nuevatribuna.es | Cándido
Marquesán Millán | Profesor de Secundaria.
Zaragoza |13 Enero 2015 - 11:51 h.
No es decir nada nuevo que la gran mayoría de politólogos, sociólogos,
historiadores, filósofos, economistas, periodistas y otros muchos
pertenecientes al mundo de la cultura, están hoy al servicio incondicional de
los grandes poderes políticos y económicos; y su misión es muy clara: convencer
a la gente de que la realidad es la que es, y que es incuestionable, en
definitiva, dedicados a apuntalar y justificar una determinada hegemonía
política y a someter a ataques furibundos a quienes tienen la osadía de
cuestionarla, por lo que reciben todo tipo de prebendas.
Esta idea la explica muy bien Marina Garcés -autora de un
extraordinario prólogo del impresionante libro La Política fuera de la
Historia de Wendy Brown- en un artículo La revolución de lo
posible, “En las últimas décadas se han impuesto un tipo de intelectuales
que se dedican a contarnos lo que ya no puede ser, lo que ya no podemos seguir
pensando, haciendo o deseando. Son los predicadores del fin de la historia, del
fin de las ideologías, del fin del pensamiento crítico. Son los intelectuales
“cierra-puertas”, verdaderos policías del pensamiento que tienen como función
precintar aquellos caminos que ellos mismos declaran intransitables ya
para siempre. Con este gesto soberbio, evitan tener que buscar esos otros
caminos que están aún por descubrir, esas sendas peligrosas que algunos ya han
empezado a abrir o simplemente se libran de tener que pelearse con lo emboscado
y con los callejones sin salida de nuestro tiempo”. En definitiva trabajan para
defender, consolidar y mantener una hegemonía la impuesta por el
neoliberalismo.
Pero como dijeron ya en 1985, en Hegemonía y estrategia socialista.
Hacia una radicalización de la democracia Ernesto Laclau y Chantal
Mouffe, “Hablar de hegemonía implica que cada orden social no es más que la
articulación contingente de relaciones de poder particulares, y que no tiene
cimientos racionales últimos. La sociedad es producto de unas prácticas
hegemónicas con el fin de instaurar un orden en un contexto contingente. Todo
orden es político y no podrá existir ninguno sin las relaciones de poder que le
dan forma. Estas consideraciones teóricas tienen unas implicaciones políticas
cruciales. Es claro que todo orden es primeramente un orden político, originado
de una configuración hegemónica dada las relaciones de poder. La actual
globalización, no es algo natural, es producto de la hegemonía neoliberal y se
basa en unas determinadas relaciones de poder. De ahí que puede
cuestionarse, ya que existen alternativas contrahegemónicas como las políticas
de los 30 Años Gloriosos, ahora apartadas por el orden dominante, pero pueden
actualizarse. Todo orden hegemónico puede ser cuestionado por prácticas
contrahegemónicas que intenten desarticularlo para establecer otra hegemonía.
Esto lo tuvo muy claro la derecha, tal como lo explica Raimon Obiols en
su libro Patria humana: globalización y socialismo en el si siglo XXI.
Al final de la II Guerra Mundial, estaba vigente la doctrina de Keynes y se
iniciaban en Europa occidental políticas dirigidas a la implantación del Estado
de bienestar. Por ello, en abril de 1947 se reunió en el “Hotel du Parc”, en
Mont-Pèlerin, en Suiza, un grupo de 39 personas entre ellas: Friedman, Lippman,
Salvador de Madariaga, Von Mises, Popper.. con el objetivo de desarrollar
fundamentos teóricos y programáticos del neoliberalismo, promocionar las ideas
neoliberales, combatir el intervencionismo económico gubernamental, el
keynesianismo y el Estado de bienestar, y lograr una reacción favorable a un
capitalismo libre de trabas sociales y políticas. Este combate de los
neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la
segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo
el modelo económico de la posguerra. Su victoria fue producto de muchos años de
lucha intelectual. Suele atribuirse al reaganismo, al thatcherismo y a la caída
del Muro, pero la historia es más larga. Su triunfo se vio facilitado por la
autocomplacencia de una izquierda autosatisfecha. Como dice Susan George
“Si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que
esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los
neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas
a las dos restantes”.
Yo no veo hoy que haya un Mont-Pèlerin en la izquierda. Quienes trabajan en
construir unas alternativas contrahegemónicas lo hacen individualmente. Como Josep
Fontana, al que, aunque me haya referido en ocasiones anteriores, no me
resisto a recurrir de nuevo a sus palabras: La Historia es una llamada a la
acción, el despertar de las conciencias. La Historia sirve "para ayudar a
que las cosas funcionaran". En ese sentido, encuentra una segunda
oportunidad para los historiadores en estos momentos de desorientación.
"Habiendo fallado las certezas de los modelos con los que los economistas,
como Greenspan, articulaban el futuro, hay que preguntarles a los historiadores
qué es lo que ha ido mal para recomponer las certezas". Y advierte: esa
función sólo sucederá si aceptan su función crítica, si no se dedican a
"abastecer el orden establecido con legitimaciones, que es lo que ha hecho
la historiografía académica". Y se queja de la falta de responsabilidad de
la ciencia: "Desde 1945 a esta parte, la historiografía se ha dedicado a
convencer a la gente de que todo intento de cambiar las reglas sociales conduce
al desastre, lo cual es una lección de resignación incomparable. Pero eso no es
lo que la historia debe hacer, en algún momento debe mover hacia el cambio. Un
gramo de sensatez puede ayudar a cambiar las cosas".
Y otro de los autores, profundamente crítico con la situación actual es el
sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos como en su impresionante
su libro El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política.
Todo es de un profundo calado político. Hace un certero diagnóstico de este
auténtico infierno en el que estamos sumidos. En uno de sus capítulos, titulado
Reinventar la democracia nos dice que en estos momentos se
está produciendo la emergencia del fascismo societal. No es el
fascismo de los años treinta y cuarenta. No se trata de un régimen
político sino de un régimen social y de civilización. Es un fascismo
pluralista. Las principales formas de la sociabilidad fascista son las
siguientes. El fascismo del apartheid social implica la segregación de
los excluidos dentro de una cartografía urbana dividida en zonas salvajes y
zonas civilizadas. Estas viven bajo la amenaza constante de aquellas y para
defenderse se transforman en castillos neofeudales, en urbanizaciones privadas.
El fascismo del Estado paralelo que actúa con una doble vara, una para
las zonas salvajes otra para las civilizadas. En estas últimas, el Estado actúa
democráticamente, como Estado protector; en las salvajes de modo fascista, como
Estado predador. El fascismo paraestatal resultante de la usurpación por
parte de poderosos actores sociales, de las prerrogativas estatales de la
coerción y de la regulación social, en connivencia del Estado. El fascismo
populista, que consiste en la democratización de aquello que en la sociedad
capitalista no puede ser democratizado. Se crean dispositivos de identificación
inmediata con unas formas de consumo y unos estilos de vida que están fuera del
alcance de la mayoría de la población. El fascismo de la
inseguridad, que se sirve de la inseguridad de las personas debilitadas por
la precariedad del trabajo o por acontecimientos desestabilizadores. Tales
niveles de ansiedad y de incertidumbre respecto al presente y al futuro rebajan
el horizonte de expectativas y crean la disponibilidad a soportar cualquier
sacrificio. Y el fascismo financiero el de los mercados de valores y
divisas, de la especulación financiera. Es el más pluralista: los movimientos
financieros son el resultado de las decisiones de unos inversores individuales
e institucionales mundiales y que, de hecho, no comparten otra cosa que el
deseo de rentabilizar sus activos. Es el más virulento ya que su espacio-tiempo
es el más refractario a cualquier intervención democrática.
Mas, Boaventura de Sousa Santos no solo hace un diagnóstico de la situación
actual, elabora unas alternativas contrahegemónicas. Suyas son unas
impresionantes Cartas a las Izquierdas, de momento van publicadas
once, que todo aquel preocupado por la situación actual, tendría que
leer. De la Primera Carta voy a reflejar sus ideas principales. No
cuestiona que exista un futuro para las izquierdas, pero no será una
continuación lineal de su pasado. Por ello hay que definir ¿qué es la
izquierda? Un conjunto de posiciones políticas que comparten el ideal de que
los seres humanos tienen todos el mismo valor, y que
son el valor más alto. Ese ideal es puesto en cuestión siempre que hay
relaciones sociales de poder desigual, esto es, de dominación. Las
diferentes comprensiones de este ideal produjeron diversas fracturas en las
izquierdas y se mataron entre sí. En nombre de la izquierda se cometieron
atrocidades contra la izquierda; pero, en su conjunto, las izquierdas dominaron
el siglo XX y el mundo se volvió más libre e igualitario gracias a ellas.
Este siglo corto de las izquierdas terminó con la caída del Muro de Berlín.
Mientras tanto, liberado de las izquierdas, el capitalismo volvió a mostrar su
vocación antisocial. Ahora vuelve a ser urgente reconstruir las izquierdas para
evitar la barbarie. ¿Cómo recomenzar? Con la aceptación de las siguientes
ideas:
El mundo se diversificó. La comprensión del mundo es mucho más amplia que
la comprensión occidental del mundo; no hay internacionalismo sin
interculturalismo.
El capitalismo concibe a la democracia como un instrumento de acumulación;
si es preciso, la reduce a la irrelevancia y, si encuentra otro instrumento más
eficiente, prescinde de La defensa de la democracia de alta intensidad debe
ser la gran bandera de las izquierdas.
El capitalismo es amoral y no entiende el concepto
de dignidad humana; defender esta dignidad es una lucha contra el capitalismo y
nunca con el capitalismo.
La experiencia del mundo muestra que hay inmensas realidades no
capitalistas, guiadas por la reciprocidad y el cooperativismo, a la espera de
ser valoradas.
El siglo pasado reveló que la relación de los humanos con la naturaleza es
una relación de dominación contra la cual hay que luchar; el crecimiento
económico no es infinito.
La propiedad privada sólo es un bien social si es una entre varias
formas de propiedad y si todas están protegidas; hay bienes comunes de la
humanidad (como el agua y el aire).
El siglo corto de las izquierdas fue suficiente para crear un espíritu
igualitario entre los seres humanos que sobresale en todas las encuestas; éste es
un patrimonio de las izquierdas que ellas han estado dilapidando.
El capitalismo precisa otras formas de dominación para florecer,
del racismo al sexismo y la guerra, y todas deben ser combatidas.
El Estado es un animal extraño, mitad ángel y mitad monstruo, pero, sin él,
muchos otros monstruos andarían sueltos, insaciables, a la caza de ángeles
indefensos. Mejor Estado, siempre; menos Estado, nunca.
Con estas ideas, las izquierdas seguirán siendo varias, aunque ya no es probable
que se maten unas a otras y es posible que se unan para detener la barbarie que
se aproxima.
De momento parece que cada una va por su lado. Ese es el gran poder de las
derechas.
Fuente: www.nuevatribuna.es

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