viernes, 21 de marzo de 2014

LAS COMADRONAS EN LA ESPAÑA MODERNA

Artículos de Opinión | Eduardo Montagut Contreras * | 19-03-2014 |
El oficio de traer niños al mundo ha sido casi exclusivamente una tarea femenina, hasta fechas muy recientes. En el Antiguo Régimen era lo más corriente, aunque desde muy temprano la medicina oficial pretendió establecer una serie de controles sobre este oficio. La universidad, desde la Edad Media, intentó establecer una clara diferencia entre lo que era ciencia y lo que se consideraba saber popular, que estaba en manos de practicones, sangradores, cirujanos y parteras. Las tareas que realizaban estas personas pasarían a asimilarse a trabajos manuales y, por tanto, considerados viles. En España, además, estaría el caso de las parteras moriscas, particularmente malditas, ya que se las acusaba de poder contaminar a las criaturas al nacer.
Las comadronas, parteras o matronas estarían inmersas, como hemos señalado, dentro del universo de la medicina popular, cuyos saberes eran trasmitidos de unas a otras, muchas veces en el mismo seno familiar, sin necesidad de recurrir a la cultura escrita. Algunos autores valoraban muy positivamente estas prácticas, como Damián Carbón en su Libro del Arte de las Comadronas o Madrinas cuando expresaba que este trabajo era “por honestidad” propio de mujeres. Pero otros autores y autoridades consideraban que había una delgada frontera entre el oficio de matrona y las prácticas de la brujería. En las Coplas de Comadres de Rodrigo de Reinoso podemos ver esa asociación con las hechiceras. También, había comparaciones con el oficio de celestinas, alcahuetas y trotaconventos. En Francia, por ejemplo, la situación de las parteras empeoró con el tiempo. En plena Edad Media muchas localidades contaban con comadronas juradas que controlaban el acceso de la profesión. El arte se adquiría mediante el aprendizaje con una comadrona en ejercicio y la candidata era luego examinada por un médico elegido por la corporación municipal correspondiente. Pero en la Baja Edad Media comenzaron a asociarse a muchas parteras con el ejercicio de la brujería y la hechicería.
En realidad, el pecado de las comadronas residía no tanto en que fueran más o menos ignorantes sino en el hecho de que ayudaban a las mujeres a recobrar su poder sobre su cuerpo y su sexualidad. No olvidemos, además, la cuestión del aborto, porque en la España moderna, especialmente en el mundo urbano, abundaron los embarazos no deseados. Al parecer, en el Madrid de Felipe IV llegó a haber un servicio más o menos organizado de mujeres que se dedicaban a practicar abortos. En agosto de 1634 azotaron a una mujer, llamada madre Juana, por esta cuestión.
El conflicto entre la medicina institucionalizada y la realizada por personas sin formación universitaria, así como los intentos de control de la primera sobre la segunda tienen que ver, en el caso que aquí nos ocupa, con la histórica división sexual del trabajo aplicada al campo de la sanidad donde el trabajo de las mujeres ha sido siempre considerado como sospechoso y luego subalterno o auxiliar del ejercido y dominado por los hombres. Es innegable que los avances en obstetricia e higiene durante la Edad Moderna arrinconaron prácticas poco ortodoxas y perjudiciales para la salud de madres e hijos pero, también es cierto que gran parte del peso del carácter preventivo y curativo de la medicina ha recaído, desde tiempo inmemorial, en las mujeres y muchos de sus saberes estaban más relacionados con la realidad que la metafísica de muchas facultades de medicina. La salud de la familia ha sido responsabilidad casi exclusiva de las mujeres
En Castilla las comadronas terminaron por ser controladas por medio de un examen realizado por el Real Tribunal del Protomedicato, como se estableció en tiempos de los Reyes Católicos. Pero, al parecer, los excesos cometidos en la expedición de títulos que permitían el ejercicio de la profesión, motivaron que se prohibiese la intervención de esta institución. Las Cortes de Valladolid de 1523 lo solicitaron y así terminó por ordenarlo Carlos I. En su nombre, el príncipe Felipe confirmó esta prohibición en 1552. Ya siendo rey y por mediación de las Cortes de Madrid de 1567 se dictó la definitiva prohibición. En la disposición se puede leer que se habían detectado constantes excesos cometidos por los protomédicos a la hora de examinar personas inhábiles y en las penas establecidas contra especieros, parteras, ensalmadores y otras personas, por no estar examinadas. De ese modo, y durante dos siglos aproximadamente, en Castilla se abandonó el control sobre las parteras. Pero, por otro lado, las autoridades municipales solían obligar a las comadronas a acudir al Protomedicato para que sacaran una licencia para ejercer, limitándose éste, por no contravenir la ley, a expedir una testimonio o despacho. Durante la época de los Austrias hubo distintas autoridades e instituciones que requirieron un mayor control sobre el ejercicio de las comadronas. Las propias Cortes, tan contrarias al Protomedicato, quisieron que se tratase la cuestión de la inspección y propusieron que fuera ejercida por las justicias locales.
En otros lugares de la Monarquía sí se establecían controles. Al parecer, se practicaban en Zaragoza, Sevilla, Barcelona y en otras ciudades. Por su parte, en el Reino de Valencia se guardaba la costumbre de examinar a las parteras para que ninguna pudiese ejercer sin título. Por una ejecutoria de la Real Audiencia del año 1677, en el pleito entre el Claustro de médicos y el Colegio de cirujanos de Valencia, se atribuyó a los primeros la facultad de examinar a las comadronas, estableciendo penas para quien ejerciese el oficio sin el título correspondiente.
El Protomedicato terminó por dirigirse al rey Fernando VI denunciando las graves consecuencias que se estaban detectando en los partos por la impericia de las parteras y de algunos hombres que se dedicaban también a estas tareas. El Tribunal, por boca de su presidente, pedía que se examinase a quiénes quisieran ejercer esta profesión. Al final, se aprobó la Real Cédula de Parteros y Parteras en 1750. Se decidió que el Protomedicato volviese a expedir títulos, con los derechos consiguientes, aunque se procuró que no fueran muy elevados porque muchas de las aspirantes a ser comadronas eran gente de condición social humilde. También se consagró el papel masculino en esta profesión pero en un plano distinto al de las mujeres, ya que para que un hombre pudiera ejercer en un parto debía ser cirujano. Al parecer, otros requisitos para ser comadrona eran los siguientes: limpieza de sangre, fe de bautismo y certificación del párroco de su vida y buenas costumbres.
La preocupación por la educación en el siglo XVIII en pos del ideal de la utilidad pública también llegó al mundo de la medicina, enfrentándose con la enseñanza fosilizada de esta ciencia en la universidad española. En lo que aquí nos interesa, es importante la inclusión de nuevos saberes en el plan de enseñanza de los Colegios de Cirugía que se abrieron en aquella época, enfrentados al Protomedicato que deseaba intervenir en los mismos. En las Ordenanzas del madrileño del año 1787 se dedicaba un capítulo a las matronas. En él se decía que “como la asistencia de las matronas al parto es tan conveniente (…), es justo que en este estudio público se las proporcione toda la instrucción necesaria, para que procedan en todas las urgencias, con acierto y utilidad; a cuyo fin deberá este mismo profesor dedicarse, en el tiempo y horas que pueda, sin perjuicio de la enseñanza de los alumnos del Colegio, a instruir en una de las piezas del edificio, y a puertas cerradas, a las mujeres que quieran aprender y tomar lecciones”. Como vemos, se seguía considerando a la mujer como el agente más adecuado para esta tarea pero siempre supeditada al control masculino de la profesión y sin que pudieran cursar los mismos estudios que los hombres para ser cirujanos, ya que su formación era considerada como una enseñanza libre, no oficial. Un claro criterio ilustrado de utilidad llevaba a que se mejorase en la enseñanza de la obstetricia, vinculándola a la institución que realmente enseñaba la práctica médica, pero no se elevó a la mujer al mismo nivel que el hombre.
En 1804 se estableció que los Colegios de Cirugía serían los encargados de controlar a las matronas. Se haría un examen “en un solo acto teórico-práctico, de la misma duración que el de los sangradores, de las partes del arte de la obstetricia en que deben estar instruidas, y del modo de administrar el agua de socorro a los párvulos, y en qué situaciones podrán executarlo por si”. Las matronas debían estar casadas o ser viudas, presentar fe de bautismo y de buena vida y costumbres, ser limpias de sangre y haber practicado durante tres años con cirujano o partera aprobada. Para aquellas matronas rurales o que viviesen en lugares muy alejados de donde hubiese un Colegio de Cirugía, se desplazaría un profesor para examinarlas.
* Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea. @Montagut5







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