Aún resuena el horror de un acto tan cruel como la
matanza, a sangre fría, de doce personas el 7 de enero en París.
nuevatribuna.es | David Perejil | 09 Enero 2015 - 16:17 h.
Sus orígenes son lejanos y están viciados por muchos intereses que no podemos
dejar que nos arrastren a los extremos que buscan los yihadistas con su brutal
violencia y las posturas racistas de partidos como el Frente Nacional
Aún resuena el horror de un acto tan cruel como la matanza, a sangre fría,
de doce personas, periodistas de Charlie Hebdo y policías, el 7 de enero en
París. Y el de otro policía y las muertes de franceses judíos en un
supermercado de hace apenas unas horas... Lo primero y más urgente es la
solidaridad con ellos y sus familias. También con sus compañeros que han
decidido publicar el siguiente número.
Aunque debería ser demasiado pronto para lanzarse a debates profundos,
estos han estallado con el nerviosismo del momento. Sus orígenes son lejanos y
están viciados por muchos intereses que no podemos dejar que nos arrastren a
los extremos que buscan los yihadistas con su brutal violencia y las posturas
racistas de partidos como el Frente Nacional.
Hoy no puedo dejar de acordarme de la sacudida del 11 de marzo de 2004 en
la madrileña estación de Atocha. De aquella sensación de brutalidad por la
ejecución sumaria de casi dos centenares de personas “acusadas” por la
participación de España en la guerra de Irak. Un país en el que cerca del más
del 90% de la población se había opuesto a esa decisión y lo había demostrado
en multitudinarias manifestaciones. Puro totalitarismo.
También en la revelación de aquellos días. Claro está, las vidas más
cercanas dolían más. Cualquier madrileño pudo ser víctima. Pero también una
segunda certeza. No servía de nada poner, también, fronteras al dolor. Por
solidaridad con otros seres humanos y por egoísmo, para evitar más sufrimiento
en un mundo que no anda sobrado de él. En Madrid hubo un 11M. En Irak, cientos
durante aquellos años. Aún sigue habiéndolos hoy.
Lo mismo sucede estos días. Unos dibujantes satíricos brutalmente
asesinados en nombre de una venganza, que sus autores quieren reclamar como,
religiosa. Y otros cientos de personas muertas ayer mismo. En Siria, Irak,
Yemen o Nigeria. Por similares ideas totalitarias.
Dejemos claras dos ideas obvias antes de avanzar en otros asuntos. La
primera. Nada, nada en absoluto, justifica asesinar a otra persona por defender
y publicar otras ideas. Incluso en tono irónico o hasta blasfemo. En el
contexto europeo, hay mecanismos para esgrimir otros derechos, al respeto o la
libertad religiosa. Además de un ancho campo para debatir sobre los límites de
la libertad de expresión. Ojalá fuera así en todo el mundo.
La segunda, ¿hace falta justificar que nada tiene que ver el conjunto de
una religión con más de mil millones de fieles con la acción de de tres
personas? ¿No bastan las declaraciones de imanes y particulares? ¿No
suena la comparación con la, también bárbara, matanza de socialistas noruegos
en la isla de Utoya en 2011? En ese momento se calificó la acción como aislada.
Si estamos embarrados en debates como esos es porque a veces los árboles no
dejan ver el bosque entero. Porque hay demasiadas personas y grupos con ganas
de encender la mecha del supuesto “choque de civilizaciones”. Su objetivo es
claro: agrupar la gran variedad de identidades étnicas, religiosas y de
residencia bajo el ellos o nosotros.
Unos lo hacen con objetivos políticos, a costa de erosionar la convivencia
y echar gasolina al racismo en Europa. Otros, en tierras árabes y africanas,
para conquistar poder e imponer su distopía religiosa y cultural, sin importar
cuántas vidas se masacran, por cierto la mayoría de árabes y musulmanes,
incluidos periodistas, activistas por los derechos humanos y minorías
religiosas. Ambos quieren ganar adeptos para sus horribles proyectos. En
medio hay, como detalló Amin Maalouf en “Identidades Asesinas”, hay una gran
variedad de tonalidades identitarias, una amplía variedad de personas que no
debemos ser arrastradas hacia los extremos fanáticos.
En nuestro continente, la crisis ha avivado unos demonios tristemente
familiares en la historia del continente. Superadas las guerras de religión de
hace cientos de años y las matanzas en nombre del nacionalismo, algunos grupos
vuelven a agitar las diferencias culturales y religiosas Los cócteles incendiarios
lanzados contra mezquitas en Suecia, las manifestaciones, solo concurridas, en
el deprimido Este de Alemania, los mensajes antijudíos y antigitanos del
partido Jobbik en Hungría o el uso del miedo a la inmigración como arma
electoral en el Reino Unido han sido signos muy preocupantes en los últimos
meses. Han sido la confirmación del alza de la extrema derecha en las pasadas
elecciones al parlamento europeo.
En Francia, el país de la revolución de la libertad, igualdad y fraternidad
y del estado laico, también juegan grupos interesados en torcer problemas
reales para lanzar un discurso extremista. Apoyados en una parte de la
población de ideas tradicionalistas, se aprovechan de una incompleta y compleja
integración de poblaciones con orígenes diferentes, franceses de derecho
descendientes de segunda o tercera generación de aquellos inmigrantes o
habitantes de las colonias que se instalaron en el país. En ese caladero han
pescado no sólo el Frente Nacional, sino otros partidos, como la UMP y hasta
algunos sectores del PSF, agitando miedos islamófobos. En esos problemas de
integración, también han lanzado las redes los grupos religiosos más retrógados
que utilizan la religión musulmana para buscar elevar barreras culturales y
excepciones. Y a la vez arrinconar otras visiones más progresistas dentro de su
religión. El corolario más grave es el de aquellos jóvenes atraídos por las
proclamas milenaristas y nihilistas que han pasado a engrosar las filas
del yihadismo internacional.
En el mundo árabe, el Daesh, el mal llamado estado islámico, ha crecido en
las cenizas de las apagadas primaveras. Lleno de dictaduras de todo tipo, hubo
una oportunidad de democracia, igualdad y justicia para esa parte del mundo.
Apagada esa llama por los intereses de sus dirigentes y de otros países
europeos, Rusia y EE.UU., los yihadistas han encontrado las condiciones
perfectas para resurgir. El Daesh nace de las versiones totalitarias de una
pequeña parte de grupos, del desastre de las guerras en Irak y del macabro
juego de ajedrez de las guerras regionales intermediadas en Siria, por encima
de las vidas, sueños y proyectos de cambio de su población. Ahora, las
chispas de ese incendio llegan a Francia. Y, por desgracia, podrían aparecer en
otros lugares.
“No en mi nombre” han dicho muchos musulmanes, europeos y de países árabes
ante los atentados. “Je suis Charlie” han dicho mucho franceses de diferentes
orígenes, en solidaridad con los asesinados. “Sí a la diversidad”
gritaron también muchos alemanes hace apenas unos días, frente a las
manifestaciones de Pegida (Patriotas europeos contra la islamización de
Occidente). No en mi nombre, tenemos que gritar todos. No a los asesinatos y
matanzas. No a las dictaduras, las tiranías, las violaciones de derechos
humanos. No a considerar enemigos a grupos enteros de población que viven en
toda Europa.
Si los partidos políticos no lo hacen, hagásmolo los ciudadanos. Así ha
pasado en España, donde el movimiento 15 M y partidos como Podemos han creado
nuevos espacios de cambio, y son un colchón contra el arraigo de mensajes
extremistas, como los discursos del alcalde de Badalona. A la vez, hace falta
trabajar por una solución justa y democrática de los conflictos en Oriente
Medio. Creemos alianzas con aquellos sectores europeos de otros orígenes,
aquellos con los que compartimos miradas similares, y claro también alguna
diferencia. Y también con los que viven en los países árabes. Digamos no sólo a
las soluciones basadas en la seguridad militar o el retorcimiento de nuestras
libertades y sí a las de la seguridad humana. Por justicia o por egoísmo.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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