Esta cifra, por sí misma, no dice gran cosa. Es más que doce millones y
menos que catorce. Es mucho o poco dependiendo del destino. Como es mensual, la
multiplicamos por doce y el resultado es 159.194.593,40 de euros, que es mucho
o bastante. Pero además sabemos, por la Ley 36/2014, de 26 de diciembre, de
Presupuestos Generales del Estado para el año 2015, que es la cantidad que el
Estado destina a la financiación de la Iglesia católica española. Sabemos
también que esto es un saqueo.
La finalidad de los 13.266.216,12 de euros mensuales es mantener una
organización religiosa obsoleta, para que sigan adoctrinando y viviendo a
cuerpo de dios. Una cifra de vergüenza y, con lo que está cayendo, rayando lo
criminal. ¡Más de 26.487 millones de las antiguas pesetas! y sin rendir
cuentas. No pueden decir los responsables eclesiásticos, que dejarán de
realizar trabajos sociales, si se reduce su financiación, porque mienten. El
61% de lo recibido se destina a culto y a pagar sueldos de obispos y curas,
para la Conferencia Episcopal y 1,5 millones para «actividades asistenciales».
La Iglesia recibe, indirectamente además —a través de Cáritas, Manos Unidas y
otras entidades religiosas— subvenciones, procedentes del programa «Otros fines
de Interés Social», con fondos del 0,7% del IRPF, que provienen de la
«crucecita» en la declaración de la renta, cuya recaudación se destina a programas
de atención a personas con necesidades de atención integral socio-sanitaria,
con necesidades educativas o de inserción laboral, así como para el fomento de
la seguridad ciudadana y prevención de la delincuencia, que gestiona el
Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
Para quienes ganan seiscientos cuarenta y cinco o menos que menos, estas
altas cifras son números chinos. ¡Qué programas sociales podrían hacerse! Los
enfermos de hepatitis 'C' tendrían el medicamento para sobrellevar su enfermedad;
las personas dependientes serían atendidas adecuadamente; algunos jubilados
dejarían de tener remordimientos por cobrar exiguas pensiones; los parados
tendrían ayudas dignas, la ciencia seguiría su camino de investigación y
desarrollo, la educación estaría a un nivel que para mi la hubiera querido y el
bienestar de mis niet@s y los de ustedes, estaría asegurado. Pero el dinero se
quema en las velas de los altares y en los lujos de los palacios episcopales.
Poco de ese dinero llega a los curas «rojos» de Vallecas o de otras zonas
deprimidas de España, que dedican su vida a los desheredados. «El Vaticano
tendría que desaparecer, como Estado y como banco», dice el cura Enrique
Castro. Aquí la Iglesia no es banco, pero se lo lleva por la cara en nombre de
dios.
Estamos viviendo la tragedia del atentado en París, perpetrados por
integristas islámicos. Doce personas (de ellos tres policías), periodistas,
dedicados a plasmar la realidad mediante viñetas irónicas en Charlie Hebdo, han
sido asesinadas por la sinrazón religiosa. Y cuatro rehenes han muerto en el
asalto policial a un supermercado, donde había 20 personas retenidas por un
terrorista, que fue abatido. Ninguna deidad merece el sufrimiento humano. No lo
merecieron los cristianos en los «circos» romanos, ni los ateos republicanos,
asesinados durante el franquismo, con la complicidad de la Iglesia católica.
Valga mi repulsa contra la barbarie terrorista religiosa y contra toda
violencia, incluida la de Estado y mi grito solidario con todas las víctimas.
De todas formas no está clara la operación policial y nadie ha reivindicado
el atentado. Desde Estados Unidos de América del norte, dicen que uno de los
dos terroristas, estaba en su punto de mira, tras entrenarse en Yemen. No ha
quedado vivo ningún terrorista para contarlo, pero ambos eran bien conocidos
por la policía francesa. Con el paso del tiempo, posiblemente la verdad
resplandecerá, «si dios quiere», dirán algunos. Parece que ese mismo dios
invocado, sí quiere el sufrimiento provocado por las guerras, el hambre y las
enfermedades en el Mundo. Dice mi amigo José Antonio Pareja en su artículo Es
la religión estúpido «La única manera posible de combatir el extremismo
religioso es utilizar las armas de la razón» y cuanta razón tiene.
No quiero ser pesetero, ni eurero, supongo que se dirá ahora; pero con los
impuestos que pagamos, no quiero que se sufrague a ninguna organización
religiosa, cualquiera sea su fe o condición. Ni de Alá, Yahvé, ni del Cristo
que dicen fundó a la católica. Han traído demasiado sufrimiento y muerte en la
historia de la humanidad. Con la promesa de «once mil vírgenes» (que vaya usted
a saber para qué tantas) o el bienestar en el cielo eternamente, junto con los
seres queridos (y los no queridos andando por allí). ¡Cuanta maldad y daño han
provocado! No quiero ofender las creencias de nadie, pero sí poner en evidencia
la sin razón religiosa, de todas y cada una de las religiones, iglesias, sectas
y demás capillas, que se aprovechan de la buena fe de la gente o de la
ignorancia en el peor de los casos. Un mensaje a mis niet@s, por si tuvieran
oportunidad de leerme: la fe es contraria a la razón; y soy ateo porque la
razón es el máximo atributo del ser humano.
Decir que el ateismo es una religión, es como decir que no coleccionar
coches es un hobbit. No creo en dios, al que llaman padre todopoderoso, ni que
fuera creador del cielo y de la Tierra. No creo en Jesucristo, su único hijo
(de ese dios), ni que fuera concebido por obra y gracia de una paloma santa ni
que naciera de una mujer virgen llamada María, esposa de José. No creo que
padeciera persecución bajo el poder de Poncio Pilato, ni que fuera crucificado,
muerto y sepultado, menos creo que descendiera a los infiernos y resucitara
tres días después. No creo que subiera a los cielos ni que esté sentado a la
derecha de su dios padre, porque no existe. No espero que venga a juzgar a
vivos y muertos. Si no creo en todo esto, menos en el que llaman «espíritu
santo», ni en la Iglesia católica su representante, nada santa, ni en los
santos ni en el perdón de los pecados, ni en la resurrección de la carne ni en
la vida eterna. No creo en ningún dios vengativo que dibuja la antigua Biblia;
ni en Alá ni Mahoma ni los profetas; ni en quienes hacen la guerra contra el
«infiel» o contra los fieles para saquearlos. No creo en la existencia de
fuerza o energía alguna, espíritu vital o luz omnipresente. No creo, gracias a
la lógica de la razón y a la Ciencia que explica y demuestra.
Fui creyente en mi adolescencia, hasta que pensé. Entonces supe que lo que
no puede ser, no puede ser y además es imposible. Tras muchos años desde
entonces y visto lo visto, me he reafirmado en ello; también he dejado de creer
en algunas humanidades, de las perecederas. Si no creo en ningún dios, menos en
sus iglesias. De la Iglesia católica no creo nada: por lo que representa, por
lo que dicen, por lo que hicieron, por lo que hacen, por cómo lo hacen, por lo
que dicen que hacen, por lo que no dicen y hacen y porque viven a nuestra
costa. Creo en la necesidad de una norma ciudadana que posibilite la
convivencia en paz y respeto a la libertad de expresión. También creo que voy a
morir irremediablemente más pronto que tarde y no voy a resucitar.
El artículo 16.3 de la Constitución española dice que: «Ninguna confesión
tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias
religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de
cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones». Ni nada es lo que
parece ni es lo que debería ser. A fuerza de conocer los delitos de pederastia
cometidos por los curas criminales, ocultos tras altares y protegidos por sus
superiores, me he hecho anticlerical. Los cardenales, obispos, curas, frailes y
demás miembros, viven a nuestra costa y a cuerpo de rey, algunos como «dios».
La historia ha perpetuado su ignominia visualizada en «El Padrino III». Más
cerca, en 1978, imberbes democráticamente hablando, nos tomaron el pelo de la
dehesa que lucíamos, cuando nos dijeron: si no votáis la monarquía, podrían
sacar los tanques a la calle. Y ahora siguen diciendo: sino queríais monarquía,
no haberla votado en 1978. ¡Un triple trágala! Trono, ejército y altar, corona,
espada y mitra, siempre juntos contra el pueblo y viviendo a su costa.
Quiero recordar que el «Instrumento de Ratificación de España el Acuerdo
entre la Santa Sede y el Estado español», hecho en la Ciudad del Vaticano, se
firmó el 28 de julio de 1976, luego los Acuerdos del Estado español con la
«Santa Sede», sobre diversos temas, el 3 de enero de 1979, unos días después de
la entrada en vigor de la actual Constitución. Ambos acuerdos venían a reformar
el Concordato de 1953, firmado entre el Papa Pío XII y Franco, bajo los
principios del nacional-catolicismo imperante. Desde entonces seguimos
pagando a la Iglesia y ellos siguen adoctrinando. El trono, las poltronas del
gobierno, con la protección armada, apoyan una ideología mundana, con
pretensiones sobrehumanas y universales. En 1979, no es que se firmara a
contracorriente, sino a traición, con el silencio de muchos, el desconcierto de
algunos y el desconocimiento de la mayoría, para que siguieran perpetuando sus
privilegios. Y en eso siguen, con la conformidad del Estado. Una más de las
vergüenzas de España.
Hay que terminar con la influencia de la Iglesia en la escuela y en la vida
pública y social; hay que acabar con la simbología religiosa en las
instituciones del Estado. Hay que desvincular los actos de Estado de las
ceremonias de la Iglesia, así como con la financiación pública a ésta o
cualquier otra iglesia. Quién quiera iglesias que se las pague, como cuando uno
quiere peces, se tiene que mojar. Para establecer un Estado auténticamente
laico, la Constitución tendría que estar redactada de otra forma, pero se hizo
como se hizo y como en otras tantas materias, dice lo uno, lo otro, incluso lo
contrario. Ahora tenemos que romper con la Iglesia católica por decencia y
dignidad.
La Iglesia es la institución que llevó bajo palio al dictador que sustentó,
participando activamente en la represión franquista, sin que haya dado muestra
alguna de perdón o reconocimiento hacia las víctimas y la sociedad en su
conjunto y no ha cambiado. Yo no olvido y perdono cuando quiero y no quiero. La
Iglesia no es y nunca ha sido una institución ejemplar, es opaca y
antidemocrática, alejada del principio de igualdad real y efectiva entre
hombres y mujeres, por lo que en un orden democrático no tiene cabida.
La maldad y el despropósito, no tienen época y conocemos como se las gasta
la Iglesia, a la que financiamos, con más de 159.194.593,40 euros al año. El
Estado ha de romper con esta institución, que oprime conciencias, controla
gobiernos y vive a costa de tod@s, actuando en nombre de una idea
históricamente manipulada, cuyo máximo representante no existió, sino en la
memoria de algunos justos inocentes. Mientras, como hubiera dicho el humorista
argentino Pepe Iglesias El Zorro, de los 13.266.216,12 de euros mensuales
¡nunca más se supo!
Fuente: www.nuevatribuna.es

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