y
asociaciones a las que denominan Economía. Aquellos que fundan su poder fáctico
en el control de la violencia legal, antes vestían de uniforme y ahora, para
acentuar la estrategia de ocultación, lo han mimetizado con atuendos menos
llamativos de colora azul oscuro, casi negro.
Éstos,
con la connivencia de algún otro poder emergente (los muñidores de la
información y la comunicación) establecen una confederación de poderes a la que
dan forma como estructura Institucional de Gobierno, con su parlamento, su
poder judicial, su senado, su monarquía, su consejo general del poder judicial,
en fin de todo. Cuantas más instituciones y más parcelaciones, cuantos más
responsabilidades delegadas y más unidades de control inoperantes, más tupido
es el velo que oculta al poder real de los fácticos. Porque como queda dicho,
la estrategia actual del poder de verdad, aquel que afecta a nuestra vida y la
de los nuestros es desaparecer del escenario, velarse y dejar un avatar en su
lugar que reciba las quejas y los reproches, llegado el caso que reciba los
votos confirmatorios o las negaciones reprobatorias. Un vicario en el escenario
que convoque la mirada del respetable, un tancredo que encaje las embestidas
resultantes del furor que el ejercicio del poder real provoca entre los
afectados.
Los
poderes fácticos se esconden porque hace mucho tiempo que comprendieron que en
el escenario histórico democrático no mantendrían la hegemonía siendo
respetuosos con los principios en que se fundamenta. Menos aún actuando como
motores o impulsores de los valores democráticos. Consecuentemente, pugnaron
con ellos y crearon un espacio de negociación que han ido convirtiendo en un
sala de recreo, un teatrillo en el que se esconden los objetivos reales que
siempre han perseguido: El poder y el poder de mantenerlo unido y transmisible
a los suyos.
Uno
de los últimos hallazgos del poder fáctico oculto tiene que ver con su
vulnerabilidad potencial. Las pocas sombras que todavía proyectan al escenario
por las que podría ser reconocido y por tanto desvelado, pueden ser difuminadas
mediante la potenciación de algún efecto evanescente o recurso escénico, por
ejemplo elevar el tono del discurso político de algún tema insustancial como
las cuestiones de soberanía o los relativos a la promoción de una marca-estado.
Llegado el caso se tira de fútbol, de toros o de cualquier otra nostalgia
sentimental.
Pero
los poderes fácticos, ocultados en la actualidad por decisión propia, aunque
reunidos en sesiones clandestinas como son ciertos consejos de administración,
cónclaves o mítines (Bilderberg, Davos, etc), no renuncian a su programa de
máximos. El poder y perpetuarse en él. Quien lo detente en cada momento ya es
“cosa nostra”.
Los valores democráticos, los principios y las instituciones
derivadas de tales principios, como el vigor del contrincante en las artes
marciales, se utilizan para provecho propio, para potenciar la posición
dominante en el tatami. Ocultos tras bambalinas litúrgicamente decoradas,
resulta mucho más fácil que se acepte su único mensaje social: Si todo va bien,
yo gano, si las cosas se tuercen, entonces pierdes tú.
Fuente: www.publico.es

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