Daniel Molina Jiménez |
Investigador de Historia Contemporánea
nuevatribuna.es | 18 Octubre 2013 - 11:32
h.
Cuenta
un chascarrillo extendido en el mundo educativo que las leyes del ramo son como
el horóscopo chino, en función del año del nacimiento rige una u otra el
destino de los estudios. Sin alcanzar el ritmo de normativa por año que se
desprende del chiste, sí es cierto que la política educativa española está
acostumbrada aguantar bandazos de uno y otro signo. LGE, LOECE, LODE, LOGSE,
LOCE, LOE, Ahora la LOMCE... El baile de acrónimos ha continuado durante los 35
años de la democracia. La normativa educativa es una de las primeras reformas
que cada gobierno ha emprendido nada más tomar el poder. En general, además, se
ha hecho condenando la normativa anterior y de espaldas al resto de fuerzas
políticas, volcando en la nueva ley si era posible todas aquellas propuestas
que fueron rechazadas por el Gobierno saliente.
Pero
en España, en los últimos años no se ha hecho una reflexión en profundidad
sobre el modelo educativo de un país medio. No se han estudiado las
potencialidades, no se ha incidido en la formación de profesores manteniendo un
máster de escasa utilidad, no se ha prestado atención a los recursos
materiales. En lugar de ello, se insiste últimamente en el mantra de que la
educación no es acorde con el fracaso escolar que genera. Y esas tasas,
intolerables e inéditas en los países del entorno, legitiman cambios sin
consenso y tendentes a una mercantilización de la educación a través de
insistir en asignaturas económicas y regulando la eficacia del sistema por
medio de incomprensibles reválidas que en nada garantizan lo principal: que el
alumno salga bien formado.
Tampoco
existe una reflexión real sobre la pedagogía, no hay ningún esfuerzo
presupuestario en clases de refuerzo y en programas alternativos. En lugar de
ello, se convocan cada vez menos plazas de profesor ante un alumnado numeroso.
No existe en España una verdadera reflexión sobre el papel del profesor, sobre
su forma de acceso a la profesión y su formación continua.
Todo
esto es muy grave, porque el valor añadido de un país está, finalmente, en su
capital humano. Y en España, nos estamos acostumbrando a demasiadas reformas
parciales y parcheadas que olvidan la creación y continuidad de un modelo que
dure varias décadas.
Ésta
sería sin duda la verdadera apuesta por la educación: consensuar un modelo
educativo que recoja las aspiraciones mayoritarias de la comunidad educativa,
que son los verdaderos expertos en la materia, y no los políticos, porque los
primeros son los que viven día a día las situaciones cotidianas de la
educación. Siempre se ha dicho que en España han salido grandes universitarios
y existe un buen capital de ciudadanos formados en distintas profesiones, sin
embargo, también existen tasas demasiado elevadas de fracaso escolar. Sin duda
esto último puede ser debido a diversas causas y no conviene tomar medidas
aleatorias que contienen un fuerte sesgo ideológico para tratar de solventar el
problema. Seguramente la solución pase por reforzar horas académicas a través
de clases de apoyo o de crear adaptaciones para diversos niveles. En
definitiva, invirtiendo más en educación. Buena parte de nuestro atraso es
debido a las condiciones culturales de los padres, que han sido víctimas de un
sistema de la dictadura franquista y no han sabido o podido transmitir a sus
hijos la pasión por el conocimiento y ofrecerles un ambiente de aprendizaje
adecuado. También la crisis está contribuyendo a mermar el rendimiento escolar
de los alumnos. Muchos padres, tienen verdaderos problemas cuando se quedan sin
trabajo y tienen que mantener a sus hijos. Y esto afecta a su rendimiento.
La
educación es una tarea de toda la sociedad: todos, padres y poderes públicos
tienen la obligación de proporcionar las mejores condiciones a nuestros
alumnos. Pero son los poderes públicos los que más medidas efectivas pueden
realizar. Tal vez, la más importante, pase por el diálogo con la comunidad
educativa y, a partir de ahí, consensuar un programa de regeneración de la
escuela a nivel material, humano y pedagógico. Más inversión, más y mejores
profesores, más clases con mejores métodos, son las claves para tratar de
cambiar. Desde luego esto está muy lejos de lograrse con medidas como las reválidas
o la introducción de la religión que en nada inciden en los aspectos
anteriores. Al final, como en casi todo, la educación es una cuestión de
diálogo con los afectados y de recursos económicos. Ni una cosa ni la otra se
dan actualmente.
Fuente:
http://www.nuevatribuna.es/

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