LIDIA FALCÓN O’NEILL
03
jun 2015
El archivo documental
de Carlos París ya no está en el Ateneo de Madrid. Su hija Inés se lo ha
llevado, sin que pueda entender cuál es su objetivo, con la anuencia de los
dirigentes de la Junta de Gobierno que tenían la misión de guardarlo,
conservarlo, clasificarlo y digitalizarlo.
Creyendo,
ingenuamente, que en ningún sitio podía estar mejor custodiado que en el
Ateneo, que había sido la asociación de su vida y que había presidido más
tiempo que ningún otro presidente, se me ocurrió depositarlo ahí. Seis mil
quinientos libros y 24 cajas de documentos que después de tres meses de
trabajo, organizándolos y ordenándolos, se trasladaron a los sótanos del Ateneo
en marzo de 2014, mediante un contrato de depósito firmado por mí y por el
entonces presidente en funciones, el vicepresidente 1º, Pedro López Arriba, que
se convertía en garante de su custodia.
Cuando en vísperas de
las elecciones, faltaba una semana para las votaciones, y sería bueno averiguar
por qué en ese momento y no antes o después, la hija de Carlos París, Inés
París, se presentó en el Ateneo y se llevó las 24 cajas de documentos sin que
nadie, ni el vicepresidente ni el bibliotecario, ni la encargada de la
biblioteca, ni las secretarias me dijeran nada. Para meterlo en un trastero de
pago, según la propia Inés explicó.
Cuando ya informada,
una semana más tarde, visité los sótanos me encontré con los espacios vacíos
donde había estado aquel muy cuidado, por mí y por Carlos, archivo documental.
Las cajas de libros siguen allí -¿quién va a querer libros?- sin que nadie haya
abierto una sola en un año y dos meses para comenzar a ordenarlos. Ahora pueden
enviarlos a la misma incineradora donde dicen que están quemando los documentos
del Ayuntamiento de Madrid.
Durante diez años, en
dos mandatos diferentes, Carlos París presidió esa institución casi
bicentenaria. Carlos París ha sido el ateneísta que más tiempo ha pertenecido a
la asociación, con setenta años ininterrumpidos de cotización, participación e
impulso a las tareas de la casa.
A mayor abundamiento,
como sucede siempre con las personas que se entregan a las causas nobles sin
lucro, se le llamó para presidir el Ateneo cuando este estaba padeciendo las
crisis más graves. La primera vez había llegado a ocupar el edificio un grupo
que se manifestaba contra la anterior dirección y las dificultades económicas
lo cercaban. En sus mandatos se logró enderezar el rumbo caótico que le habían
impreso algunos socios y la falta de liderazgo que padecía la junta de
gobierno, y, en consecuencia, cuando la institución volvía a resurgir de su marasmo;
los círculos de poder que siempre otean el panorama como halcones para
aprovechar las ventajas se lanzaron a organizar una nueva candidatura que
durante seis años no les había interesado.
El cuento se repitió
después de que tras haber presidido el Ateneo José Luís Abellán varios
mandatos, aquel volvía a encontrarse en una nueva crisis. Las deudas se lo
comían, la incuria en que estaba la biblioteca, la joya de la corona de la
asociación, era tal que la humedad destrozaba las paredes y los libros, el Ayuntamiento
exigía obras de mantenimiento y restauración inmediatas por el decaimiento de
la estructura, la cafetería era un tugurio indigno del más pobre de los barrios
y la administración de los fondos se hallaba en estado caótico.
Nuevamente los socios
le pidieron a Carlos París que se hiciera cargo de la Presidencia, y en los
sucesivos mandatos, con el equipo que lideró, se encaminaron los acuerdos con
los acreedores, se remodeló y resurgió una cafetería restaurante que es moderna
y acogedora y donde se reúne buena parte de los socios y de los que acuden a
admirarla. Con el esfuerzo de la Junta de Gobierno se logró afianzar la
estructura del edificio, restaurar y conservar adecuadamente algunos de los
libros que se deterioraban irreversiblemente, y realizar miles de actos y
encuentros y asambleas y debates de todas las ideas y tendencias.
Incluso cuando, con
la entrada de la crisis en la vida y la política españolas, las subvenciones
públicas que Carlos París había logrado del gobierno se le retiraron repentinamente.
Ochocientos mil euros dejaron de entrar en las arcas del Ateneo de un día para
otro. Las medidas que no hubo más remedio que adoptar, un ERTE para los
trabajadores, ahorros en todos ítems y alquiler de los espacios, salvaron de la
ruina la asociación.
Durante los últimos
tres años de su vida Carlos se dedicó, mañana, tarde y noche, con la
colaboración y el esfuerzo de su equipo, a lograr que el Ateneo sobreviviera.
Por supuesto, la oposición estuvo todos los años de su mandato saboteando la
labor de la Junta. Llegaron, en el colmo de la infamia y de la deslealtad a la
institución de que formaban parte, a pedirle al Ministerio del Interior que le
retirara la calificación de institución de interés público porque ellos habían
perdido la votación de las cuentas anuales.
Hasta que el 31 de
enero de 2014 Carlos París falleció después de una breve enfermedad y los que
mantenían la Junta de gobierno tuvieron que bregar con la conservación de su
legado. Que no era otro que la gran biblioteca que poseía y el archivo
documental que había reunido en 70 años de vida activa intelectual.
En las carpetas que
han desaparecido se encuentra la correspondencia que sostuvo con los filósofos
de su época, desde Jean Paul Sartre a Adolfo Sánchez Vázquez y García Bacca,
los congresos de filosofía y del Partido Comunista a los que asistió, las
ponencias que escribió, los documentos de las asociaciones que presidió: la de
Filosofía, la Iberoamericana, la Rubén Darío de Amistad Hispano nicaragüense; los
artículos, separatas, libros, conferencias, tanto de los publicados, de los que
guardaba los originales, como de los inéditos. Documentos únicos de una época
convulsa e importantísima, elaborados, y recibidos, por un filósofo y escritor
excepcional.
Pero ya no están en
el Ateneo. Y los que se hacen cargo ahora de la Junta de gobierno, con el
inestimable apoyo de los que quedan del anterior mandato, procurarán que no
queden vestigios de la labor de París. Sorprendentemente, los que trabajaron
con él también han estado de acuerdo en desprenderse de su archivo. Con la
complicidad servil de bibliotecarias y secretarias que se apresuraron a
entregar el enorme archivo documental, ocultándomelo. Todos desean mostrarse
favorables al nuevo equipo no vaya a ser, supongo, que los tachen de
soviéticos, insulto que recibió tantas veces Carlos y que vuelve a estar de
moda. Parafraseando a Romanones, ¡Joder! ¡Que tropa!
Al fin y al cabo,
tanto en los años que le hicieron oposición como en el programa electoral del
Presidente actual, Enrique Tierno Pérez, se manifestaban las críticas al
gobierno de la Junta que presidía Carlos, entre las que mencionaban la reforma
de la cafetería, el alquiler de las salas, la administración y organización de
la entidad. No he leído nada sobre la Biblioteca, porque no parece que
realmente les importe, y quizá tienen razón, dada la hostilidad que sus
guardadores muestran hacia los libros, que quedan almacenados entre polvo e
indiferencia.
Según sus programas y
declaraciones, Tierno, llegará, verá y vencerá, y con su sola presencia, y
recomendación al que suponen ya Presidente de la Comunidad, Ángel
Gabilondo, lograrán los fondos que le salvarán de la “mercantilización” en que
había caído el Ateneo. Y ellos, y solo ellos, preservarán, la independencia,
libertad y honradez de su gobierno. Porque para añadir infamia a las infamias,
divulgaron durante la campaña electoral sospechas sobre la administración de
las subvenciones que había logrado Carlos. “Calumnia que algo queda”. Y
plantearon en su programa la realización de una auditoría para demostrar más
claramente su acusación. Recuerdo la firmeza con que Antonio Chazarra, ahora ya
miembro de la Junta, y antaño creía yo muy amigo de Carlos, me repetía
que “contra quien sea culpable ha de caer todo castigo”.
Quizá los
conocimientos financieros del señor Enrique Tierno Pérez permitan que el Ateneo
realice los negocios que no supo hacer París. Al fin y al cabo la experiencia
económica de Tierno ha sido la de asesor de Caja Madrid durante diecisiete años
y siguió cuando ya se había convertido en Bankia, para pasar más tarde a otra
de esas inmensas entidades bancarias. Asesoría que, por cierto, no ha debido de
ser muy atinada cuando hemos asistido ya a la catástrofe económica en la que
pereció Caja Madrid y sigue inmersa Bankia. Precisiones estas que ahorró
hábilmente Rafael Fraguas en la almibarada y aduladora entrevista que le hizo
en El País, en la que resumió con una frase inocua su trabajo en el mundo
financiero.
Ciertamente todo esto
sucede cuando Carlos París ya ha muerto y es más fácil ensuciar su memoria y
hacer desaparecer los archivos documentales de toda su vida.
Fuente:
www.publico.es
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