- En el interior del campo encontraron centenares
de cadáveres y 64.000 supervivientes
- Entre esa turba de prisioneros había más de 2.000
españoles. Otros 5.000 fallecieron
- Se calcula que entre 120.000 y 160.000 hombres,
mujeres y niños fueron asesinados allí
Fotograma del documental 'Más allá de las
alambradas'. Vídeo: CARLOS HERNÁNDEZ
Actualizado: 05/05/2014 02:34
horas
"Jamás había visto tantos muertos
juntos. Contemplé cosas que nunca habría creído de no haberlas visto con mis
propios ojos. Nunca pensé que los seres humanos podían tratar a otras
personas de esta manera. Los supervivientes eran sólo piel y huesos".
De esta forma describía el sargento estadounidense, Albert J. Kosiek,
el dantesco espectáculo que contempló la mañana del 5 de mayo de 1945. En el
curso de lo que debía ser una simple operación de reconocimiento, su pelotón de
poco más de 20 hombres, se encontró sin saberlo ni quererlo con el campo
de concentración de Mauthausen.
Los SS habían huido 24 horas antes, dejando
el lugar bajo el control de una brigada policial de los bomberos de
Viena. Sus atemorizados y desmoralizados miembros, no tardaron ni un segundo
en rendirse pese a que multiplicaban en número al pequeño destacamento
norteamericano. Ese día, Kosiek y su veintena de hombres volvieron al Cuartel
General, nada menos que con 1.800 prisioneros.
Pero eso no fue lo que más impresionó a los
desorientados soldados aliados. En el interior del campo encontraron centenares
de cadáveres y 64.000 supervivientes, la mayoría de ellos en un estado tan
lamentable que Kosiek los describió como 'muertos vivientes'.
Entre esa turba de famélicos prisioneros
había más de 2.000
españoles. Otros 5.000 compatriotas no pudieron disfrutar de ese histórico
día ya que habían sucumbido en esa gran máquina de matar que fue Mauthausen. Se
calcula que entre 120.000 y 160.000 hombres, mujeres y niños fueron asesinados en
el interior de sus muros y en sus numerosos subcampos.
El campo de los españoles
Los propios nazis llamaban a Mauthausen el
campo de los españoles. El III Reich decidió confinar allí a
la inmensa mayoría de los republicanos que, tras el triunfo de las tropas
franquistas, se refugiaron en Francia y acabaron enrolados en las filas del
ejército francés o integrados en la Resistencia. Con dos guerras en
sus espaldas, más de 9.000 hombres y mujeres fueron capturados por los nazis y
deportados a los campos de la muerte.
Hoy, 69 años después de ser liberados, son
pocos los que pueden seguir contando su terrible experiencia. Son hombres como José
Alcubierre o Eduardo Escot, que se siguen emocionando cuando el periodista
de turno les obliga a recordar su calvario. El hambre, el trabajo esclavo, las
torturas y los asesinatos fueron durante más de cuatro años parte de su vida. "Terminas
acostumbrándote a ver tantos muertos que, al final, ya casi ni los ves" afirma
Alcubierre. Sólo tenía 14 años cuando llegó al campo en compañía de su padre.
Sus ojos se enrojecen cuando recuerda el momento en que les separaron; su padre
fue enviado a Gusen donde murió de una terrible paliza.
Eduardo Escot tenía 21 años cuando atravesó
las puertas de Mauthausen. Como la inmensa mayoría de españoles, había pasado
los primeros meses de su cautiverio en un campo para prisioneros de guerra
junto a soldados franceses y británicos. Allí eran tratados de acuerdo a los
principios de la Convención de Ginebra. Sin embargo, tras diversos
contactos diplomáticos entre Madrid y Berlín y, especialmente, tras la visita a
la capital alemana del ministro de la Gobernación de Franco, Ramón
Serrano Suñer, los españoles fueron sacados de estos campos de prisioneros
y trasladados a campos de concentración. "Serrano Suñer fue el
principal responsable de nuestra deportación", afirma Escot con una
rotundidad sorprendente para sus 94 años de edad. Ese 'cambio de estatus' fue
el principio del fin para muchos prisioneros españoles que acabarían en los
crematorios de Mauthausen.
Sinfonía de la muerte
El III Reich diseñó un 'universo
concentracionario' maquiavélicamente perfecto. En campos de exterminio comoAuschwitz
Birkenau o Treblinka aplicaban la 'solución final' a millones de
judíos. Sólo un nivel por encima de estas factorías de la muerte, se encontraba
el campo de concentración de Mauthausen, en el que encerraron a presos
políticos, homosexuales, testigos de Jehová, gitanos, prisioneros soviéticos y
de otras naciones del este de Europa y, también, a la mayoría de los
republicanos españoles.
La media de vida de un prisionero no
superaba los seis meses, tiempo en el que se les utilizaba como trabajadores
esclavos en fábricas de armamento, construcción de infraestructuras o en la
terrible cantera. Durante años, los españoles y el resto de los internos
dejaron sus vidas subiendo los 186 escalones de la escalera de la cantera,
cargando piedras de hasta 60 kilos de peso. A 20 grados bajo cero en invierno y
bajo un tórrido sol en verano, sólo los más fuertes podían sobrevivir con un
único menú consistente en una aguada sopa de nabos, una rodaja de
salchichón y un panque tenían que repartirse entre varios deportados.
Si el hambre o el trabajo no acababan con
el prisionero, los SS se encargaban de hacerlo. Para ello disponían de un
amplio abanico detorturas y métodos para asesinar. Ahorcamiento,
fusilamiento, ahogamiento, duchas heladas, palizas... y si se trataba de
ejecutar en grupo, para eso estaba la cámara de gas. Cada día, los prisioneros
miraban hacia la chimenea del crematorio que no dejaba de escupir una densa
humareda. Mirando hacia ella se preguntaban si esa chimenea sería, también para
ellos, la única vía para salir de Mauthausen.
"Más de un día lo pensé, de aquí no
salgo, de aquí no salgo, de aquí no salgo" nos dice
Alcubierre. "Pero los días pasaban y yo seguía vivo. Y al final
salí". Si lo consiguió fue gracias, en buena parte, a la solidaridad
que había entre los prisioneros españoles. Un poco de comida extra, una ayuda
en los momentos más duros... pequeños gestos que salvaron muchas vidas. Los
rostros de Alcubierre y Escot se iluminan cuando hablan de ese compañerismo,
pero, sobre todo, cuando recuerdan el día de la liberación. El instante en que
dejaron de ser un número y volvieron a ser personas.
Fue un día como hoy hace 69 años. Puede
parecer mucho tiempo, pero ellos siguen volviendo al campo cada vez que tienen
que recordar. Les duele hacerlo, pero lo consideran un deber, una misión
destinada a mantener viva la memoria de sus compañeros asesinados. Hablan
sin rencor y dicen con sinceridad que no odian a nadie. Mirando al futuro,
sólo se les tuerce el gesto cuando hablan del resurgir de la extrema derecha en
Europa: "Debemos seguir contando lo que ocurrió en Mauthausen y en el
resto de los campos para que los jóvenes sean conscientes de que el monstruo
puede volver. Que no se repita. Sólo queremos que no se repita".
Fuente: www.elmundo.es
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