Foto: La Moncloa
A veces uno empieza a escribir con un escalofrío en la piel. Confieso que
lo siento, que la perfora y me llega hasta la sangre. Por eso quiero desde las
primeras líneas dejar claro mi condena más ardiente contra un terrorismo cruel,
como todo terrorismo, que pretende por la fuerza amordazar los derechos humanos
más elementales. Lo repito para todos aquellos que después aprovechen mi
escrito para tacharme de cómplice, de contemporizar, de admitir ciertos
asesinatos o de demagogo. Por ahí andan algunos periodistas de papel y de radio
pisando las palabras que no les convienen, hocicando en miserias creadas por
ellos mismos para poder alimentar su odio hacia todo aquel que no participa de
la amargura que revelan cada vez que empuñan la pluma o el micrófono.
Francia se ha desangrado. El brazo armado del odio descuartizó las venas de
unos periodistas, de unos ciudadanos que compraban comida para sus hijos, de
unos policías que entregaban su amor a la ciudadanía. Y el mundo sufrió una
hemorragia porque todos nos sentimos Francia, nos sentimos humoristas, nos
sentimos compradores de alimentos, nos sentimos policías con la nuca rota por
la balas asesinas de alguien que ha hecho del odio el eje de sus vidas.
El mundo, en gesto de unidad, se ha puesto de pie. El mundo, en un gesto de
fraternidad, echó rodilla en tierra y llegó a la conclusión generalizadora de
que el Islam tiene que plegarse a nuestras costumbres, como si nuestras
costumbres fueran arquetipo de bondad, de espíritu creador, de práctica
esforzada de derechos humanos, de todos los derechos humanos, de todos los
seres que tienen derecho a esos derechos humanos. En estos momentos en que me
enfrento al ordenador, París es una inmensa manifestación. Y al frente, el
gobierno en pleno, sin fisuras. Y acompañando el dolor de los franceses varios
jefes de estado y de gobierno. Un solo grito para dar calor a las familias, a
los cuerpos de seguridad, a los periodistas y a todos los franceses que lloran
por dentro con la valentía de quien sabe que llorar es fecundar la sangre
derramada.
Todo es un signo de unidad. O tal vez sólo un símbolo. Son coordenadas
distintas. Y esa distinción dice mucho del contenido. El pueblo que se
manifiesta es puro. Los líderes (nunca supe por qué les llaman líderes) son
otra cosa. Porque esos jefes de gobiernos que hoy le miran a los ojos con
valentía a las metralletas, son incapaces de mirar de frente al hambre de todo
un continente africano, incapaces de unirse para derrotar enfermedades que sólo
afectan a los pobres y en consecuencia, no merece la pena invertir en sus
inmaculados laboratorios o bien aplauden la fabricación de medicamentos
al alcance sólo de los pueblos ricos. Se muestran indiferentes ante la sed, el
analfabetismo, la falta de vivienda de pueblos enteros. Esos que miran de
frente la dictadura de las armas asesinas pactan y comercializan con dictaduras
que emplean esas armas para destruir los derechos humanos en otros países, que
postergan a la mujer reduciéndola a un simple capricho de entrepierna
masculina. Hay dictaduras amables porque el petróleo tiene reverberaciones de
oro, se visitan y encumbran los avances científicos de esos gobiernos, se
comercializa con ellos porque por encima de los derechos humanos está el
dinero, ese dios tirano, vengativos, ajeno al dolor humano. Es despreciable el profeta
en cuyo nombre se mata con armamento vendido a quienes los usan, pero se acoge
con respeto sumo a quienes arman a esos asesinos porque nos proporcionan obras
de autopistas, ferrocarriles, etc.
No llamemos unidad a esos dirigentes que hoy se manifiestan junto al dolor
de los franceses. No tengo pruebas de la buena voluntad que dicen tener.
Aparecen a través de las televisiones del mundo, serios, con una amistad
interesada, con posturas fingidas. Nadie los ve buscando sinceramente
soluciones a problemas que afectan a millones de seres humanos, a sus cuerpos,
a sus derechos pisoteados, indiferentes ante estómagos vacíos, ante
enfermedades para las que hay remedio, ante ciudadanos del mundo que mueren
diariamente porque no son interés para los jefes de los pueblos ricos.
El mundo es la plaza del dolor. No había dirigentes políticos llorando por
su pena.
Fuente: www.nuevatribuna.es

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