Un debate crucial en
medio de la Transición política española
JAIME
PASTOR* 18/10/2013 07:00
La
publicación del libro colectivo Luis Gómez Llorente. Educación pública y
socialismo, coordinado por Antonio García Santesmases y Manuel de la Rocha,
contribuye a rememorar una fase clave de la Transición política en la que el
homenajeado jugó un papel destacado.
En
efecto, Gómez Llorente fue, además de enseñante ejemplar y veterano afiliado de
la UGT, un dirigente socialista relevante durante los años de crecimiento del
"renovado" PSOE tras su ruptura con el sector "histórico"
de ese partido. Desde su responsabilidad como Secretario de Formación y como
miembro de su Ejecutiva, fue uno de los protagonistas de la polémica abierta en
torno a la propuesta de abandono del "marxismo" que hizo Felipe
González en mayo de 1978 y que centraría la polarización que se produjo en el
XXVII Congreso de ese partido un año después. Hoy, cuando a la luz de la crisis
de régimen que estamos viviendo actualmente encuentran mayor receptividad las
lecturas críticas de aquella mitificada Transición, parece oportuno recordar lo
que estaba en juego en esos momentos.
Eran
tiempos en los que las elites reformistas del franquismo y las procedentes de
la oposición habían llegado ya a un "consenso" en torno al pasado
(mediante la Ley de Amnistía) y al presente (con las reglas electorales y
excluyentes que impidieran un proceso constituyente), mientras se iban sentando
las bases del que iba a presidir el futuro a partir de los Pactos de la Moncloa
y la Constitución de 1978. No obstante, todavía se vivía en tiempos de profunda
inestabilidad política y social que no permitían predecir hasta qué punto iba a
poder consumarse esa "Transición".
Uno
de los pilares necesarios para estabilizar el nuevo sistema político, junto con
la monarquía y una descentralización controlada que contrarrestara las
presiones vascas y catalanas, era el basado en garantizar la
"gobernabilidad" a través de la alternancia entre dos grandes
partidos pero muy pronto surgieron obstáculos para ese proyecto. Por la
derecha, la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez había servido
como puente entre el franquismo y el nuevo régimen en formación pero estaba
mostrando ya sus limitaciones, pese a su victoria en las elecciones generales
de marzo de 1979, para contrarrestar el ascenso de las fuerzas de izquierda en
las elecciones municipales de abril de ese mismo año, sobre todo en las grandes
ciudades. En cuanto a la Alianza Popular del exministro franquista Manuel
Fraga, su credibilidad como recambio de la UCD era entonces muy limitada, dados
sus lazos con el "bunker" franquista.
En
esas condiciones las expectativas electorales del PSOE empezaban a crecer y
fueron muy pronto acompañadas por una apuesta cada vez más clara de su equipo
dirigente por ofrecerse como único partido capaz de garantizar la consumación
de la Transición y la estabilidad del nuevo régimen. Por eso, entre otras
muestras de su voluntad de acabar con la sospecha de que tuviera un
"programa oculto" rupturista, como le acusaban sus oponentes, Suárez
entre ellos, Felipe González optó por proponer en mayo de 1978 el abandono de
la mención al "marxismo" introducida en el XXVII Congreso de ese
partido, celebrado a finales de 1976, según la cual era un "partido de
clase y, por tanto, de masas, marxista y democrático". Coincidía por
cierto, apenas medio año más tarde, con la que hizo Santiago Carrillo al PCE de
renunciar al "leninismo", finalmente aprobada en su IX Congreso de
1978, no sin una grave y prolongada crisis interna que tendría su mayor
manifestación en el PSUC.
Más
allá de lo que para quienes nos encontrábamos a la izquierda de ambos partidos
se percibía como la mera disposición a formalizar lo que ya era un hecho cada
vez más evidente, o sea, la adopción de unas prácticas políticas que estaban
muy alejadas de esas referencias ideológicas, no cabe duda de que esas
iniciativas tenían una función simbólica muy significativa. Se trataba de
tranquilizar a los "poderes fácticos" respecto a cuál era la voluntad
de cambio efectiva de las direcciones de estos partidos acotándola a las
restricciones que desde aquéllos se seguía imponiendo. Buscando, eso sí,
hacerlas compatibles con una versión "mediterránea" del
"modelo" del Estado de bienestar, cada vez más menguante a medida que
se iría viendo afectado por el inicio de la contrarrevolución neoliberal tras
el golpe de estado chileno de 1973 y la derrota de la revolución portuguesa a
finales de 1975. La decisión de Felipe González se encontró muy pronto con una
fuerte oposición dentro de ese partido, si bien fue Luis Gómez Llorente el
único miembro de su Ejecutiva que se enfrentó al mismo. El debate se desarrolló
en medio de una fuerte presión mediática a favor de González -sobre todo,
por parte de la línea editorial de El País- pero, pese a ello, culminó
en el XXVIII Congreso en mayo de 1979 con el rechazo del 61,07 % de delegados y
delegadas a la renuncia al marxismo. La inmediata dimisión en ese mismo
Congreso de Felipe González como Secretario General abrió, sin embargo, una
profunda crisis interna y condujo a diferencias dentro de la oposición respecto
a la presentación o no de su candidatura a la dirección de este partido frente
al chantaje felipista. Finalmente, su renuncia a hacerlo allanó el camino, no
sin imponer el sistema de voto conjunto por delegaciones territoriales que
dejaba sin voto a las minorías, hacia un Congreso Extraordinario en septiembre
del mismo año, del que saldría reelegido González como un líder ya bautizado
definitivamente como carismático por los medios.
El
contexto, el desarrollo y el desenlace de ese debate son bien descritos por
varios de los autores de este libro colectivo, entre ellos Antonio García
Santesmases, Manuel de la Rocha y Antonio Chazarra, miembros de la corriente
Izquierda Socialista. Recuerdan también cómo, pese a que Gómez Llorente había
sido partidario del "consenso" constitucional [1] -no olvidemos que
llegó a ser vicepresidente del Congreso-, no por ello consideraba que su
partido debía convertirse en un partido electoralista y "atrápalo-todo"
y arrastrar por ese camino a una UGT que se había resistido a aceptar los
Pactos de la Moncloa. Así, en septiembre de 1979 declaraba: "No se
trata de llegar al gobierno como sea y a costa de lo que sea, sino apoyado en
un sindicalismo fuerte y militante, y mediante la activa identificación de la
mayoría del electorado. Llegar al poder por otros atajos implica la
defraudación de las esperanzas que la clase trabajadora ha puesto en el PSOE".
Esa
voluntad de transformación acelerada de un partido que se declaraba marxista y
autogestionario en otro no ya socialdemócrata sino, como acabaría ocurriendo,
social-liberal es la que se prefiguraba a través de la polémica en torno al
marxismo. Por eso, aun habiendo dado ya pasos decisivos en ese camino, lo que
quedó finalmente derrotado entonces con el retorno triunfal de Felipe González,
como recuerda Juan Antonio Andrade en otro trabajo de interés [2], fue la
cultura política del tardofranquismo, la que buscaba todavía desbordar los
marcos estrechos de un "consenso" que se quería imponer para lo que
acabaría siendo un largo futuro. Algo que se confirmaría, tras el 23F de 1981,
con la victoria electoral de octubre de 1982 -en detrimento de UCD y PCE- y la
conversión ya definitiva del PSOE en "el partido del régimen",
encabezado por un "joven nacionalista español", según definición de
un periódico estadounidense, dispuesto a asumir la tarea de
"modernización" de la sociedad española. Una
"modernización" entendida como integración subalterna en la
idealizada "Europa" y en una OTAN en plena "guerra fría",
espacios en los que Felipe González acabaría ganándose la confianza del bloque
de poder dominante hasta que en 1996, víctima de sus propios escándalos de
corrupción y de terrorismo de Estado, llegara la hora del relevo por una
derecha ya recompuesta, con Aznar al frente.
[1] Aunque él mismo diría en mayo de 1979: "Sin
el consenso la Constitución habría sido infinitamente más difícil pero el
precio de esta operación ha sido la desmovilización".
[2] El PCE y el PSOE en (la) transición, Siglo
XXI, Madrid, 2012.
*
Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED.
Fuente: www.publico.es

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